lunes, 25 de febrero de 2013

Corbatas de hoy.


De la corbata se ha dicho que es la última coquetería del hombre, el último feudo de amaneramiento permisible. El dichoso trapito cuenta con las certificaciones de un fundamento histórico suficiente, no se hace necesaria la referencia. Ha sido y es un signo de elegancia tan decorativo como práctico. Engola el buche seductor del pajarraco al tiempo que le abriga la garganta y le chorrea graciosamente la pechera salpicándolo de coloridos imposibles. Para el buen uso de la corbata es imprescindible saber mover la cabeza y para saber mover la cabeza es condición tenerla. De otro modo, la corbata es afectación en lugar de elegancia. La sabiduría popular es muy precisa en esto y sabe distinguir a golpe de vista una corbata de otra como a un ahorcado de otro. Llevar un nudo en la garganta puede ser tan garboso como patético; hay que estar dotado de aquel sentido antiguo, tan defenestrado hoy, que es el “buen gusto” para dar con el pescuezo adecuado y la ocasión propicia. Dentro del ámbito laboral hay quienes pasean el cargo al cuello porque no conocen otro método de exhibición de mérito ni divisa de jerarquía que la que va por fuera, y se apresuran a la atadura en cuanto reciben el nombramiento.  Este tipo de hombrecillos en cuanto se anudan la corbata empiezan a mirar por encima de las gafas, aunque no usen, y confunden el trapo con unas alzas en los zapatos. Es importante el tamaño de la lengua como extensión de la burla y el modelo de anudado, que siempre es corredizo como en la soga del ahorcado. Hay personajes con corbata y corbatas con personaje, se ve muy bien quién lleva a quién. La manera más natural de ejercer la prenda tiene que ver con la invisibilidad y el mimetismo, con ir diluyéndose graciosamente en el conjunto personal e incluyendo en la composición los adornos de la personalidad. Si no es así, como un “sfumato” pictórico, el personaje comete un “corbatismo” con ensañamiento, que lejos de herir da una risa tan floja como el nudo que no aprieta. Ahora, que el hombre y el oso van dejando de ser hermosos por feos, no se me antoja la corbata como la última coquetería, sino como el trazo definido de un polígrafo pintado en el pecho que dice exactamente la verdad de quién es quién o, al menos,  hace un señalamiento muy interesante siguiendo el hilo de lo que apunta.

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