No pretendo mucha originalidad porque de febreros está el
mundo lleno. Si aciertas a afinar la vista a lo largo de la historia, es como
una plaga que, año tras año, invade una parte del tiempo, aunque sin muchas
pretensiones porque es el mes mínimo. También de febrero se sale, como de
Europa se sale. Inglaterra está que se sale y el coronavirus está que se entra.
Inglaterra era el país mínimo y era a Europa como febrero a los meses restantes.
Entre el aburrimiento de lo incomprensible y la angustia antiviral, no se da
pie a una mínima promiscuidad deseable. Debatidos entre un “brexit” que nadie
entiende y un miedo inoculado, (a saber si por algún Dios de laboratorio, o
algún laboratorio de Dios) campamos de bostezo en bostezo y por ahí nos entran
los virus. La mezcla de aburrimiento y angustia en la población está por
estudiar. Sabemos que hay un tipo de entretenimiento que lleva en el tuétano el
propósito de aburrir por más paradójico que sea. No es un aburrimiento fecundo,
sino de holganza y desidia.
Vivimos confundiendo pereza y holgazanería cuando la primera
–que es el pecado capital- descansa en la mayor de las desesperaciones y es,
por encima de todo, hiperactiva. La pereza, corre que se las pela para huir de
la cumbre de la lucidez, que es la locura. Le resulta terrorífica la
contemplación y la calma creadora porque allí anida el arte, la poesía, el
pensamiento y demás elevadas funciones humanas que, atisbándose, asustan a
espíritus débiles. La pereza es hacer algo práctico para dejar de hacer algo
importante, mientras que la vulgar holgazanería, si tiene algo que ver con la
desesperación y la angustia, es porque la provoca. No hace nada práctico porque
no se ha dado cuenta de lo importante y no tiene que huir de sí mismo porque
todavía no se ha encontrado. Es un acierto hacer de la pereza un pecado, porque
huir de lo importante, una vez descubierto, clama al cielo, aunque se propicie
desde la tierra. Un pecado “civil” y un cielo “agnóstico”, naturalmente, porque
lo único verdaderamente religioso es el arroz con leche que hace mi madre: es
divino.
La filosofía antigua distinguía entre el conocimiento
logrado con esfuerzo (ratio) y el que es recibido por el alma atenta
(intellectus) que sabe escuchar la esencia de las cosas y puede comprender lo
maravilloso y lo trágico. Triste es reconocer que la sociedad nos educa para la
distracción y acaba colonizando nuestra conciencia. ¡Qué más da el febrero
anecdótico del calendario si lo importante es el tiempo que somos! ¿Seremos,
también “tiempo mínimo? Es decir: ¿Polvos de estrella o escombros del universo?
Lo más importante suele ocupar las últimas páginas de la prensa, donde se suele
mostrar el despertar del alma con los suaves trazos de algún columnista que ha
entendido que nada de “lo otro” tiene eternidad, y lo serio de verdad es lo que
se sugiere y queda insinuado precisamente para el “intellectus”, allí donde se
comprenden las razones que la razón no entiende. La humanidad ya no sabe
dormir, entre otras cosas porque no despierta, que es el destino del dormir
mismo. La comprensión suprema se acerca mucho al borde de los sueños, pero hay
que preparar el despertar antes de dar la cabezada y, para eso, tenemos que
acallar los ruidos. No nos lo ponen fácil y somos perezosos hasta en febrero.
Por eso, los periódicos hay que empezarlos a leer por el final, porque es ahí
donde están los principios. No se líen.
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