lunes, 17 de febrero de 2020

INTERNET


En el tiempo que fui estudiante de bachillerato y billar, las asignaturas propias del curso limitaban al norte con los libros de texto y al sur con la enciclopedia doméstica. El resto de límites cardinales, si acaso, propiciaban algún auxilio a la asignatura, pero Castilla no era ancha. Recuerdo que nos mandaron hacer un trabajo sobre “el discurso del método” de Descartes. Mis herramientas se reducían a cinco páginas aproximadamente del libro de filosofía, una entrada más bien pequeña de la enciclopedia que había en casa y el propio libro del autor a estudiar. Tuve la suerte de contar con el trabajo que había hecho mi hermana que me llevaba dos cursos de adelanto. Mi trabajo quedó perfectamente cerrado en tres folios escritos en la extraordinaria “Olivetti Studio”. Ahí quedó Descartes. Creo que me permití presumir de haber ampliado estudios, incluso.
A los efectos derivados de la obtención del título de Bachiller Superior, mis conocimientos sobre “el discurso del método”, se suponen suficientes. Tal vez, estos y otros estudios reglados no tengan otra misión que la de situar al individuo frente a una idea general de todas las asignaturas que se imparten, así lo creo. Son suficientes, por tanto, aquellos conocimientos que constituyan ventanas por donde poder asomarse y ver la larga distancia hasta el horizonte. Tampoco cabría mucho más, si entendemos que hay que dejar sitio al billar, por ejemplo. Ortega decía algo así como que hay que enseñar lo que se puede aprender. Por fortuna no se puede aprender todo y por fortuna siempre se puede aprender más. Ambas fortunas, cuando se es consciente de ellas, conforman la antesala de la actitud frente al conocimiento al mismo tiempo que da la medida de la humildad.
Hoy escribo “discurso del método” en un buscador de internet y aparecen 35.200.000 entradas encontradas en 0,48 segundos (advierto, de antemano, que mi conexión a la red es de las más lentas del mercado). Podríamos decir, haciendo malabares contables que tanto gustan al respetable, que si dedicáramos un solo minuto por entrada, estaríamos pegados a la pantalla unas 585.000 horas o bien, unos 66 años, sin apenas detenernos en el estudio de nada, sin dormir, sin comer, sin hacer otra cosa. Por eso, quizás, sea tan satánico el número de años resultante. Lo cierto es que a mi disposición tengo un volumen inabarcable de información sobre este libro en concreto. Podría dedicar, si así lo quisiera, el resto de mi vida a su estudio.
Lo realmente revolucionario es que poseo la libertad de situarme ante el inabarcable conocimiento de cualquier cosa que se me ocurra. Puedo encontrar guías que me orienten, profesores que me hablen sea la hora del día que sea, prácticas visualizadas, monografías de todas las universidades del mundo, foreros especialistas que opinan en tiempo real, textos descatalogados, descubrimientos o avances recientes o inmediatos, por no mencionar que resulta bastante fácil ponernos en contacto con autoridades de cada materia en cuestión como no había sido posible antes. O sea, que “ancha es Castilla”. Tan ancha es, que cuesta vislumbrar los límites o los efectos de este hito histórico.
Es muy visible que mi generación y la siguiente (hoy el tiempo que marca una generación es bastante reducido) no hemos asimilado todavía la parte del método que consiste en el descarte, valga el juego de palabras. Si aprendemos a desbrozar la maleza, vamos a dar de bruces en campo abierto; es decir, en una libertad jamás soñada hasta ahora, lo que nos va a resituar frente a los demás miembros de la sociedad que, a su vez, se tendrán que resituar. Los alumnos van a poder saber más que los profesores, los clientes pueden saber más que los profesionales, los títulos pueden ser papel mojado frente al conocimiento autodidacta. Estamos, pues, ante una riqueza incalculable que nos obliga a todos a hacer mejores carambolas en los billares del mundo, eso creo.  

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