viernes, 4 de octubre de 2019

POLITICOIDES EN SUBJUNTIVO.


           
Al baile de los cortesanos le sienta muy bien el subjuntivo, de hecho esa danza de vacíos y oquedades es más imaginativa que cierta, no hay más que asomarse con el oído afilado para saber que, mientras unos se mueven con los sones de un vals y ofrecen su brazo o su cintura para completar la pareja, el solicitado o la solicitada acepta con movimientos de rock and roll y cada cual baila su música sin apenas rozar el sentido del compañero de baile.
            Demasiada Corte para tan poco salón de baile. Demasiado matiz lingüístico ese del “subjuntivo” para que puedan comprenderlo quienes se creen siempre en el “indicativo”. No es ya que la incertidumbre sea consustancial al modo subjuntivo, sino que la coreografía es de una inconsistencia nunca vista, lo que la reputa para el espectáculo de un circo pongamos por caso, pero nunca para un auténtico Arte; el Arte de lo posible que es la política, por si no se habían dado cuenta.
            Como son vacíos contra vacíos, pues se traspasan sin verse ni mancharse y quedan las músicas con muchísimo más cuerpo que los danzarines de humo invisible. Se creen pluscuamperfectos y no han llegado a condicionales y, ya entrados en esta harina, lo contemplado es “petafísica”, que no es otra cosa que una metafísica de quiosco que en boca proporciona un retrogusto saltarín y juguetón, pero absolutamente nada más.  
“Compratítulos”, “copiatesis”, “pistolero”, “bienmandado” y “paleomarxista” conforman la espuma de un sistema en escombros que demanda más altura y más cuerpo. A veces, para el baile, da igual la música, con tal de que todos bailen la misma o sepan en qué modo verbal se está jugando. Se ha rebasado la frontera de la mediocridad hacia abajo y estamos en la “inferiocridad”. Por primera vez en la reciente democracia española todos los líderes poseen una característica común: restan votos a sus partidos en lugar de sumarlos.
Suerte que las conjugaciones encuentran acomodo a lo largo de cualquier tiempo, sea para bien, sea para mal; pero siempre encaja la historia en un molde único e inamovible, aunque la hermenéutica haga verla desde muchos lados. Nos contentamos con que no se use el imperativo, pero ¿qué hacemos, qué hacen?     

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