martes, 10 de diciembre de 2013

En este momento, Mandela, "el gran hombre negro".


Lo que probablemente corresponde escribir bajo estas líneas es un párrafo de largo silencio. La muerte de Mandela viene a desalojar las conciencias de los hombres de esos descabalados ruidos del odio. Al sobrevenir un vacío de maldades aparece el silencio de los aprendices, que ya es un primer gran paso. Madiba ha sabido “metaescribir” su legado prescindiendo de las palabras y ha colocado sobre el tapete del planeta un par de enseñanzas indiscutibles: la voluntad y los actos. Es un novísimo “mutus liber” donde beber la alquimia para convertir el plomo en oro y los deseos en realidades. Ahora “el gran hombre negro” va y se muere, que era lo único que le quedaba por hacer para estar más vivo. Siempre fue un hombre brillante (bastaría decir que fue un hombre) y en esa tarea de hacerse más presente en el horroroso mundo de hoy, cuando más se necesita, va a conseguir, con su fallecimiento, una eficiencia espectacular. Con el simple gesto de dejar de respirar va a desvestir, con un solo golpe de mano, a las hordas políticas del planeta (García Montero titula su artículo: “hipócritas del mundo: reuníos”). Si no fuera por las consecuencias fatales que acarrea la indigencia moral de los gobernantes, la cosa tendría su gracia. Véase cómo casar, pongo un ejemplo mínimo, la reivindicación de la herencia de Mandela con las “concertinas”. Lo que tiene gracia es la contundencia con la que Madiba, al morirse, les ha llamado imbéciles, a sabiendas de que el tonto siempre acude cuando lo llaman por su nombre. Allí estarán todos, desnudos y expuestos,  como hermanos del espíritu libre sin conciencia del pecado, al pairo de quienes sentimos la indignación y la vergüenza de contemplar que siempre les toca a los mismos pedir perdón.

 

Aire nuevo.


Como el musgo frío en las rocas sombrías,            

brotan las juventudes vencidas

sobre el lienzo de bocací, que son mis manos.

 

Allí se extienden,

oleaginosas,

las claridades postergadas de actos lejanos,

donde jamás estuvimos,

donde nunca nos hospedaron.

 

Hoy sangran dulcemente,

como ciruelas maduras,

o como el resplandor del vino,

en la boca de la lujuria.

 

Mis juventudes perdidas

callan a voces un aleluya.

 

Aquí en la cima del tiempo,

donde la sombra comienza a descender las horas,

bosteza tan distante la distancia,

está tan lejos lo lejos,

que apenas un rumor alcanza a descubrir,

que hay aire

y que el aire es nuevo.

domingo, 27 de octubre de 2013

A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust.

           
Probablemente la lectura de la obra de Proust se haga siempre al abrigo de una sombra. Propio de su estilo literario es el tamiz difuso que elabora con su escritura alambicada y preciosista. Por eso, en su segundo tomo de “en busca del tiempo perdido”, “a la sombra de las muchachas en flor”, la expresividad del título dé medida del tempo y la recreación de una vida que, lejos de haberse detenido en el pasado, reconstruye una y otra vez un crisol de infinitas notas del presente. Una inclinación aristocrática y un gusto por el refinamiento social no impiden a Proust manejar hábilmente la avalancha de sentimientos alrededor de sus primeros conatos de amor. A pesar de los oropeles y poses del mundo snob en el que se desenvuelven sus recuerdos, el autor queda instalado en la intrahistoria de las motivaciones que el alma de las personas que le tratan poseen. Un delicado amaneramiento del lenguaje es premonitorio de su tendencia a deleitarse en la jurisdicción de lo femenino. Delicadeza que suavemente hace contrastar con un desdén hacia lo masculino. Tal vez en eso, su propia biografía haya acuñado su personalidad literaria. Las muchachas en flor objeto de sus voluptuosidades adolescentes son un festín de elegancia en las remembranzas de Proust. Una enorme panoplia de matices minúsculos en la prosa descriptiva de sus reacciones amorosas, relajan el discurso vitalista y lo dotan de una musicalidad parsimoniosa y dulce. En esta obra, de trazos musicales, se va dejando en secreto íntimo del lector las partes de una añoranza propia, y rítmicamente se van engarzando los fundamentos sensibles de toda memoria personal. A la sombra, pues, de la realidad que le enfrenta y le refleja, Proust, construye su interpretación interior dotando de vida subjetiva cuánto transcurre a la luz. Su retraimiento no es sombrío al modo de oscuridad o tibieza, sino que es resguardo de íntimo fulgor de juventud. Así el estilo cultivado de observación y la pulcra elaboración sobre las anécdotas de su vida, dibujan un cuadro interior de factura bellísima y atraen amablemente la mirada inquieta de quienes buscan en el fondo de la novela un resorte mnemotécnico de sus nostalgias. La dimensión histórica de la obra se apoya en el torrente caudaloso de datos de la época, concerniente al status social del autor; pero más que el retrato de unas condiciones de vida, se plasma prodigiosamente, el colorido de la pátina que impregna la mentalidad en los hombres y mujeres que van desenvolviéndose en la memoria de Proust. Además de los usos y costumbres reflejados, la obra posee el valor de describir las razones que fundamentan esos comportamientos y quedan exhibidos los esqueletos morales que dan cuerpo a una sociedad francesa totalmente expuesta.           


