jueves, 9 de noviembre de 2017

"Opinionismo versus catalanismo"


La explosiva emergencia de herramientas de comunicación inmediata y la instalación de una fortísima creencia de que la “opinión” ha de gozar de una sacralizada protección contra todo análisis mínimo que la expulse de los circuitos visibles, ha instalado en la sociedad una perversa filosofía cuya formulación resumida bien pudiera ser: “el derecho y la libertad de opinar no hace necesaria la inclusión de razonamientos complejos, investigaciones o fundamentaciones que la verifiquen siendo igualmente válida que las que sí contienen tales condiciones”. Filosofía que se retuerce aún más si tenemos en cuenta que la validez de una opinión entronca hoy día mucho más con su capacidad para propagarse que con la naturaleza de su postulado.
Bajo esta densa y oscura banalidad instalada, basta un impulso simplista que imagine o desee algo entendido como un bien, para que se invite a otros miembros de la sociedad a que renuncie a construir un criterio con buen juicio y se adhiera, sin más, a la buena intención. Éste “sin más” no es otra cosa que prescindir de un principio esencial que hoy es muy necesario rescatar: “los efectos no pretendidos de la acción”.
UNICEF, por ejemplo, ha tenido que recordar el predominio del conjunto sobre sus elementos, y de la misma manera, las consecuencias no deseadas que se derivan de las decisiones simplistas. En el año 1.999, en Bangladesh solamente, la política norteamericana de no importar prendas donde hubiesen intervenido menores de quince años echó a la calle a unos 50.000 infantes, que pasaron a picar piedra, prostituirse y delinquir.
El boicot a los productos catalanes, propuesta que proviene sobre todo de un impulso de las vísceras sin estrenar y de esa atalaya del opinionismo filosófico, tiene su efecto inmediato sobre los trabajadores (independentistas o no) de las empresas boicoteadas. Los mecanismos de producción y comercialización dirigidos a obtención de beneficios, a poco que se conozcan, se adaptan automáticamente a los niveles coyunturales, siempre encaminando tal adaptación al mantenimiento del beneficio; lo que significa que se reducirán los costes en la mano de obra que no se necesite y otros ajustes que no tienen por qué propiciar ese pretendido castigo. Si, además, como está ocurriendo, la decreciente comercialización de determinados productos determina una mengua de compra a proveedores, pues resulta que el boicot acaba haciendo mella en Extremadura. Añadiendo un elemento más a las consecuencias de este delirio de boicot, el consumo de otros productos no catalanes como alternativa, habría que buscarlo en esos que no tuvieran proveedores del territorio boicoteado, so pena de estar provocando el efecto contrario al perseguido y tal asunto, dada la urdimbre comercial, es por el común de los consumidores totalmente desconocida como anticipar el décimo movimiento de ajedrez del adversario.
A partir de un magnífico ensayo de Hume sobre rivalidad comercial, las sociedades han incorporado un nuevo modelo de entendimiento que prueba que el aumento de la riqueza y el comercio de cualquier territorio, no sólo no perjudica el de sus vecinos, sino que la fomenta y que es difícil que un territorio (Hume habla de “país”) pueda hacer grandes progresos si los que le rodean se hallan hundidos.
Resultado de una educación que veta en las aulas una mínima instrucción para el pensamiento, es este apabullante caldo de ignorancia puesto al servicio de una común holganza circulante, que no ha aprendido a distinguir “creencia, opinión y conocimiento”.   Ya vale.

          

viernes, 25 de agosto de 2017

¡ÚLTIMA HORA!


           
ÚLTIMA HORA: Desde la perpetración de los asesinatos en las ramblas de Barcelona hasta este mismo instante en que se cierra esta edición, NADIE ha reivindicado los atentados a la sensatez.
            El pueblo unido en el dolor y en el propósito bienintencionado de poner solución definitiva a este tipo de horrores, ignorante de que su visceralidad aún puede empeorar las cosas, lo primero que ha hecho ha sido reverdecer los bandos y las bandas. Digo “reverdecer” porque, a la vista queda, estaban ahí latentes a la espera de que algo o alguien les hiciera la llamada oportuna. La culpa va a ser siempre del otro y en esta escalada de delirio cualquier insulto o vileza se aplaude como si fueran “verdades como puños” cuando en realidad son “puños que quieren imponer verdades”.  
            Las señas identitarias del modelo de civilización occidental, producto del progreso humanista de una sociedad avanzada, donde los valores de libertad, tolerancia, justicia, igualdad, solidaridad, etc…, constituyen el núcleo de la convivencia, debieran haber venido para quedarse. Para que estos principios puedan contraponerse eficientemente contra otros modelos de todo lo contrario, sólo pueden afianzarse y consolidarse, también en los corazones de los que tan orgullosos los exhibimos, precisamente en estos momentos en que todos estamos unidos por el dolor que nos ha causado el terrorismo. La fortaleza de un principio o de una idea sólo puede medirse en la confrontación con los contrarios. De ahí que la tolerancia debe vencer a la intolerancia, la igualdad a la desigualdad, la moderación al radicalismo, y la luz de la razón y la inteligencia a la visceralidad y al cainismo. De lo contrario, estaríamos vencidos.; habrían demolido la principal construcción de nuestro modo de entender la sociedad.
            Si el radicalismo islamofóbico y el islamismo fundamentalista fomentan el antagonismo entre ambos extremos, es porque son conscientes de que la creciente polarización beneficia a ambos. Tal vez, en la clave interna de cada opción pueda explicarse tal intencionalidad por más que no sea justificable; pero lo que no es explicable ni justificable de ningún modo, es el ignorante atrincheramiento de nuestros compatriotas en los reverdecidos bandos donde campa a sus anchas el delirio y la inquina sin cuartel sin el menor viso de inteligencia.  Y mientras la desmesura de unos y otros se entretiene en el deseo de aniquilar otros modos de pensar por la vía inmoral e indecente del exabrupto, la calumnia y las descalificaciones personales, se olvidan que todos están en el mismo dolor y que todos desean acabar con el terror y la barbarie.
¿Quién reivindica entonces los atentados a la sensatez?

