domingo, 27 de octubre de 2013

A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust.

           
Probablemente la lectura de la obra de Proust se haga siempre al abrigo de una sombra. Propio de su estilo literario es el tamiz difuso que elabora con su escritura alambicada y preciosista. Por eso, en su segundo tomo de “en busca del tiempo perdido”, “a la sombra de las muchachas en flor”, la expresividad del título dé medida del tempo y la recreación de una vida que, lejos de haberse detenido en el pasado, reconstruye una y otra vez un crisol de infinitas notas del presente. Una inclinación aristocrática y un gusto por el refinamiento social no impiden a Proust manejar hábilmente la avalancha de sentimientos alrededor de sus primeros conatos de amor. A pesar de los oropeles y poses del mundo snob en el que se desenvuelven sus recuerdos, el autor queda instalado en la intrahistoria de las motivaciones que el alma de las personas que le tratan poseen. Un delicado amaneramiento del lenguaje es premonitorio de su tendencia a deleitarse en la jurisdicción de lo femenino. Delicadeza que suavemente hace contrastar con un desdén hacia lo masculino. Tal vez en eso, su propia biografía haya acuñado su personalidad literaria. Las muchachas en flor objeto de sus voluptuosidades adolescentes son un festín de elegancia en las remembranzas de Proust. Una enorme panoplia de matices minúsculos en la prosa descriptiva de sus reacciones amorosas, relajan el discurso vitalista y lo dotan de una musicalidad parsimoniosa y dulce. En esta obra, de trazos musicales, se va dejando en secreto íntimo del lector las partes de una añoranza propia, y rítmicamente se van engarzando los fundamentos sensibles de toda memoria personal. A la sombra, pues, de la realidad que le enfrenta y le refleja, Proust, construye su interpretación interior dotando de vida subjetiva cuánto transcurre a la luz. Su retraimiento no es sombrío al modo de oscuridad o tibieza, sino que es resguardo de íntimo fulgor de juventud. Así el estilo cultivado de observación y la pulcra elaboración sobre las anécdotas de su vida, dibujan un cuadro interior de factura bellísima y atraen amablemente la mirada inquieta de quienes buscan en el fondo de la novela un resorte mnemotécnico de sus nostalgias. La dimensión histórica de la obra se apoya en el torrente caudaloso de datos de la época, concerniente al status social del autor; pero más que el retrato de unas condiciones de vida, se plasma prodigiosamente, el colorido de la pátina que impregna la mentalidad en los hombres y mujeres que van desenvolviéndose en la memoria de Proust. Además de los usos y costumbres reflejados, la obra posee el valor de describir las razones que fundamentan esos comportamientos y quedan exhibidos los esqueletos morales que dan cuerpo a una sociedad francesa totalmente expuesta.