jueves, 30 de mayo de 2013

La eternidad a partir de Rimbaud.



           
Hay un poema de Rimbaud que me llama poderosamente la atención que dice: “¡La hemos vuelto a hallar! ¿Qué? La eternidad. Es la mar mezclada con el Sol”. Los humanos somos engendros rarísimos que, además de inventar la eternidad, inventamos la poesía para hallárnosla a la vuelta de la esquina, ya sea con mezclas de sol y de mar, ya sea con mezclas de nanas y cebollas. La verdad es que el verso sobrecoge porque dibuja una aspiración tan común como evanescente. Sé lo que es el tiempo; pero cuando me lo preguntan ya no lo sé, decía San Agustín. Es de una estupidez tan bella que da risa, aunque se trate de la risa helada que cristaliza en  ráfagas de lucidez. Este verso no solo se las trae, sino que se las lleva. Su fingida sencillez esboza la sabiduría punzante de la noción esotérica revelada; el hallazgo y la eternidad. Son concepciones de amplio espectro, inherentes a un tipo de perspectiva alejada de la lógica racional, valga el maridaje lingüístico. El relumbrón de la sabiduría que exhibe lo es por la deliciosa lógica irracional, solo al alcance de la dulce locura de los poetas o los tristes. Y, sin embargo, de una lógica tan humana como el sentimiento de inmortalidad. Ahí radica la segunda potencia del verso: su fuerza. La eternidad contiene toda la fuerza del tiempo y además todo el tiempo. El hallazgo es un encuentro con el “Todo”. La fuerza está en que se produce una disolución del yo en una eternidad resplandeciente representada por la mar mezclada con el Sol. Es el sentimiento trágico de la vida que tan magistralmente describiera Unamuno.  Muestra la aspiración humana tendiendo a la disolución con el cosmos y la trascendencia, impulsada por un deseo angustiado de persistir eternamente; pero que no encuentra asideros racionales para sustentarse y sucumbe a las alas de la voz  poética. Busca la religiosidad del anhelo de perpetuidad y la encuentra en la tercera potencia del verso: la belleza. Porque, al margen de lo que sea en realidad la belleza, nadie elude esa cualidad en un mar mezclado con el sol. La simple contemplación imaginaria de una geografía que enseñe el paisaje de un mar  inmenso mezclado con un sol inmenso, apacigua el alma, que es una de las misiones, si no la única, de la belleza. Y el poema de Rimbaud posee esa virtud de serenar no sin desasosegar antes, alzándose sobre las tres columnas que lo elevan: la sabiduría con que se construye, la fuerza con la que se sostiene y la belleza con que se adorna.      


miércoles, 29 de mayo de 2013

Investigadores vejados.


