lunes, 6 de abril de 2020

AHORA NO QUIERO MORIRME.


Ahora no quiero morirme. No es por nada, pero es que me gustaría ver cómo acaba todo esto. No había visto nada tan embarullado en mi vida y, sin duda, es uno de los espectáculos humanitarios más interesantes de los últimos siglos. Supongo que, como muchos conciudadanos asisto, en el patio de butacas acomodado sobre un estupendo sofá para la ocasión, a lo que para unos es un fin de fiesta apoteósico y para otros un inmejorable comienzo de melodrama. Fastidia mucho el asunto de las muertes, es verdad, porque quita al ánimo la frivolidad de la ficción y lo apesadumbra. Casi todas las muertes tienen su público, pero es un público privado o, mejor dicho, íntimo. Y, cada una tiene la importancia del desamparo y la desolación que le trae a todo ser querido. Sin embargo, no todas las muertes entran en el escenario de la historia con el carnet de figurante y éstas de estos terribles días, conformarán números para el análisis futuro. Cada muerte es un poco mi muerte, pues ya sabemos que mi yo sin el tú se convierte en otro yo distinto. La proximidad, temporal y espacial, las exhibe dentro del presente y esa es la parte del tiempo que contiene mayores dosis de realidad. Una vez entren en el pasado remoto, cuando todos los vivos de hoy compartamos la misma suerte de no ser, entonces, ellos, los fatalmente elegidos, estarán en el escenario de la historia contando el relato de este tiempo, mientras que los demás no serviremos ni de atrezo. Sin embargo, eso no consuela tampoco.
Sí, me gustaría ver cómo acaba todo esto. Tengo en cuenta, no crean, que lo cierto es que lo que se encierra dentro de “todo esto” no se acabará nunca y eso lo hace mucho más apasionante. Tanto interés viene suscitado por la irrupción de innumerables corrientes de opinión, unas veces investidas con la soberbia de erigirse en tesis o teoría y, otras más modestas, pero igualmente fuertes, que se quedan en hipótesis. Parece que hay coincidencia planetaria en que el mundo será otro el día de mañana, como si cada mañana no nos trajera el día un mundo nuevo. Las formas de ese otro mundo de mañana serán diferentes en todos los planos, según queda augurado por la crema de los pensadores. El inmediato nuevo orden económico competirá en originalidad con el nuevo orden social y con la nueva ola espiritual y, todo ese flamante mundo de humanismo reiniciado, devendrá en fórmulas políticas desconocidas hasta ahora. Tiene su gracia saber que Nostradamus venía informando a la OMS de que esto iba a pasar. Probablemente se pueda alejar aún más en el calendario para encontrar más advertencias en cuanto a plagas y pandemias.
Entre los sabios más recientes, se invoca la premonitoria novela de Camus “La peste”,  como la descripción fidedigna de una situación infinitamente parecida. Las decisiones institucionales, las fases de la epidemia y, sobre todo, el comportamiento individual y colectivo de los seres humanos es un calco de nuestra situación. De modo que, leer “La peste” se puede convertir en la asistencia a ese espectáculo del que hablaba al principio, pero sin muertos reales. George Orwell es otro de los muy nombrados estos días. Su novela “1984”, crea el concepto de Gran Hermano tan recurrente para el grupo de distópicos que, aventuran un modelo férreo de vigilancia radical. Me pregunto si es decir algo, poner en el futuro algo que está pasando ya. A mi juicio, Aldous Huxley, llegaba más lejos cuando imaginaba en su obra “Un mundo feliz”, el manejo de las emociones humanas. En cierto modo Harari, escritor mucho más reciente, predice este manejo de emociones que, a diferencia de Huxley, podrán tratarse mediante algoritmos, en lugar de a través de drogas como proponía aquel. Lo que sigue en juego es el futuro; pero es que jamás ha dejado de estar en juego. Las propuestas, cuando leemos a las personas que han pensado el porvenir, no son muy novedosas. En este sentido, probablemente estén indicando, que la condición humana en tiempos de “Un mundo feliz” (1932)  y en “1984” (1948), es decir; antes y después de la II Guerra Mundial, presentaba los mismos elementos y, sobre todo, los mismos miedos. Toda la actualidad informativa está poblada de pensadores, escritores, creadores de opinión, etc.,  que se aventuran a pronósticos más o menos graves sobre un “día después”. Hasta el mismísimo Henry Kissinger (el segundo apellido es casi de máquina de coser mascarillas), que aparece como del averno el día 3 de abril pasado, en una columna en “The Wall Street Journal”, nos indica con su “dedo militari” lo que tenemos que hacer para evitar convulsiones. Repito: Henry Kissinger diciéndonos cómo evitar convulsiones sociales. No me digan que no es un espectáculo esta época.
Hay, por consiguiente,  una avalancha de predicciones que maridan muy bien con la cantidad de inquietudes naturales que alberga la población. Curioso es señalar que, aquellos que mejor afinaron un futuro, son los que lo pensaron fuera de actualidad y, al margen de una atmósfera saturada de información. De todas las otras que circulan hoy en todos los medios, alguna acertará, como el que acierta un número de lotería, no cabe duda. Y, además, nos queda de fondo de armario, todos los asuntos que ayer eran importantes y que, latentes, continúan esperando de nuevo su momento: la educación, la inmigración, el cambio climático, la laicidad, la corona sin virus, los movimientos financieros especulativos, la pobreza, las redes sociales, el arte, etc., etc., etc. Todos los grandes momentos de la historia, son grandes espectáculos para las generaciones futuras. En mi opinión el gran número de circo al que asistimos atónitos es el que nos ha mostrado con lucidez Jürgen Habermas en una entrevista del pasado sábado publicada en el diario de Berlín “Kölner Stadt-Anzeiger”.  “Una cosa se puede decir: nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia ni sobre la presión de actuar en medio de la inseguridad”.  Esto se pone interesante.   
    

     

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