lunes, 26 de abril de 2021

Tirando a dar.

Ojalá pudiéramos detenernos a improvisar sobre los versos que Góngora ponía en boca de un canario enjaulado que había en mi casa, o sobre la conjugación de la rosa y su espinar en gerundio, o sobre los enjambres febriles que atiborran las colmenas del transporte público sin apenas dejar mieles, o sobre las cinco patas de un camello que le apareció, sin saber cómo, a un cuentista en una plaza de Tánger. Ojalá pudiéramos plasmar el arrebato fluyente de una imaginación sin tantanes que, desde cualquier esquina, nos marcan el ritmo y la gravedad de sus voces. ¿No notan que la música de la realidad, en estos días más que en otros, son jadeos de la tierra, cansada de soportar tanto imbécil? Maldigo la hora en la que la poesía tiene que agarrar sus armas y sus caballos, y con sus soldados cabalgar en busca de un campo de hedores resplandecientes. No es en absoluto su hogar, pero ha de salir a defender el paisaje; la llanura que es la decencia, el bosque que es la pasión, el océano que es la profundidad, el horizonte que es la utopía, el alba que es la consciencia, el crepúsculo que es el modo de oración de cada día, las montañas que son las almas, y la belleza, la invasiva belleza que pone el aire sobre toda la materia y sobre todos los fondos. Nos están conquistando la plaza, están poniendo sus picas y sus defecaciones en los huecos que habíamos dejado para el adorno. No hay descanso, pues. No se pueden rendir las plumas ni arrodillar los versos, ni ¡maldita sea! mirar lo que la vista alcanza sin el tropiezo de una fealdad a cada paso, a cada tramo. Se nos están llenando las aceras, los parques, los pupitres, las tribunas, los papeles, las azoteas, las alcantarillas, las orejas, los viajes, las oficinas, los ojos y los bolsillos, se nos están llenando, digo, de neutrales. “Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”, dijo Gabriel Celaya.   

Ningún bueno, en el buen sentido, deja en su caminar su condición de poeta. Los hay de toda clase de sencillez o, lo que es idéntico, de humanidad. Los hay que escriben con la misma mano que cuidan, los que escriben mientras escuchan, los que escriben mientras enseñan, los que escriben poesía cuando arriban la persiana de su tienda, los que cumplen, los que abrazan, los que no se arredran… Pues nada le es ajeno a la poesía que no provenga de la belleza de ser humano. ¡Somos casi todos! Y tenemos a punta de lengua, a punta de palabra y a punta de poema, el trazo dispuesto a surcar un renglón tras otro en el que ir sembrando las rimas y las medidas, al tiempo que señalando las malas yerbas. Ya no hay tiempo que perder, no me asusta decirlo, el silencio ya no es inocente, ni la indolencia es encubridora. No existe una trinchera intermedia, no hay árbitros, no hay tierras de nadie, no hay templanzas. Hay que detener la fealdad y la fetidez, la insolencia de los vacíos y la tibieza de los bobos. Por suerte han salido de sus madrigueras y se lucen en abierto, con sus bocas abiertas y sus odios abiertos y sus tripas en la mano y son reconocibles y están ahí y yo sé quiénes son y tú también sabes quiénes son. Hay que sacar los cañones de flores, los escuadrones de mariposas, las legiones de música, los tanques de colores, las metralletas de besos, las alambradas de manos, los acorazados de fruta, los fusiles de razón y tirar a dar, siempre tirar a dar y no fallar ni una.  

 

lunes, 19 de abril de 2021

Ayuso bajo Umbral.

 

No es extraño que en España, dado su pintoresquismo, se nos hagan visibles las caricaturas que deambulan en los umbrales del escenario natural de la Corte. Personajes siempre hay que actúan con muchísima más enjundia que los actores principales. Salidos de la pluma póstuma del insigne Umbral, continúan haciendo méritos narrativos en el imaginario de aquellas sus columnas. Ayuso es uno de esos valleinclanescos tratados con aspiraciones a tardofranquismo, monja-alférez, Pitita Ridruejo y Sor Jerónima de la Cruz. Me da en la nariz que Paco Umbral está dictando “su libro” desde más allá del programa de Mercedes Milá. Y nos está deleitando con una figura que mejora en mucho la realidad. ¡Qué no daría yo por leer lo que tuviera que decir Umbral sobre Ayuso! Lo que es de justicia es reconocer que tenemos personaje. Y teniendo personaje, se tiene relato, novela, poesía y ensayo. Las columnas, decía Umbral, son una suerte de género en el que el escritor sacrifica parte de un ensayo, parte de la lírica y parte de la actualidad, pero quedan señales de todo ello.

