martes, 4 de marzo de 2014

La erótica de las esdrújulas.


 

           
Yo me acuesto con las palabras como otros se acuestan con sueño. Me gustan sobre todo las esdrújulas, con sus entonaciones pizpiretas. Como a uno no le alcanza para necesidades vulgares, acaba atrayendo las extravagancias de la lengua hasta la misma almohada. Las que más abundan son las llanas en manoletinas, muy al uso de lo corriente y moliente. Yo veo una llana y se me ponen las exclamaciones con sus puntos revueltos. Las agudas, en cambio, cargan con un peso descompensado y eso las reputa a los ojos de la rima, por ejemplo. Sin embargo, cuando veo una esdrújula encaramada en esa hermosura fonética, entono el Ah! de las cosas. Por alguna pulsión gramatical o tara ortográfica sin diagnosticar, mis trazos son suyos. La inclinación de las letras verticales se rinde en pleitesía y adoración, si cabe. ¡Oh esdrújulas mías! Qué mayor gozo ese de tomarla delicadamente de una mano y, con la otra, levantarle la sílaba tónica hasta acariciar la tilde superpuesta y advertir tensamente la humedad de las bilabiales y el amoroso temblor del pronunciamiento. Después entretengo la lentitud en ir quitándole una desinencia tras otra. Los plurales caen sin apenas desabrocharse, tan levemente púdicos desean la extradición, que ayudan en esa parsimonia precipitándose al espacio interlineal. En este punto y seguido siento un especial placer en solicitarle al oído: ¿”por qué no vas deshaciendo el diptongo, amor mío”? No veo prescindibles todos los fonemas, así que aquellos mudos como transparencias que conquistan una aspiración, los dejo a propósito de un embellecimiento superlativo. Los singulares, por el contrario, no se dejan arrebatar tan fácilmente; pero ya no tapan nada, sino que descubren los mensajes encriptados de la piel del lexema. Así que la esdrújula se va volviendo caligrama de a poco. Primero retuerce los monemas más elásticos y después extiende los más sonoros a lo largo de un silencio, componiendo una figura lujuriosa y deseable. Entonces es cuando nos disponemos al gerundio como agua que va al sediento. Apelamos a la conjunción copulativa que irónicamente pregunta: ¿”Por el sufijo o por el prefijo”? ¡”Por las fricativas”! –respondo- “y no te rías”. Y nos verbalizamos en asonantes primero y en consonantes después, confundiendo las débiles y las fuertes, las abiertas y las cerradas, las dentales, las palatales y las velares. No confundimos las líquidas porque se nos escurren por el morfema mancillado. Al término se nos caen por la mejilla los puntos de las íes de pura felicidad, y es cuando ella me subraya y yo la entrecomillo tiernamente.

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