miércoles, 23 de julio de 2014

"Mientras no digas te quiero" Lola Beccaría


           
Stendhal quiso teorizar completamente en serio sobre eso que Sócrates llamó: las cosas del amor. Según Ortega, nuestro queridísimo Ortega, merecería la pena emplearse seriamente en el estudio de la famosa teoría del amor como cristalización. En resumen, esta teoría define al amor de constitutiva ficción. “No es que el amor yerre a veces, sino que es, por esencia, un error. Nos enamoramos cuando sobre otra persona nuestra imaginación proyecta inexistentes perfecciones”. Para Stendhal es menos que ciego: es visionario. No solo no ve lo real, sino que lo suplanta.
            Cualquier variable de las contenidas en la estupenda novela de Lola Beccaría “mientras no digas te quiero” viene a formular a Stendhal la siguiente pregunta: ¿Y qué? ¿Cuál es la objeción a que una realidad quede suplantada por otra? ¿No es, acaso, la realidad sobrevenida un fantástico espacio de expansión y arraigo de la felicidad? La autora, con una dulcísima pose narrativa y una limpia idea de las claves misteriosas del amor, le planta cara al teórico para esgrimirle una pregunta definitiva: ¿No será que el error es salirse del amor?
            “Nos acostamos con quien queremos, pero el corazón se nos resiste”. “Sabemos todo sobre el sexo y, sin embargo, el amor es cada vez más misterioso”. En “mientras no digas te quiero”, se va a proponer una estrategia de seducción; pero no es un taller cualquiera que trata de enseñar trucos para conquistar hombres o mujeres, sino que facilitará la exposición en abierto de las aspiraciones de varias mujeres que van a encontrarse, por primera vez, frente a sí mismas. Aprenderán a entender que la entidad femenina no se completa proyectándose hacia un hombre, sino que, cualquier seducción, ha de empezar buscando la autenticidad de la naturaleza propia.
            Lola Beccaría vuelve a poner de relieve con esta novela una visión analítica de la compleja sicología femenina en el terreno de los amoríos. La mujer tiene que adaptarse también a una actualidad que ha incorporado un conjunto de nuevos valores, entre los que se encuentra el placer del sexo no intervenido con cargas morales e independiente. Y eso no significa una renuncia, ni siquiera una mínima degradación del lugar que ocupa la necesidad amorosa en toda su potencia. Lo que significa es que existen muchos modelos relacionales entre hombres y mujeres, y de lo que se trata es de encontrar y experimentar todos aquellos que concuerden de verdad con lo auténtico de cada cual.  

lunes, 30 de junio de 2014

Apuntes contra el futbol.


           
Los que pertenecemos al grupo de personas que maldecimos el fútbol queremos explicarnos ante la muchedumbre, a sabiendas de que ella nos debe a nosotros más explicaciones que nosotros a ella. En realidad, créanme, no hay nada que objetarle al diseño de un juego deportivo de equipo ciertamente espectacular. Al igual que puede suceder con otros deportes, la perspectiva del espectador puede alcanzar una elevada metáfora y una elaborada filosofía consecuente. Nada que decir tampoco sobre los que se acercan o se aficionan sin más pretensión que la de desconectar divertidamente de los problemas cotidianos. Yo no soy nadie para dirigir los gustos y, mucho menos, juzgarlos; allá cada cual. Sin embargo, hay una panoplia de razones suficientes para sentirse irritados ante este fenómeno de masas tan extendido.

La primera crítica ha lugar sobre la base del discurso que sustenta la abultada presencia del futbol contra el resto de deportes y otras alternativas no deportivas. El argumento esgrimido es que hay una “abrumadora mayoría” de aficionados a este juego. Tengo que reconocer que no he contado los aficionados uno por uno para estar tan seguro de eso. Tampoco es cuestión de detenerse a pensar cuántos aficionados cambiarían de gustos de contar con otras opciones bien definidas y bien apoyadas. El acento no quiero ponerlo en la más que discutible consideración de “mayoría”, sino en la de “abrumadora”. ¿Por qué tiene que ser “abrumadora”? Los que hemos optado por otras aficiones nos sentimos abrumados con la presencia desproporcionada del fútbol en todos los rincones de la sociedad. Se hace omnipresente en las relaciones particulares o sociales con tal potencia que causa efectos discriminatorios sobre las personas no aficionadas. No hablemos de la presencia en los medios de comunicación.  Puede ser que no sea defecto achacable al futbol pero es claramente un defecto de las personas que lo siguen y entenderán que maldigamos lo que nos discrimina. Hay exclusiones sangrantes en edades tempranas de cuyo estudio emanarían conclusiones preocupantes sobre la educación, valores y principios ínsitos en ese deporte tal y como se está presentando en la actualidad.


Esta última reflexión introduce otro aspecto criticable del modelo deportivo de masa inherente al fútbol: el “desperdicio de las colectividades”. Hay una pobreza moral en el fondo de toda esta esta cuestión que nos irrita a unos pocos. Nos negamos a creer que no sea posible aprovechar tan ingente cantidad de personas para otra cosa que no sea jalear un gol o tontear con una victoria. Cuando se posee una capacidad de convocatoria tan gigantesca creemos que hay una necesidad humana y social de detenerse a pensar qué se puede hacer con ello en beneficio del hombre. No pensarlo es una dejación culpable que desaprovecha un potencial valiosísimo y da que pensar lo obvio; se maneja como un instrumento de “aculturación” intencionada, como sucede con la televisión, sin que se participe al aficionado del núcleo de la nueva cultura: aborregamiento en el vacío. Cabe añadir otro escabroso capítulo más en referencia con las perversiones económico-injuriantes derivadas del pago voluntario de cantidades enormes, para ver lo que igualmente verían pagando mucho menos y destinando el restante en otras opciones. Los que maldecimos el fútbol, en realidad estamos maldiciendo otras cosas y lo que nos irrita nada tiene que ver con el juego. Estamos esperando que las muchedumbres nos den explicaciones.