           
El desprecio que el estado español está ejerciendo sobre las ciencias y sobre la investigación ha alcanzado el grado de vejación. El salto cualitativo tiene lugar cuando la humillación presupuestaria se consuma contra los discursos políticos. El gobierno no escatima elogios ni bendiciones a la investigación y a la ciencia. Esta práctica también le pertenece a la oposición, que no es más que el mismo gobierno sentado en otra bancada, dicho sea con el ánimo de hacer constar que nos hemos dado cuenta. No hay discurso (por llamarlo de alguna manera) que no resalte los valores inherentes del fomento de la investigación. Unos y otros convienen en el potencial desarrollo que generaría una política adecuada, pero olvidan que las concepciones metafísicas de la sociedad se concretan en la cifra presupuestaria que se coloca en una casilla. Habiendo escogido sibilinamente estos olvidos, no olvidan, en cambio, recurrir una y otra vez al mantra de los tiempos: I+D+i. El acuse de la vejación se produce cuando se asiste a una urdimbre argumentativa verdaderamente bien fundamentada. Ninguna institución del estado esconde su admiración de la excelencia alcanzada por nuestros investigadores, sencillamente porque lo contrario no estaría en el ámbito de lo políticamente correcto. Ninguna institución se opone a considerar que la mayoría de los avances científicos comportan uno a uno mayor transformación social que bibliotecas enteras de legislación. La excelente reputación que un científico posee para los ciudadanos de nuestro país, mucho nos tememos, está siendo usada por los aparatos del estado para cubrirse de gloria –los hay que se pasean por los centros para darse un baño de batas blancas-. La vejación, insisto, consiste precisamente en esa puesta en escena cínica que exalta un valor aniquilándolo después en los presupuestos. La comunidad científica no es estúpida, precisamente son los primeros de la clase, y su fortaleza intelectual que les da para darse cuenta de esta tropelía, también les da para aplicarse arduamente en sus menesteres sin muchas distracciones. Da la impresión de que se conforman, pero quiero pensar que en algún laboratorio hay algún becario o contratado en precario que está a punto de descubrir o inventar alguna fórmula magistral, para que los cínicos se vayan a la mierda sin necesidad de que se les mande, por una cuestión de educación, claro.       

martes, 28 de mayo de 2013

Los pastilleros de la Junta de Andalucía.


Sorprendentemente a estas alturas del siglo XXI todas las revoluciones están pendientes. Debo hacer la confesión solemne de que ignoro por qué revolución empezar. Las hay de todos los gustos y colores, las de corte cultural, espiritual, económico o sexual, por ejemplo. Hasta hace unos días acometer la revolución sexual constituía la prioridad, pues se descarga a la vez conciencia y próstata; sin embargo, visto el regalo en el que la Junta de Andalucía gasta el dinerito, la prioridad sería descargar la mente de todos los delitos que la habitan. Y es que todo lo que se me ocurre es delito.
            El comportamiento humano posee ese raro resorte que acaba saltando antes por un “recochineo” que por una tragedia. Es decir; entre que sea explicable que la población muestre signos de angustia y que en La Consejería de Empleo te regalen un pastillero va un trecho peligrosísimo. Salvadas las sospechas que devienen por un regalo de ese cariz, -no se me ocurre nada bueno que recomiende ese obsequio- hay que preguntarse si las instituciones poseen cada una de ellas su respectiva “puta madre” donde depositar las porquerías que van echando sobre la población. En este momento en que más importante que llegar a la luna es llegar a fin de mes, a ustedes, con su buen gusto, no se les ocurre otra cosa que regalar donde meter las pastillas con la saña de grabar en piel “Consejería de Empleo”.
                Se me ocurre que, tal vez, algún retorcido haya querido experimentar eso de facilitar la solución creando el problema, como cuando de la mano de las respuestas se suscitan las preguntas. Se regala el pastillero donde se guardarán los ansiolíticos o antidepresivos que se necesitarán para contrarrestar la ansiedad o la depresión que el propio pastillero ocasiona. Es un bucle de arte porque estamos en Andalucía y andarán pensando que todo lo más saldrán comparsas o chirigotas o quizás un “cante jondo” para poder quejarse a gusto. En cambio, la realidad es otra bien distinta. Por lo que yo puedo intuir y por los signos que ese “foquismo guevariano” va desentrañando a golpe de pastillero sembrado sobre la fértil cabeza de la pobreza humana, las gentes han dado un paso de gigante que consiste en pasar de la indignación al “algo hay que hacer” y la Junta regalando pastilleros precipitándolo todo: qué arte!

miércoles, 24 de abril de 2013

Hay tantos hombre en mí...


