domingo, 8 de abril de 2018

UN PENSAR RASURADO

Alcanzar verdades ontológicas sobre la realidad cotidiana no es un asunto exclusivo de la filosofía reconocida y, si bien es verdad que la entidad del pensamiento se acepta mejor cuando se  cubre de una cierta seducción lingüística, también hay que admitir que, fuera del lenguaje, hay verdades incontestables de uso diario como la de que “cuanto menos me afeito, más duran las cuchillas”. A primera vista se trata de una pretensiosa evidencia con mayores aspiraciones de las que podría suponerle cualquier lector desocupado; sin embargo, ha sido desechada como parte de la “ley de la naturaleza doméstica” una y otra vez, sin que tal elusión pueda clasificarse entre las conscientes o inconsciente, sino entre las idiotas. No es así, y se pueden hacer comprobaciones de distinta factura. Una de esas comprobaciones es precisamente la factura del Mercadona que a poco que se repase canta tal conclusión. No basta con que la frecuencia de compra sea menor, eso puede llevar a engaño; hay que dudar, pues esa es el eslabón más fuerte del método filosófico y elucubrar si cabe la posibilidad de que se hayan comprado en otro sitio, por más que en estos tiempos casi todo el mercado sea Mercadona (de ahí su nombre premonitorio). Que estas disquisiciones puedan pertenecer al mundo sensible o al mundo ideal no es cuestión discutible ya que mis cuchillas llevan incorporada una mesilla de gel suavizante y, por eso, Platón no dudaría en incluir esta realidad en el primer mundo. Tampoco es una acción banal sin consecuencias planetarias de primer nivel, pues de tal axioma se colige que, con poco que pongamos de nuestra parte, tenemos la capacidad indiscutible de interceder en la obsolescencia programada de los materiales afeitándonos cada tres días en lugar de cada mañana. Otro protocolo de verificación es la observación directa de los objetos que, al parecer es simple porque consiste en mirar las cuchillas en el cajón de las cuchillas; pero hay que incluir, querámoslo o no, la cuantificación del tiempo y eso requiere haber leído a Kant y saber que la entidad “tiempo” no pertenece más que a la condición mental humana, lo que complica la cosa gravemente. Esta formulación admite, sin duda, dificultosas derivaciones de cuya trascendencia no voy a hablar en este apunte porque, por ejemplo, se podría determinar que “cuanto menos me afeito, más duran las cuchillas siempre y cuando no las use para cortarme las venas” ya que las cuchillas que cortan venas son de un solo uso y eso todo el mundo lo sabe.

miércoles, 4 de abril de 2018

Mujeres:costumbrismo y tradición.


Bajo el señuelo de la tradición se nos cuela la antigüedad y el antaño. Hay una distancia insalvable entre lo simbólico y lo costumbrista. Lo primero alude, apunta, sugiere y se expande en la conciencia, buscando, si cabe decirse así,  el tamiz subjetivo y personal. Lo segundo impone, dogmatiza, impregna y, sobre todo, acusa y condena su transgresión. Buscar, por tanto, en las raíces, aquellos botones de muestra que ilustren, enseñen y expliquen el “status” social contemporáneo parece obligatorio en una sociedad sana. Traer a la modernidad las esquirlas de la historia es hacerle el relato de su existencia y es mostrarle el camino que se ha hecho ya y que por haberse superado, puede mirarse así desde el hoy. Es esa una de las misiones de la tradición. Sin embargo, cuando lo que se sustancia es el retorno de comportamientos cuya pretensión es modelizar valores agotados hace tiempo, estamos en otro asunto que bien puede llamarse retroceso. La sociedad que pierde perspectiva sobre los abundantes matices que cuelgan del término “tradición” ya no es tan sana. Cuando se permite la visibilidad de la imagen de una Virgen, eso es tradición; pero cuando se le condecora, es antigüedad y reacción. Sobre todo es despropósito que obvia el doloroso mensaje que le llega a toda mujer, en cuanto a la exaltación de lo que fue en su día una coacción sexual contra la condición femenina. Si se recuperan los discursos que devalúan a una mujer frente a otra por el hecho de haber roto la telita vaginal, alguna regresión estamos soportando; las mujeres más. Y cuando las mujeres regresan un peldaño, los hombres regresamos dos, como dicta la casuística de la historia. Pudiera ser que, como efecto colateral, se vayan sutilmente instalando hábitos de recriminación, sanción moral e incluso, como en el caso reciente de una soldado arrestada por no asistir a los actos religiosos del día de la “Inmaculada Concepción”, sanción reglamentaria. No resulta aceptable admitir sin una mínima voz de repulsa la difusión, sacada del oscurantismo medievo, de una moralina que por alabar una condición –la virginidad- está degradando lo que jamás debió degradarse. El poderoso patrimonio pedagógico de la tradición no puede esconder sibilinamente arcaísmos y anacronismos de otras generaciones y no porque su tiempo esté agotado, sino porque la sensibilidad común debe estar a la altura de los tiempos. Siendo verdad que los miembros de una generación no tienen como carácter distintivo el ser contemporáneos (el vivir en el mismo tiempo), sino el de ser coetáneos (de vivir del mismo modo el tiempo), la tarea de la sociedad sería la de incorporar los símbolos y las tradiciones a la generación coetánea y no a la inversa: que las tradiciones nos lleven al  modo de vivir de sus épocas. 

