lunes, 19 de diciembre de 2011

Diccionario elástico.

            Cuando me atacaron las fiebres gripales se me ocurrieron unas cosas rarísimas y ciertamente indecibles. Recuerdo que tomé notas delirantes en papelillas que nunca más encontré y que mi deseo (febril deseo) era escribir compulsivamente a ciegas; es decir, con los ojos cerrados y la mente vagando a la deriva. Entre los jirones de memoria que me llegan de esos días, cuento con una seria proposición que hice a la Real Academia de la Lengua: un diccionario elástico. Con los ojos cerrados se me abrían vistas apasionantes e imágenes verdaderamente fantásticas de cuyos perfiles puedo intentar dar pinceladas con el convencimiento de que jamás lograré transmitir la plenitud de los acontecimientos.
            Un desfile de neuronas tomaba asiento en un aulario, digo yo que cerebral, frente a una pizarra enorme. Como había decidido prescindir de toda disciplina, deberían imaginar, mientras leen, un batiburrillo caótico de neuronas de todas las edades y condición. En todo delirio siempre hay un Napoleón falso, no obstante, allí se sentaba el auténtico, lo pude tocar. Arreciaba, en el interior de la bóveda craneal, que diría Juan José Millás,  una furiosa tormenta de impulsos eléctricos a modo de guerra de tizas, que no está mal tratándose de una gripe común.
            Una inmensa masa neuronal amorfa tomó una posición magistral bajo el encerado verde y lejano. De repente se convirtió en boca de la que salió una afilada lengua, que era claramente un florete afiladísimo y agilísimo con el que comenzó a escribir la palabra “necesidad”. Conforme el trazo avanzaba las letras iban adquiriendo vida sin eludir la palabra que las contenía. Quiero decir que se agrandaban y se encogían sin perder el orden y la conexión con la palabra al completo. El renglón con su única palabra comenzó a serpentear, cambiando al mismo tiempo de tamaño. La culebra mudó su piel monocolor por otra vistosísima, repleta de salpicaduras luminiscentes y bellísimas composiciones frenéticas, parecía un cuadro de Pollock.
            Todo así, con los ojos cerrados de par en par, se oyó proveniente del entarimado la palabra “tiempo”. Entonces, el reptil “necesidad” comenzó a engordar y a brillar, a ocupar cada vez más espacio y a moverse con cierta elegancia rítmica en una danza seductora. Cuando alcanzó una extensión universal, es decir; todo el escenario visible y audible, con una anchura inabarcable, alguien intuyó la fertilidad natural de los conceptos que atrapan la codicia seminal al vuelo. ¡Se acabó ese “tiempo”! –gritó la masa neuronal amorfa- Y con el florete pinchó la monumental “necesidad”, haciendo estallar en un innumerable rosario de palabras iguales a la boa, y dando lugar a un salpicón de pequeñas serpientes, delgaditas y escurridizas que enlazaban las letras del término “capricho”. 
            Creo que debí abrir los ojos un poco porque en ese preciso instante del estallido comprendí lo del diccionario elástico; pero la fiebre no había disminuido aún, según me dijeron, porque me lamentaba continuamente de haber perdido en Waterloo, qué cosas.
                        

domingo, 11 de diciembre de 2011

Insomnio de otoño.

            Pongamos que te desvelas un tanto angustiado a una hora intempestiva de un domingo de otoño (digo otoño porque sucedió en otoño). Imagina que decides ir a la cocina a prepararte un vaso de leche caliente, tomártelo y volver a la cama a ver si pudieras dormirte de nuevo, pero al pasar por el salón hay un hombre sentado en el sofá leyendo el periódico a la luz de la lamparita de IKEA y ese hombre eres tú. Piensa que lo que te asombra de eso es la indiferencia con la que te lo tomas y la tranquilidad con la que le preguntas si quiere un vaso de leche. Y ese hombre, quiero decir tú mismo, apaciblemente te responde, sin apenas mirarte, que sí. Pues bien, esto mismo me sucedió a mí con la particularidad de que no me gusta la leche ni en pintura.
            Mientras preparas ambos vasos te ilusionas con la idea de tener una conversación  distinta, no en vano las compañías humanas evitan los insomnios ajenos y éstos suelen ser aburridísimos por eso mismo. Colocas ambos preparados en la mesita de centro y observas atónito cómo el sujeto en cuestión se bebe sin respirar el vaso de leche hirviendo, a la vez que a ti te arde la boca y la garganta. Quieres preguntarle algo y percibes en su rostro, el tuyo, el aspecto claro de la incertidumbre. Decides guardar silencio y entonces el hombre del sofá se relaja y continúa leyendo un periódico intemporal cuya primera página relata la pérdida del Sahara y la muerte de Gadafi. En la contraportada escriben al alimón Campmany, Camba y Umbral. Crees, como yo, que se trata de un problema de sintaxis, tal vez un abuso del “futuro histórico”.
            Todo es muy confuso y, sin embargo, entretenido para un momento de desvelo en mitad de la madrugada. Te encuentras allí en tu salón contigo mismo compartiendo una realidad desdoblada. Como he repetido muchas veces que me tengo comparado con la comida francesa; soy más apetecible en la carta que en el plato, puede ser que este “yo” tan ensimismado, sea la trascripción literal de lo que los comensales leen de mí o piensan de mí. No sé qué puedes pensar, pero mirado desde aquí al lado, el hombre, que eres tú, es mucho más grande que tú; casi roza el techo y las piernas alcanzan el tabique de enfrente. Junto a él te vas mermando y él permanece altivo, arrogante, magnífico. Cada vez te haces más diminuto, hasta colarte, imagínatelo, por la hendidura que hacen los cojines en el sofá y, a todo esto, aparece tu mujer por el pasillo (antiguamente corredor) y dice: esta noche estás guapísimo, pero podías haber usado un solo vaso, corazón.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Mingote: Marqués de Daroca.