Hay tantos hombres en mí

cansados sobre las cosas…

 

¡Qué extraños corazones

habitan  las sombras!

 

¡Qué rara avidez,

por nacer de las rocas!

 

En el aire no están

ni las voces ni sus bocas.

 

¡Qué raros hombres

suceden mis horas!

 

Qué raros hombres

cansados sobre las cosas…

lunes, 25 de febrero de 2013

Corbatas de hoy.


De la corbata se ha dicho que es la última coquetería del hombre, el último feudo de amaneramiento permisible. El dichoso trapito cuenta con las certificaciones de un fundamento histórico suficiente, no se hace necesaria la referencia. Ha sido y es un signo de elegancia tan decorativo como práctico. Engola el buche seductor del pajarraco al tiempo que le abriga la garganta y le chorrea graciosamente la pechera salpicándolo de coloridos imposibles. Para el buen uso de la corbata es imprescindible saber mover la cabeza y para saber mover la cabeza es condición tenerla. De otro modo, la corbata es afectación en lugar de elegancia. La sabiduría popular es muy precisa en esto y sabe distinguir a golpe de vista una corbata de otra como a un ahorcado de otro. Llevar un nudo en la garganta puede ser tan garboso como patético; hay que estar dotado de aquel sentido antiguo, tan defenestrado hoy, que es el “buen gusto” para dar con el pescuezo adecuado y la ocasión propicia. Dentro del ámbito laboral hay quienes pasean el cargo al cuello porque no conocen otro método de exhibición de mérito ni divisa de jerarquía que la que va por fuera, y se apresuran a la atadura en cuanto reciben el nombramiento.  Este tipo de hombrecillos en cuanto se anudan la corbata empiezan a mirar por encima de las gafas, aunque no usen, y confunden el trapo con unas alzas en los zapatos. Es importante el tamaño de la lengua como extensión de la burla y el modelo de anudado, que siempre es corredizo como en la soga del ahorcado. Hay personajes con corbata y corbatas con personaje, se ve muy bien quién lleva a quién. La manera más natural de ejercer la prenda tiene que ver con la invisibilidad y el mimetismo, con ir diluyéndose graciosamente en el conjunto personal e incluyendo en la composición los adornos de la personalidad. Si no es así, como un “sfumato” pictórico, el personaje comete un “corbatismo” con ensañamiento, que lejos de herir da una risa tan floja como el nudo que no aprieta. Ahora, que el hombre y el oso van dejando de ser hermosos por feos, no se me antoja la corbata como la última coquetería, sino como el trazo definido de un polígrafo pintado en el pecho que dice exactamente la verdad de quién es quién o, al menos,  hace un señalamiento muy interesante siguiendo el hilo de lo que apunta.

Actualidad desde la gripe.