Mirado así, Ayuso nace como columna propia, renunciando al fundamento de lo que representa y sin menoscabo de lo representado. Pierde los argumentos como un coche rechoncho pierde el aceite por la culata, sin que le roce lo más mínimo ninguna contradicción, porque ese no es el juego que se trae, si es que se trae alguno. A ella le basta con que el coche le lleve a donde quiera, atascos incluidos. En España no queda ya nadie que le ponga atención a un argumento, ni falta que hace. Eso lo sabe Ayuso sin haberlo aprendido, de pura sabiduría socrática y asilvestrada. No tiene más que darse un paseo por taquilla y los espectadores, tan voyeurs como han sido siempre los lectores de ABC en el parque del Retiro, se le agolparán para pedirle un autógrafo, como el que se encuentra de golpe y porrazo con Eva Perón en la cola de la verdulería.

De su donaire folclórico le queda, como resbalado, una pátina lírica que la expone entreverada de Lorca, con perdón del Federico que la padeciera, y sin llegarle a la suela de los zapatos a Yerma, pero sí a Margarita Xirgu en el papel de madre de la novia en “Bodas de sangre”, porque su actuación se la está creyendo desde el primer instante, como figura maternal que no deja de oler nunca una tragedia. Ignora que la tragedia es ella. Cerril, negra y tupida, puede sonreír cuando propone una caña y, ya se sabe lo que ocurre en este país de bares cuando se nombra la caña; que todos pican. A la charanga y la pandereta le hacía falta una bailaora descalza de la que se dijera lo que se decía de Lola Flores: ni sabe bailar, ni sabe cantar, pero hay que ir a verla. Su figura es un acontecimiento, un hito, un subgénero en el género de Madrid.

Es el pasado el que, con ella, vuelve a la moda, al presente. Nos quejábamos de la memoria histórica, y resulta que nos está devolviendo el blanco y negro. Da igual el bando, porque para pasar por miliciana hay que admitir que posee el punto rebelde al que le viene estupendamente el color republicano pintado en gama de grises. Posee esa mirada retrospectiva que lleva en las pupilas el velo negro que le cubría la cabeza y los collares a doña Carmen Polo y, para colmo, nos trae la comisura pícara de una corista del teatro chino. En política no se ha visto ninguna Isabel tan completa desde Isabel la Católica y, aquí estamos, pensando todos los días: ¡si Umbral levantara la cabeza!  


domingo, 18 de abril de 2021

La erótica de la estafa.

 

Ahora que todos somos enmascarados y que la inercia histórica nos tapa la boca, estamos en mejor disposición que nunca para hablar sin ser notados. El tapaboca es tan solo una modulación del ser del mundo humano. Ni siquiera es un accidente, sino una metáfora social. Por eso hay que aprovechar las distorsiones de voz en beneficio del anonimato para dejar caer, como el que tose nerviosamente, que cada época contiene su estafa. A cada generación le tocaría destruir los prejuicios de la anterior y, no solo desintegrar un átomo. Sería enormemente instructivo conocer qué dirán de nosotros, pasados unos siglos si, por circunstancias, los timos de nuestra época no se hubieran acumulado a los suyos. Todavía nos cuelga en nuestro tiempo el principio activo del romanticismo, que es el enamoramiento como forma homeopática del amor. Y seguimos aquejados de sus efectos secundarios, aun cuando no debieran haber aparecido. No nos deshacemos de ellos porque, antes de que el romanticismo nos hiciera tocar la lira, fue la biología la que nos hizo poner los ojos en blanco. Así es que no se puede.

Siempre, como diría Nietzsche, resulta difícil romper un lazo, pero cuando se hace, en su lugar crece un ala. No se asusten los impíos, porque para la literatura las alas pueden crecer en los adentros adonde tantas expediciones habría que hacer, una vez nos hubiéramos provisto de la debida escolta. La historia nos pone grilletes, secuestrando con la animosidad de un delincuente cada tiempo y cada idioma. El patriotismo, por ejemplo, es una forma de nombrar al imperialismo, un eufemismo que tiene que ver más con el abuso de lo mío que con el uso de lo nuestro. La verdad es un subterfugio de moralistas, intelectuales y políticos para encumbrar la mala prensa que tiene la mentira, como si cada mentira no tuviera dentro su carga de verdad o cada Quijote no tuviera su Sancho, o cada Madame Bovary su Madonna.  El bien es una intención, nada más, en boca de quienes entendemos bastante mal casi todo. La honestidad, es una oportunidad de ganarse aplausos y hacer triunfar la vanidad por encima de todos.