            El Rey acaba de nombrar Marqués de Daroca a D. Antonio Mingote. Me acabo de enterar y no doy crédito, sin ser Banca. Tratándose del “abecé” del humorismo gráfico, y del humorismo gráfico del “abecé”, no le faltan méritos para el reconocimiento general. Cuando aún no eran tiempos de recortes, los españoles ya recortaban sus viñetas en La Codorniz. Los académicos ya entendieron en su día la necesidad de poner chispa entre sus sesudas butacas y lo sentaron en el sillón de la “R”. Ahora la Monarquía, es lo que no comprendo muy bien,  entendiéndose escasa de histriónica nobleza, lo incorpora a su Corte Aristocrática para mejorar su casta y otorgándole el Título se apropia de Mingote. No le hace falta, digo yo, porque en sus “prietas-las-filas” goza de dos chistes mayúsculos sin parangón; uno es la Duquesa de Alba y otro es la “urdangarinada”. Con el primero te ríes a mandíbula batiente y con el segundo se te hiela la sonrisa; el pueblo no lo pilla,  pero alguien lo ha pillado.  Debe ser que la Monarquía se siente propietaria legítima de la letra “R” y, antes de que un “R-econocido” Señor de la “R-isa”, pula, fije y dé esplendor al margen de toda “R-ealeza”, lo toma para sí nombrando Marqués a quién ya es un “R-ey”. El Título no hace al monje, que ya venía así de casa. D. Antonio Mingote es Alcalde honorífico del parque del “R-etiro” y un “R-eputado” “R-egidor” de la “R-isa” y la “R-etranca”; es “R-eferente” del “R-espetable”, así que “R-eivindiquémoslo”; nos lo han “R-obado”.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Breviario de los vencidos. E. M. Ciorán.

            Mucho más acertado sería decir “breviario de los victoriosos”. En cada línea, Ciorán, reclama su nombre. Exige la autenticidad esencial de un yo sacudido de la ponzoña cultural y religiosa. Su horizonte nítido consiste en la visión de sí mismo sin filtros ni reflejos; desvestido hasta de las ideas. Reclama el misticismo del dolor como cualidad imprescindible de la existencia humana y lo va a dejar ahí sin apenas tratamiento. Cualquier pócima moral que trate de aliviar un sufrimiento se convierte en hastío; verdadero origen de los desmanes sociales. Su posición es la de un nihilista por estética también; aunque recupera a la música de toda fórmula de adoctrinamiento, como suprema abstracción. “La música sustituye a la religión al haber salvado lo sublime de la abstracción y de la monotonía. ¿Los músicos? Unos sensuales de lo sublime”. El “yo” para Ciorán es soledad a perpetuidad y consciencia de la muerte; por eso también queda alejado de la infancia. Muestra, con los rayos de su cólera pensadora, la fraudulenta felicidad religiosa que se ha impuesto a costa suya, a costa del “yo”, tornándose desde el primer momento en la enemiga de la necesidad. ¿A qué tanto veneno? La visión estética del mundo le suscita una verdad incendiaria: la vertiente artística de las crueldades del pasado. “La crueldad es inmoral para los contemporáneos; como pasado, se transforma en espectáculo, al igual que el dolor encerrado en un soneto”. Ciorán, trasciende lo superfluo para instalarse angustiosamente en sí mismo. Su intuición de que alguien “a solas” le habita radicalmente, le causa la zozobra intelectual de desenmarañar intensamente el ramaje frívolo que lo naufraga. No está vencido porque se entrega a la pelea contra la indolencia, contra el tedio y el cansancio, contra la existencia desnaturalizada.