                

sábado, 22 de abril de 2017

CUTRE CIENCIA A LA ESPAÑOLA.


Por causa de un fortísimo golpe de mar he aprendido de César Vallejo a decir justamente lo contrario de lo que dijo, y hoy vengo a hablar de la desesperanza. Desalentado, tras acercarme tímidamente al mundo de la investigación científica universitaria, es imposible no proclamar que la incompetencia, en este país, se aliña en el caldo de las probetas. Y no podemos esperar ya, que como Neruda, algún investigador encuentre la luna bajo la piel humana. No porque no haya poetas de la ciencia, sino porque se ha fabricado una impenetrable urdimbre de talibanismo burocrático que machaca “golpe a golpe” a nuestros científicos, a la vez que le niegan el “verso a verso”.
Tres eran tres las hijas de Elena, tres eran tres y ninguna era buena; una, la promoción endogámica del profesorado frente a la excelencia; dos, la terrible burocracia de gestión de fondos y proyectos, y tres, la carencia absoluta de incentivos a los investigadores en función de sus méritos.
            Quiero pasar de puntillas ante el deficiente presupuesto que la investigación obtiene hoy de las arcas públicas porque, tal vez, haya una razón gigantesca que la amerite. Y es que, como alguien decía, “si les diesen los equipos y los medios adecuados, podrían demostrar su total incompetencia”. De modo que es mejor para muchos poseer una excusa salvífica que quedar al descubierto. De esta trampa, los más conmovidos son los soldados del ejército que, atónitos, contemplan a los capitanes entretenidos en batallas que se saben perdidas e inútiles y que, en ningún caso, remueven ninguna capitanía donde, apaciblemente, dormitan bajo el reflejo apagado de sus medallas oxidadas. Los capitanes, víctimas también, han sido abatidos con los mortíferos obuses de la costumbre y la rutina. Los capitanes no saben; los generales, menos todavía.
            Entre dos científicos igualmente competentes; uno que haya leído a Rilke y otro que no, debemos quedarnos con el primero. Concibo la excelencia, también para los investigadores, apoyada en una educación que no sólo consista en transmitir información, también debe instruir en el asombro ante el mundo y la vida, y enseñar a pensar, a sentir y a ser. Todo lo contrario sucede en la carne de nuestros investigadores, adoctrinados para mirar la vida por el ojo de una cerradura, por cuya ardua tarea, obtienen una paulatina mutilación de los órganos del romanticismo y un brillante certificado post-humanista que hace las delicias de una pobre cadena de montajes.
            Una vez arrancadas las alas, lijado el pico, recortadas las uñas, encerrados en su jaula, habituados a pan y agua, deslucido el canto y hechos a la obediencia ciega, ya están sobradamente preparados para rellenar formularios ministeriales donde informen puntualmente de su fecunda impotencia, y a eso le llaman “ciencia” o “tesis” o vaya usted a saber qué.


martes, 31 de enero de 2017

Apunte breve sobre seducción y caballerosidad.

 
Decía a menudo D. Cosme que el rango de caballero obligaba a ser solícito con las damas. Que al igual que se ha de defender los ideales de justicia, verdad o lealtad porque son empresas encomendadas a la caballerosidad, así se ha de velar por los más altos valores de la feminidad. En primer lugar porque, si se ha de entender que la dama pudiera estar interesada, un caballero genuino ha de saber adelantarse, evitándole de este modo a la dama la vergüenza de circunstancia. En segundo lugar porque todo varón bien nacido ha de conceder a una mujer la oportunidad de rechazarlo, y esto no es posible si no hay antes una postulación. D. Cosme zanjaba la cuestión teórica dando un enérgico bastonazo sobre el suelo y añadiendo: ¿por qué cree usted que me adoran, hijo mío? Hoy ya no es lo que era. El pasado parece un país lejano donde se hacen las cosas de otro modo y, sin necesidad de muros, la frontera es infranqueable. La elegancia de un aristócrata no es tanto una estética como una ética, cuyo dictado nos ordena desenvolvernos de tal manera ante los otros, que no quepa jamás otra cosa que un agradecimiento. ¿Usted me entiende?