La historia, en sus etapas, necesita sus parábolas y sus símbolos, por eso los crea. Nos corresponde a todos saber que son teselas de un mosaico, casi siempre dialéctico y fracturado, oponiendo un bien a un mal, un blanco a un negro, en una composición binaria demasiado boba. Esas terribles y funestas cuotas de la mitología histórica, que fracturan con total negligencia la realidad, sólo provocan una producción enfermiza de ideologías. Y los extremos, me tocan. Ser demócrata es una manera milagrosa de ser bueno. El totalitarismo ha engullido todos los males y nos proporciona la gran coartada para subsistir en el terreno angelical y decente. Ser demócratas nos blanquea. Como a nuestros propios ojos, nos blanquea sentirnos víctimas, que es una manera impuesta de evitarnos la consciencia de que simplemente somos espectadores, cuando deberíamos ser protagonistas. La realidad no es ya poliédrica, sino “infiniédrica”. De otra manera habría que sucumbir a las palabras de Adorno que dijo literalmente: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Menos mal que, pese al fundamento de la idea, no se ha sucumbido a su onda expansiva, porque es verdad que Auschwitz es el mayor atentado contra la lírica jamás perpetrado. De todo se deduce que los fundamentos no son nunca unívocos, como una sola columna no puede sostener un templo. Y, luego, para no dejar de tocar la lira, aunque en la partitura se mezclen las notas de todos los sonidos de la orquesta, cada cual que escoja su instrumento. Todas las notas hieren, la última nota, mata.  

lunes, 12 de abril de 2021

Literatura en la Red.

No sé si sucede en otras culturas o en otros países, pero por esta parcela de Europa seguimos practicando la siesta y la tertulia como dos modos distintos de acabar una comida. Ambas formas, bien miradas, persiguen el único fin de distender durante un rato las rigideces del horario. De igual manera que el pequeño sueño puede llevar nuestro pensamiento hacia lugares y relatos inconsistentes, la tertulia es un modelo excepcional para hablar de todo y no hablar de nada. Esto último se comprende muy mal por los extranjeros. No acaban de entender que en una tertulia no haya un orden del día o un tema preestablecido. No saben que la esencia de una reunión así, es precisamente el desorden y la anarquía, sin que lo dicho por cualquiera sea jamás tenido en cuenta, bien en la siguiente tertulia o, incluso, en la siguiente intervención. Cualquier tertuliano tiene tantas oportunidades de desdecirse como intervenciones tenga y, en última instancia nada queda registrado ni cerrado.

En el curso de una de esas tertulias o, quizás, en el curso de alguna siesta, alguien tuvo la osadía de hablar sobre la literatura en las redes sociales. Y, entre libaciones de gin-tonic o, tal vez, entre voces de documentales de la dos, se oyó decir que fulanito era un vanidoso y que, pagado de sí mismo, se creía más de lo que era. Inmediatamente deduje que ignoraba lo que es un escritor y una red social. Vamos a ver: la argamasa con la que trabaja un escritor es la vanidad, sobre todo los poetas. ¿Qué puede escribir un poeta si no cree de verdad que es el mejor poeta del mundo? ¿Acaso un escritor se puede permitir pensar que lo que escribe ya estaba escrito antes, o que lo que dice es ya sabido por muchos? Y en tal supuesto, ¿no estará convencido de que su manera de decirlo es la mejor? Ciertamente esa vanidad es el escalón necesario para salir a la palestra, es decir; darlo a conocer como escrito, novela, poema, ensayo, etc.  

Si un escritor de antes hacía descansar parte de su recompensa espiritual en el anhelo de saberse entendido por el corazón tímido de un lector lejano, hoy, con la inmediatez que las redes propician, a duras penas nos damos cuenta de que existe aún esa especie y no nos permiten verla. Lo corriente es la exhibición y algo así como el “buenrollismo literario”. Este enjambre propiciatorio de “likes” y “corazones” constituye una tupida red laberíntica de confusiones y, por supuesto, la manifestación más superflua de que queremos que nos quieran. Para eso escribía García Márquez, así lo dijo. Se podría decir que hay un tanto más de vanidad en querer que nos quieran que la que hay en querer querer. Sin embargo, la vanidad del escritor tiene de antemano todas mis indulgencias, aunque sólo sea por aquello de que lo que nos hace tan insoportable la vanidad ajena, es que hiere la nuestra. ¿Se habrá entendido que no quiero que hieran la mía?

Benavente contaba que un viejo escritor decía: “No hay duda, estoy en plena decadencia; ya no tengo más que amigos y admiradores”. Es una estupenda tesis que igual encaja perfectamente en una tertulia que en una siesta, pero que, aunque el desdichado escritor la desmienta a renglón seguido, hoy tiene más fundamento que ayer porque los amigos y admiradores pueden fingir radicalmente su condición tapándose en las redes con un aluvión de “me gusta” y no haber practicado la autenticidad. Comportamiento que no deja de ser un alimento saciante, o lo que es lo mismo; un alimento que nos quita el hambre, pero no nos engorda. Y, si lo que no mata, engorda y no nos está engordando, resulta que nos está matando. ¡Otro gin-tonic, por favor, que me estoy despertando!