Bastan poquísimas horas de enfermedad y reclusión para que lo que vienen a llamar “actualidad” suceda de corrido en los aledaños del propio saloncito y no te quede otra que ponerte al día de paracetamol y seriales de la tristísima realidad. Es indiferente que hayas seguido o no “la cosa” de los desmanes televisivos y sus mil variantes discursivas, porque en menos que te suenas los mocos te enteras de todo al detalle. Parece que no viene nada mal que, de vez en cuando, la gripe se apodere de uno y lo aprese frente a la prosaica y pedestre naturaleza del “sinvivir” rutinario. Han estado muy graciosos Los Goya y sus cuchufletas, pero lo verdaderamente de troncharse han sido las reacciones políticas de nuestros? representantes, dejando un nivel de parvulario suspendido en el aire tan simplón como triste. Bárcenas se ha llevado la palma de oro en los premios que otorgamos los griposos, tras pasear la alfombra donde descalzarnos las babuchas de pueblo raso y con sentido común. Aún no sé qué ha dicho ante un notario que no deba decir ante un juez o ante el partido o ante el país entero. Los desahucios han vuelto a la palestra también, sobre todo con perseverancia y un alentador “in crescendo” que llevan sangre tan exclamativa como una bala -las balas han sido siempre exclamativas como las pistolas interrogativas-. En el trasiego que va del sopor dulce hasta la náusea quise oír que un Papa había dimitido, lo que no me parece importante a no ser que se use el suceso para decorar una novela pornográfica donde los oropeles, la curia y el fetichismo juegan un papel importante, amén de las concepciones morales de los actuantes. Aquí lo que llama la atención del moribundo griposo es que todavía se sorprendan algunos del ruido de sables que trasciende de la Capilla Sixtina, pero también hay que congratularse de que a la mayoría le importe un pimiento todo eso del Vaticano y el periodo de cuaresma bicefálica que se abre. Nadie se alarme, pero en vez de un Papa habrá dos. “El estado está en descomposición” dice el ex presidente autonómico Revilla y, claro eso es nombrar la soga en casa del ahorcado, porque la gripe viene descomponiendo todo muy a lo Urdangarín y Doña Infanta con la Monarquía y no está el cuerpo para esos gases. El método tres, que sugiere otros dos métodos más como mínimo, solapa el catalanismo en un salto de fin de semana y el debate sobre el Estado de la Nación ha quedado tan arcaico como este artículo pasada la gripe.

jueves, 14 de febrero de 2013

El Mito de Crissua.


Fue anterior a los amaneceres y al significado de las letras. Tan anterior al principio del Tiempo que no habían sido fundados aún los espacios infinitos, ni instalados los sucesivos caos del cosmos, ni el cosmos mismo. Diríase que sucediera por delante de la realidad sin alcanzarla.
Un tronante latigazo de luz, aún no cabía nombrar los rayos ni los relámpagos pues no existía la climatología, cobró el ímpetu de los cuerpos incandescentes bajo la extensa noche y áspera oscuridad de la nada. Su amorfismo primigenio se fue mudando en la figura viril más hermosa de los preliminares del tiempo.  Tan violenta era su belleza que los universos, galaxias y planetas tuvieron que posponer su nacimiento por no quedar perennemente obnubilados. La potencia armoniosa que adquirió su carne soberbia no mancilló una pizca la descomunal ternura de sus gestos. Su boca y sus ojos darían lugar a la música. Su carne sirvió a Júpiter para la lluvia de oro que sedujo a Leda, pero eso fue mucho después, si cabe hablar de secuencias temporales. Así irradiante, vagaba en el aire innombrable, y su preciosidad era tan dúctil que se desprendía de sí mismo, licuado, vertiéndose en canales, arroyos y ríos que se expandían sin límites empapando y anegando en mieles y almíbares toda la extensión de la inmortalidad.  Así, derretida su lindeza, habiendo conquistado y ocupado el completo ideal de la perfección y el Arte, se durmió, digamos un tiempo.
Entonces, -el mito es confuso en esto-, la futura Diosa de las palabras innombrada “Verbatia”, compareció en la Historia, desde no se sabe bien dónde, pletórica sobre una cuadriga lujosísima que tiraban dos entes encariñados sin figura reconocible, cuyos nombres eran “Xisca” y “Filipa”. Se detuvo ante el espectáculo de un Océano impetuoso de aguas graves y espléndidas. Y sintiendo en las entrañas una atracción imparable y una sed inefable, como jamás recordara haber notado, desprendiéndose de su atuendo de ensueño, brocado de felicidades y signos de puntuación, Verbatia se zambulló ávida y febril, sin saber lo que hacía porque quedó engendrada en ese preciso trance.
Ningún elevado signo de lo eterno se había deslizado todavía en su conciencia y, llamada a inventar las palabras, comprendió que la delicada criatura de su vientre, a quién llamó “Crissua” por distinguirla, estaba destinada a poner sentido, belleza y significado en el corazón mismo de las palabras y las letras todas, cuando las hubiera. Crissua es el néctar primoroso que cada palabra contiene en la barriga y cada expresión sugiere cuando el lector supera el envoltorio. También es el ultramundo que cada escritor vislumbra y persigue en el más allá de lo que dice. Adviértase la entrelínea perfumada de aroma magistral y la luminosidad encendida que los vocablos revelan. La Humanidad  debe a la linda locura de Verbatia y a la terrible fertilidad de la belleza la dicha y la gracia con que las palabras vienen dotadas. Crissua es el sentido.     

miércoles, 13 de febrero de 2013

Respaldo a Ada Colau.

