viernes, 25 de agosto de 2017

¡ÚLTIMA HORA!


           
ÚLTIMA HORA: Desde la perpetración de los asesinatos en las ramblas de Barcelona hasta este mismo instante en que se cierra esta edición, NADIE ha reivindicado los atentados a la sensatez.
            El pueblo unido en el dolor y en el propósito bienintencionado de poner solución definitiva a este tipo de horrores, ignorante de que su visceralidad aún puede empeorar las cosas, lo primero que ha hecho ha sido reverdecer los bandos y las bandas. Digo “reverdecer” porque, a la vista queda, estaban ahí latentes a la espera de que algo o alguien les hiciera la llamada oportuna. La culpa va a ser siempre del otro y en esta escalada de delirio cualquier insulto o vileza se aplaude como si fueran “verdades como puños” cuando en realidad son “puños que quieren imponer verdades”.  
            Las señas identitarias del modelo de civilización occidental, producto del progreso humanista de una sociedad avanzada, donde los valores de libertad, tolerancia, justicia, igualdad, solidaridad, etc…, constituyen el núcleo de la convivencia, debieran haber venido para quedarse. Para que estos principios puedan contraponerse eficientemente contra otros modelos de todo lo contrario, sólo pueden afianzarse y consolidarse, también en los corazones de los que tan orgullosos los exhibimos, precisamente en estos momentos en que todos estamos unidos por el dolor que nos ha causado el terrorismo. La fortaleza de un principio o de una idea sólo puede medirse en la confrontación con los contrarios. De ahí que la tolerancia debe vencer a la intolerancia, la igualdad a la desigualdad, la moderación al radicalismo, y la luz de la razón y la inteligencia a la visceralidad y al cainismo. De lo contrario, estaríamos vencidos.; habrían demolido la principal construcción de nuestro modo de entender la sociedad.
            Si el radicalismo islamofóbico y el islamismo fundamentalista fomentan el antagonismo entre ambos extremos, es porque son conscientes de que la creciente polarización beneficia a ambos. Tal vez, en la clave interna de cada opción pueda explicarse tal intencionalidad por más que no sea justificable; pero lo que no es explicable ni justificable de ningún modo, es el ignorante atrincheramiento de nuestros compatriotas en los reverdecidos bandos donde campa a sus anchas el delirio y la inquina sin cuartel sin el menor viso de inteligencia.  Y mientras la desmesura de unos y otros se entretiene en el deseo de aniquilar otros modos de pensar por la vía inmoral e indecente del exabrupto, la calumnia y las descalificaciones personales, se olvidan que todos están en el mismo dolor y que todos desean acabar con el terror y la barbarie.
¿Quién reivindica entonces los atentados a la sensatez?