           

sábado, 22 de marzo de 2014

Adolfo Suárez dimite con carácter irrevocable.


 

           
A la hora en que las tazas del “café para todos” se están quedando sin un segundo reparto y ningún mandamás ha heredado esa mudanza que va del “puedo prometer y prometo” al “puedo cumplir y cumplo”, el Presidente Adolfo Suárez nos ha hecho llegar su carta de dimisión con carácter irrevocable. “Hay momentos en la vida de un hombre…” y también “hay momentos en la muerte de un hombre…” Téngase en cuenta que en ambos trances, lo repetido es “hombre” y es francamente difícil haberlo logrado en dos despedidas, sin manchar la sonrisa seductora. Ha tardado once años en ir olvidando la carta que nos ha presentado con una letra más borrosa en cada renglón. ¡Tenía tanto que olvidar, que nos legó su olvido! Primero los suyos, al grito de ¡al suelo, que vienen los nuestros! le enseñaron que era fácil olvidar las lealtades. El Presidente Adolfo, tan aplicado en aprender, aprendió la lección del olvido a fuerza de repetirse, una y otra vez, lo que no debía y lo que no podía recordar. La lista sería larga y los agradecidos serían muchos en el recuerdo y en la desmemoria. Probablemente más en la desmemoria. Ha sido tan productivo su olvido que ha facilitado el recuerdo espurio de una caterva de figurantes y tramoyistas. Los elogios de hoy fueron insultos ayer. No le quedó otra al Presidente Suárez que beber repetidas veces del mítico Leteo para postergar a los que lo habían postergado. La trágica sucesión de episodios luctuosos en su familia hizo el resto. ¡Malditos los reconocimientos tardíos! Curioso, cuanto menos, es el eslogan de esa manifestación multitudinaria de hoy: “marcha por la dignidad”, de cuya expresión pueden colgarse las dimisiones del Presidente que siempre se nos “marcha por la dignidad”. La primera fue por la dignidad política y la segunda por la dignidad biológica. Su propuesta transformadora fue “de la ley a la ley” en el tiempo en el que era la mejor opción de cambio. Hoy la ley fisiológica pide cumplirse escrupulosamente, de la ley de la vida a la ley de la muerte, dejándonos la huella de un hombre de Estado, que probablemente haya llegado a la convicción de que su renuncia a su puesto en la vida es más beneficiosa para él que su permanencia. Sus palabras de ayer se entonan igualmente hoy para esta transición sin retorno. Nos está presentando la dimisión con carácter irrevocable para iniciar su trasformación definitiva de lo físico a lo metafísico, y hemos de otorgar nuestra consideración porque aquí ha cumplido con total solvencia sus encargos. Olvide en paz, descanse en paz, Sr. Presidente.

martes, 4 de marzo de 2014

La erótica de las esdrújulas.


 

           
Yo me acuesto con las palabras como otros se acuestan con sueño. Me gustan sobre todo las esdrújulas, con sus entonaciones pizpiretas. Como a uno no le alcanza para necesidades vulgares, acaba atrayendo las extravagancias de la lengua hasta la misma almohada. Las que más abundan son las llanas en manoletinas, muy al uso de lo corriente y moliente. Yo veo una llana y se me ponen las exclamaciones con sus puntos revueltos. Las agudas, en cambio, cargan con un peso descompensado y eso las reputa a los ojos de la rima, por ejemplo. Sin embargo, cuando veo una esdrújula encaramada en esa hermosura fonética, entono el Ah! de las cosas. Por alguna pulsión gramatical o tara ortográfica sin diagnosticar, mis trazos son suyos. La inclinación de las letras verticales se rinde en pleitesía y adoración, si cabe. ¡Oh esdrújulas mías! Qué mayor gozo ese de tomarla delicadamente de una mano y, con la otra, levantarle la sílaba tónica hasta acariciar la tilde superpuesta y advertir tensamente la humedad de las bilabiales y el amoroso temblor del pronunciamiento. Después entretengo la lentitud en ir quitándole una desinencia tras otra. Los plurales caen sin apenas desabrocharse, tan levemente púdicos desean la extradición, que ayudan en esa parsimonia precipitándose al espacio interlineal. En este punto y seguido siento un especial placer en solicitarle al oído: ¿”por qué no vas deshaciendo el diptongo, amor mío”? No veo prescindibles todos los fonemas, así que aquellos mudos como transparencias que conquistan una aspiración, los dejo a propósito de un embellecimiento superlativo. Los singulares, por el contrario, no se dejan arrebatar tan fácilmente; pero ya no tapan nada, sino que descubren los mensajes encriptados de la piel del lexema. Así que la esdrújula se va volviendo caligrama de a poco. Primero retuerce los monemas más elásticos y después extiende los más sonoros a lo largo de un silencio, componiendo una figura lujuriosa y deseable. Entonces es cuando nos disponemos al gerundio como agua que va al sediento. Apelamos a la conjunción copulativa que irónicamente pregunta: ¿”Por el sufijo o por el prefijo”? ¡”Por las fricativas”! –respondo- “y no te rías”. Y nos verbalizamos en asonantes primero y en consonantes después, confundiendo las débiles y las fuertes, las abiertas y las cerradas, las dentales, las palatales y las velares. No confundimos las líquidas porque se nos escurren por el morfema mancillado. Al término se nos caen por la mejilla los puntos de las íes de pura felicidad, y es cuando ella me subraya y yo la entrecomillo tiernamente.