Convengamos en que una de las peores formas que adopta el crimen es cuando se hace respaldar del ordenamiento jurídico. No cabe ninguna duda de que se va a entender bien si se traen algunos ejemplos. La esclavitud fue un asunto deleznable y repugnante, aun en el tiempo histórico en el que estuvo vigente. El exterminio judío a manos del fascismo alemán contó con todas las bendiciones legales del derecho positivo y sólo pudo condenarse recurriendo al derecho natural (véanse los juicios de Núremberg). Entonces, como ahora, todo comportamiento palmariamente injusto de las leyes en vigor, sobre todo, cuando de esa injusticia se derivan auténticas situaciones de drama humano como en la esclavitud, es un crimen. Y quienes lo sustentan con su posición inmovilista o temerosa son criminales amparados por la legislación vigente. El asunto hipotecario en este país exige implicaciones humanas de la sociedad civil porque, tanto por la letra antediluviana de la propia Ley de principios de siglo, como por las nefastas e interesadas manipulaciones en el sector inmobiliario de los últimos años, el hipotecado es una víctima del sistema urdido entre bancos, especuladores y las instituciones políticas. El tamaño de la injusticia es tan grande y tan alto que ha conseguido poner de acuerdo a jueces, magistrados, alcaldes, policías locales, cerrajeros, secretarios judiciales, prensa nacional e internacional y muchos otros. Ellos se han puesto de acuerdo en manifestarse públicamente contra los desahucios masivos y también contra el concepto de “deuda eterna” de los desahuciados. La legislación comparada tampoco aguanta un debate serio. En “petit comité” hay algunos políticos indignos que se avienen a reconocer las tragedias que se están derivando de una norma obsoleta y violenta, pero su escasa talla humana no les deja hacer pública su opinión. A mi juicio están cometiendo un crimen con la ley en la mano.    


domingo, 27 de enero de 2013

La Urdangarinada o la amputación de un miembro.


Athos, Conde de la Fère, contrae matrimonio con una mujercita, bella como los amores, de quién está locamente enamorado y recibe las ingenuas delicias de su juventud. Un día, mientras paseaban amorosamente, a ella le sobreviene un desvanecimiento y, por accidente deja al descubierto parte de su piel donde hay tatuada una flor de Lis. “¡El ángel era un demonio!”, grita Athos. Inmediatamente procede a su ahorcamiento, sin más notificaciones ni preavisos. Traspasados los muros de la fantasía y adviniéndonos a la realidad del Duque de la cosa erecta, el paralelismo con el episodio que escribe Alejandro Dumas es visible. El Señor de los empalmes ha venido tapando su flor de lis hasta que un desvanecimiento ha dejado al aire sus ejercicios de nobleza. La Casa Real ha reaccionado amputándose un miembro en su página Web, que es como una preterición sin cafeína, pues la página web es secamente un espacio virtual y, mientras tanto, el miembro Real sigue pegado a la carne como la mano al brazo. ¿Será Urdangarín la mano en el conjunto del cuerpo?  Téngase en cuenta sus proezas en el balón-mano. No es baladí la comparación con tal extremidad por más que él se reivindique “en Palma-do” con ese jueguito sutil y brillante de palabras encadenadas que tan hermosamente le retrata. Más bien parece que lo que sí ha venido empalmando es una fechoría con otra y, lo que es aún más claro: los balones le han llegado a la mano porque en el equipo todos deseaban pasarle la pelota. Su posición en la cancha era más adelantada para el gol. Ahora que podríamos decir que se ha “caído con todo el equipo” tendremos que mordernos la expresión y quedarnos en eso de que el “ángel era un demonio”.   Y asistimos y asistiremos al espectáculo grotesco de un sinfín de notificaciones y preavisos, mientras el equipo seguirá entrenando. Aquí hay más flores de lis de las que por accidente se han mostrado, no percibís el perfume en el viento?

martes, 22 de enero de 2013

El prostíbulo de los partidos.


En el fondo un romanticismo tardío les alianza el alma con su casa-madre. Lo que aprendieron de la “matria” no se lo arrebata la “patria” y, sobre todo, sus dientes antes que sus parientes. Les salva el cinismo como único resorte de una inteligencia opaca; ni siquiera les alcanza la reputación del secreto, y en estos momentos el beneficio de la duda está invertido en favor de la acusación. Responder siempre lo mismo ante cualquier pregunta, sea la que sea, ya no es un ejercicio de retórica parda, ni tampoco un insulto, es una violenta agresión a la dignidad colectiva, una guerra que trata de aniquilar lo que queda de sociedad superviviente y, esa cantinela no debe servirles ya ni para ganar tiempo, ni al pueblo para adormecerse.
Al “sufrido”, es decir, al pueblo, los finales sibilantes de D. Mariano les resultan ventosidades, y los redobles de cabeceo de D. Alfredo, como para tomar la Bastilla, provocan arcadas y risotadas en el palco, por favor repartan bolsas (no cabe incertidumbre; son “el hombre desdoblado” de Saramago). Si se pudiera decir que provienen de alguna sabiduría, del Brahmanismo o del Vedanta, por ejemplo, pero vienen del partido (la “matria”) como otros provienen de los escolapios, donde tiene lugar el éxtasis de la sociedad cerrada y un aire denso les aclimata el ambiente en las clases de podredumbre. Son clases intercambiables y homologables, sombrías y oscuras con créditos validables para todas las catapultas.

Ya no es tiempo de decir que no todos los políticos son iguales, eso hay que probarlo. El delincuente está arropado por el encubridor, el sátrapa está apoyado en el pusilánime, el mediocre descansa sobre el cobarde, el tonto se elige en el Congreso como mal menor, el estúpido llega a la cima porque todos temen su estupidez, el ladrón compra voluntades con el dinero de sus robos, los bobos se adoctrinan para que crean que esto es así. Lo que antes fuera la “razón de estado” hoy es la “razón de partido” y cada caso es un Dreyfus condenado a sabiendas de su inocencia. La alta política y la “realpolitik” es “la conjura de los necios” acallando la estridencia y sazonando el hedor con auditorías peregrinas y comparecencias de primaria. En las aulas de los partidos solo se aprende eso.
El buen político, hombre de conciencia intelectual con aspiraciones a mejorar la sociedad de todos, comprometido humanamente con una idea de justicia, de igualdad, de libertad y de sociedad, valiente para desentrañar los defectos de la convivencia y con capacidad para proponer la transformación de la vida en común, con talla humana y/o nivel intelectual, independiente para denunciar, señalar y castigar rápidamente las corruptelas de sus propios,  nos ha sido arrebatado por esta panda de putas de carretera. No todos son iguales, claro está, pero aquellos que se corresponden con el ideal de nobleza de la política no quieren entrar en el prostíbulo y la indolencia de unos ciudadanos aletargados no ha comenzado todavía a barrer el local. Vaya plan.

Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski) Stefan Zweig


Unos acercan la vista a la materia para desentrañar las vísceras de lo visible y otros, como Stefan Zweig, ajustan la mirada hasta el punto invisible del espacio para descubrir la existencia de las otras materias. Naturalmente que la altura de la cima desde donde mirar ensancha el paisaje y lo extiende y, así mismo, toda altura es una profundidad en el espacio hacia arriba. Tan partícula es el átomo como una estrella en el firmamento en comparación con la infinitud de lo que le rodea. Toma distancia del personaje sólo para cerciorarse de que se trata del elegido y, una vez enfocado, se zambulle en las galerías más hondas de la obra para entresacar las virutas de alma que cada personaje o que cada descripción lleva esparcida del propio autor. Con ellas, las virutas, emplasta una nueva masa donde modelar, según su particular visión, la figura del hombre que va a biografiar. Diríamos que no estudia la obra a partir del escritor, sino al revés. Parece que con esa manera de contar  los acontecimientos que van sucediendo en la obra y en los personajes, no cupiera más que una vida como la que el autor ha llevado. La extremidad de las pasiones enfrentadas simultáneamente, caso de Dostoievski, se convierten en la clave que explica su paso por prisión y por Siberia, o bien la continua penuria de su existencia. Como una especie de puzle a la inversa, Zweig, va encajando las piezas dentro de la caja que envuelve el juego, luego de haberlas separado de su lugar en el mapa que dibuja (a veces resulta mucho más difícil reubicar las piezas de un puzle en su lugar desordenado que colocarlas en su sitio, donde las figuras y contrafiguras dan pistas) La interpretación vertida en sus biografías va más allá de la descripción y la explicación y más bien parece un actor que un biógrafo, no de otra manera puede entenderse que el modo de escribir sobre cada cual se parezca al modo en el que escriben ellos. Cuando habla de Dickens, por ejemplo, cuenta: “había vivido en Hungerford Stairs en una buhardilla sucia y oscura, troquelando pastillas de betún en cazuelas y envolviendo con hilos miles y miles de ellas al día, hasta que sus manos de niño le escocían y lágrimas de humillación le saltaban de los ojos”. Aquí Zweig se ha convertido en Dickens y ha copiado su estilo, está interpretando el papel como un actor en escena frente a un público que, atónito, asiste a ver en esa figura al propio autor. Cuando escribe sobre Dostoievski su pluma se atormenta y se desmesura, subiendo y bajando por las escaleras de las emociones, crepitando o presagiando en una grisácea calma rusa. De hecho se extiende más que con los otros porque está recreando la misma circunstancia de embalaje que cuenta sobre las obras de Dostoievski. De él puede decirse con exactitud lo mismo que se dijo de su autor; su obra transcurre dentro de sí y no fuera. Adopta su temperamento, lo incorpora para sí y, con él aprendido, se sienta frente al papel a hablar sobre sí mismo y le sale Dostoievski en cada renglón, por lo tanto su esfuerzo hercúleo no está en escribir, sino en representar. El genio de Zweig es ese, tragarse el personaje y vomitarlo en forma de tinta sobre el papel. Su principal virtud, la de situar al lector frente a una nueva obra del personaje muerto como si estuviera aún vivo, no desluce las otras capacidades de Zweig, pero las solapan. Por ejemplo, cuando distingue al hombre ruso del hombre europeo (págs. 139 a 142) su enfoque es originalísimo y certero y, sin embargo, suena a Ortega por todos lados. Ese sacar de cada hombre el paisaje y el paisanaje poniéndolo como el océano en el que navegará su carácter es casi orteguiano por dos razones: primera porque es un ángulo psico-social del  hombre en el que las circunstancia se inocula como factor constructivo y, en segundo lugar, porque la prosa es elegante, limpia y clara como la de D. José.  Desde luego estamos ante un genio.

 

No cumplo el deber del silencio


No cumplo el deber

sencillo del silencio

cometo el alarido infantil

de los perdidos

y además es de noche

como después de la tarde

sucedió en el alma.

 

No todo es oscuro.

Sobre la cima de la esperanza

El rayo de tu luz alcanza

A resplandecer la orilla,

La música y la danza.

 

Hace obsidianas el volcán

Y las acacias el tiempo,

Pero, mira:

Hace amor en el aire,

Como rabia en el suelo.

Por más que haya diez milenios


Por más que haya diez milenios

entre tu paisaje y el mío,

la noche va sembrando de segundos

el tránsito de un cántaro a otro cántaro,

con sus gargantas abiertas

y sus vacíos transparentes.

 

Porque, mientras haya luz,

las noches serán doradas

y las alas de agua.

 

Por más que haya diez milenios

entre tu paisaje y el mío,

la lumbre va creciendo de amarillos

la danza antigua de la música a la música,

con sus ojos alertas

y los pulsos calientes.

 

Porque, mientras haya luz,

las bocas dirán ventanas

y las lenguas serán el mar.