viernes, 19 de enero de 2018

Los Fracasados


Te vas un día cualquiera, de esos de calendario, a patearte una tarde, pongamos de otoño por aquello de las aproximaciones con la melancolía. Y miras, como se ha de mirar en las tardes de otoño, ya sea con un proyecto de pasado para soñar a gusto lo que fue amargo, o con una nostalgia de futuro, anticipando el recuerdo de una alegría por venir. Es, entonces, que el escaparatismo hace trasbordo desde los ventanales hasta los difusos yoes de los transeúntes y es cuando te dices que, a ese locuaz e informal sonriente no puede salirle nada bien en la vida. Una vida que es el costumbrismo de esos días de calendario, noctámbula por definición del diccionario de otoño. Es como una literatura de Larra o de Galdós abultando los bolsillos de los paseantes, donde se ha de guardar lo que no desluzca la apariencia externa, tan atildadita para salir a la calle.
            La vida se paga con la vida, pero quien sueña demasiado, derrocha lo que luego vive ocultando como una íntima indigencia de vida que no pudo ensamblar con lo soñado. Te das cuenta de que en la vida se fracasa menos que en los sueños y, en todo caso, se fracasa en secreto. Pero hay días en que los secretos, como los harapos desarreglados de los niños al final del domingo, se salen afuera enseñoreándose, aunque sólo visibles para los iguales, y sabes perfectamente si son fracasados de nacimiento o fracasados de profesión. Todos, hay que decirlo, somos una porción de lo mismo en algunos días, aunque sean de esos de calendario, y, al comprenderlo te empiezan a señalar como a un locuaz e informal sonriente. Te vas a casa.

sábado, 6 de enero de 2018

Escrito a ciegas.


           
Voy a intentar escribir a ciegas y a ver qué veo con los ojos cerrados. Mucho me temo que pasará por una vaga excentricidad de criaturita inconsistente en una mañana de reyes. Y quién así lo piense, dará en el clavo. Sin embargo, aquí en lo oscuro, amén de los sinuosos meandros de mis renglones, el asunto se pone muy negro y me está negado leer lo que escribo. “Total, para lo que hay que leer”, me digo justamente cuando la punta del renglón se ha saltado el bordillo del papel. La fatalidad de estos derrapes es que no puedes volver al rescate de las palabras despeñadas; una vez extraviadas hay que darlas por perdidas. Lo importante en la oscuridad no es lo que ves (que no ves nada), sino lo que miras atentamente para que no sea y, así, cuando fijas la vista en lo que no ves, el objeto contemplado recobra una existencia nunca vista, dicho sea con los ojos cerrados, claro.
Lo que me está resultando aleccionador es descubrir que, para hacer visible el otro lado de las cosas, baste con hacerlas invisibles y entonces ellas solas se abren impúdicamente a una luz desconocida que es la oscuridad. A veces hay que cerrar los ojos para no estar a ciegas –acabo de verlo-. Y, mientras a tientas sigo escribiendo en líneas torcidas, sin la posibilidad de volver sobre lo escrito, pienso que lo importante es estar siempre de ida y que estar de vuelta es un fracaso. Eso quería decir, antes de abrir los ojos.