Fue anterior a los amaneceres y al significado de las letras.
Tan anterior al principio del Tiempo que no habían sido fundados aún los
espacios infinitos, ni instalados los sucesivos caos del cosmos, ni el cosmos
mismo. Diríase que sucediera por delante de la realidad sin alcanzarla.
Un tronante latigazo de luz, aún no cabía nombrar los rayos ni
los relámpagos pues no existía la climatología, cobró el ímpetu de los cuerpos
incandescentes bajo la extensa noche y áspera oscuridad de la nada. Su
amorfismo primigenio se fue mudando en la figura viril más hermosa de los
preliminares del tiempo. Tan violenta
era su belleza que los universos, galaxias y planetas tuvieron que posponer su
nacimiento por no quedar perennemente obnubilados. La potencia armoniosa que
adquirió su carne soberbia no mancilló una pizca la descomunal ternura de sus
gestos. Su boca y sus ojos darían lugar a la música. Su carne sirvió a Júpiter
para la lluvia de oro que sedujo a Leda, pero eso fue mucho después, si cabe
hablar de secuencias temporales. Así irradiante, vagaba en el aire innombrable,
y su preciosidad era tan dúctil que se desprendía de sí mismo, licuado,
vertiéndose en canales, arroyos y ríos que se expandían sin límites empapando y
anegando en mieles y almíbares toda la extensión de la inmortalidad. Así, derretida su lindeza, habiendo
conquistado y ocupado el completo ideal de la perfección y el Arte, se durmió,
digamos un tiempo.
Entonces, -el mito es confuso en esto-, la futura Diosa de las
palabras innombrada “Verbatia”, compareció en la Historia, desde no se sabe
bien dónde, pletórica sobre una cuadriga lujosísima que tiraban dos entes
encariñados sin figura reconocible, cuyos nombres eran “Xisca” y “Filipa”. Se
detuvo ante el espectáculo de un Océano impetuoso de aguas graves y
espléndidas. Y sintiendo en las entrañas una atracción imparable y una sed
inefable, como jamás recordara haber notado, desprendiéndose de su atuendo de
ensueño, brocado de felicidades y signos de puntuación, Verbatia se zambulló
ávida y febril, sin saber lo que hacía porque quedó engendrada en ese preciso
trance.
Ningún elevado signo de lo eterno se había deslizado todavía
en su conciencia y, llamada a inventar las palabras, comprendió que la delicada
criatura de su vientre, a quién llamó “Crissua” por distinguirla, estaba
destinada a poner sentido, belleza y significado en el corazón mismo de las
palabras y las letras todas, cuando las hubiera. Crissua es el néctar primoroso
que cada palabra contiene en la barriga y cada expresión sugiere cuando el
lector supera el envoltorio. También es el ultramundo que cada escritor
vislumbra y persigue en el más allá de lo que dice. Adviértase la entrelínea
perfumada de aroma magistral y la luminosidad encendida que los vocablos
revelan. La Humanidad debe a la linda
locura de Verbatia y a la terrible fertilidad de la belleza la dicha y la
gracia con que las palabras vienen dotadas. Crissua es el sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario