Mostrando entradas con la etiqueta Galdós. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Galdós. Mostrar todas las entradas

miércoles, 26 de febrero de 2020

ANTINOTICIA


Estoy convencido de que la antinoticia constituye la realidad. Y que esta realidad es justamente lo que no se ve, lo que no se piensa, lo que no se tiene en cuenta, sino la que nos tiene en cuenta. Una antinoticia es que, con el desaire y la indiferencia de los indolentes, presiono el interruptor y se enciende la luz. Una y otra vez al cabo del día (el día es otra antinoticia), hago este gesto y muchos otros que vienen a ser el contexto de una vida corriente. Una antinoticia es Galdós, que retrata la realidad sin salirse de ella, ni por el lado de los accidentes ni por el de la imaginación. Una antinoticia es también ese Galdós fuera del foco de los aniversarios, ese que anduvo al alcance de miles de lectores mientras la actualidad no le prestaba la más mínima atención, pero que era realidad viva, contante y sonante.
Apabulla la realidad igual que al boquerón le apabulla el océano. ¿Qué será el agua?, le decía un boquerón a otro. Y nosotros andamos como los boquerones en medio de una realidad de la que conocemos partículas aisladas, pero que no dan medida del medio en el que respiramos. Cada una de esas partículas lleva en su corazón la fuerza abolicionista de la realidad y se impone su parcialidad ocultando todo lo demás, que siempre es más grande y más importante. Tal vez, para lo que estamos desentrenados es para mirar detrás de cada acontecimiento el lado antinoticia que lleva adherido. El mundo de la comunicación nos está venciendo como jamás había ocurrido, porque lleva la diabólica aspiración de convertirse en océano cuando sus límites no lo hacen más grande que una charca. El coronavirus, si algo tiene de bueno es que ha paralizado el cambio climático. Es una parálisis virtual, se entiende, porque la realidad sigue su curso al margen de los focos y los taquígrafos. Es más, la fuerza de la antinoticia viene dada por la noticia misma, que una vez se proclama anomalía da fuste a la realidad: “la excepción confirma la regla”. Y la “regla” es el contexto, la realidad, el océano.
Situados en esta perspectiva, toda la crónica política, social, cultural, etc., se erige en distracción, más o menos intencional sobre la gran masa de consumidores. Probablemente, nunca han ejercido esa función derogatoria de la realidad como en este tiempo, cuya característica ordena que, nada que no esté en las redes o en los medios existe. Y, sin embargo, la mayor cantidad de existencia, es la que queda fuera, a la espalda de la noticia o, quizás, lo que verdaderamente existe es lo que queda derogado por la virtualidad. La antinoticia es contrapunto dialéctico que se subyuga, es la pugna vigorosa que la naturaleza plantea contra la sociedad y queda aparentemente derrotada. Pero no es así. Lo que consumimos es realidad, no virtualidad. Lo que nos contiene es la parte no visible de las cosas: la salud como presupuesto de enfermedad, la paz como cubículo de cualquier alteración, la seguridad como ley conculcable, la solvencia como estatus vulnerable, la alegría como superficie serena donde pueden caer las piedras de la tristeza. Y, para tristeza, saber que, como boquerones, no nos es dado saber lo que es el agua si no nos sacan de ella y morimos de pura asfixia porque nos falte la realidad para respirar como respiramos.  
  

viernes, 19 de enero de 2018

Los Fracasados


Te vas un día cualquiera, de esos de calendario, a patearte una tarde, pongamos de otoño por aquello de las aproximaciones con la melancolía. Y miras, como se ha de mirar en las tardes de otoño, ya sea con un proyecto de pasado para soñar a gusto lo que fue amargo, o con una nostalgia de futuro, anticipando el recuerdo de una alegría por venir. Es, entonces, que el escaparatismo hace trasbordo desde los ventanales hasta los difusos yoes de los transeúntes y es cuando te dices que, a ese locuaz e informal sonriente no puede salirle nada bien en la vida. Una vida que es el costumbrismo de esos días de calendario, noctámbula por definición del diccionario de otoño. Es como una literatura de Larra o de Galdós abultando los bolsillos de los paseantes, donde se ha de guardar lo que no desluzca la apariencia externa, tan atildadita para salir a la calle.
            La vida se paga con la vida, pero quien sueña demasiado, derrocha lo que luego vive ocultando como una íntima indigencia de vida que no pudo ensamblar con lo soñado. Te das cuenta de que en la vida se fracasa menos que en los sueños y, en todo caso, se fracasa en secreto. Pero hay días en que los secretos, como los harapos desarreglados de los niños al final del domingo, se salen afuera enseñoreándose, aunque sólo visibles para los iguales, y sabes perfectamente si son fracasados de nacimiento o fracasados de profesión. Todos, hay que decirlo, somos una porción de lo mismo en algunos días, aunque sean de esos de calendario, y, al comprenderlo te empiezan a señalar como a un locuaz e informal sonriente. Te vas a casa.