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jueves, 11 de julio de 2019

LA VERDAD NECESARIA.


           
Es tiempo de inquietud radical por temor a que en cualquier momento las matemáticas nos den el susto definitivo. La vacua esperanza desmedida que tiene Occidente en el pensamiento binario, en el maniqueísmo, en el racionalismo simple, puede fracturarse de repente en cuanto el universo nos dé una nueva orden.  Jacques Derrida alertaba de que las matemáticas no son lógicamente ciertas. Ponía ejemplo: 12 x 0 = 0 y 13x 0 = 0, de lo que lógicamente se sigue que 12 = 13. Hasta en las matemáticas se han instalado “verdades necesarias”. Curiosa expresión ésta de “verdad necesaria” cuyo último significado pone el protagonismo en la necesidad antes que en la verdad.
            Cierto paralelismo de inquietud lo hay con la gramática, cuyas galerías encierran cortes y delimitaciones de la realidad. Las palabras llevan dentro una vocación de constreñir y, sólo cuando el receptor se acerca a ellas con la intención de expandir el significado, sirven como una mera aproximación. Pero, digámoslo claro, la realidad se queda fuera. Tal vez, debamos prestarle más atención a la realidad del lenguaje en lugar de a la realidad que pretende describir. Algo así son las preocupaciones de Sánchez Ferlosio en toda su obra. Por eso es tan difícil entenderle si no es con la mente de todo el cuerpo.
            En el caso de las matemáticas, la preocupación emergente, tal y como nos ha apuntado Noah Harari en su obra “21 lecciones para el siglo XXI”, tiene por objeto lo que el desarrollo simplista de la ciencia y la tecnología puede alcanzar sobre las emociones humanas, por ejemplo. Mi regla de tres es que “la ciencia es a la cultura lo que las matemáticas es a la erudición”. Es decir; si la futura regencia va a descansar en algoritmos externos capaces de comprender y manipular las emociones humanas con incluso más tino que lo hiciera Shakespeare, no queda más amparo humanitario que acudir a la Cultura para resguardarnos y al concepto de “verdad necesaria” para salirnos de él. La Ciencia, escrita así con mayúscula, debe venir en nuestra ayuda con la implacable determinación de poner el “cero” de Derrida en el sitio que le corresponde: expandido en lo que llamamos universo.  
            En el territorio del lenguaje, sin embargo, el orden dominante de la realidad ha quedado históricamente a las puertas de palacio. Las cosas son los límites del hombre, como dijo Nietzche. Quitando las cosas, el hombre no tiene límites y puede ser todo lo romántico que la Ciencia le ordene. Por eso hay un lenguaje que tiene la misión, no sólo de rehuir la realidad, sino de crearla y ponerla al servicio de la humanidad. La propuesta consiste en enfrentar el cuatro del dos más dos porque, en verdad, no siempre necesitamos ese resultado. Mendelssohn dijo, en 1765, que “si la prosa satisface la razón”, la poesía quiere otra cosa”. Me parece intuir que “esa cosa” que quiere la poesía es salvarnos; hagámoslo.

                  

miércoles, 29 de mayo de 2013

Investigadores vejados.


           
El desprecio que el estado español está ejerciendo sobre las ciencias y sobre la investigación ha alcanzado el grado de vejación. El salto cualitativo tiene lugar cuando la humillación presupuestaria se consuma contra los discursos políticos. El gobierno no escatima elogios ni bendiciones a la investigación y a la ciencia. Esta práctica también le pertenece a la oposición, que no es más que el mismo gobierno sentado en otra bancada, dicho sea con el ánimo de hacer constar que nos hemos dado cuenta. No hay discurso (por llamarlo de alguna manera) que no resalte los valores inherentes del fomento de la investigación. Unos y otros convienen en el potencial desarrollo que generaría una política adecuada, pero olvidan que las concepciones metafísicas de la sociedad se concretan en la cifra presupuestaria que se coloca en una casilla. Habiendo escogido sibilinamente estos olvidos, no olvidan, en cambio, recurrir una y otra vez al mantra de los tiempos: I+D+i. El acuse de la vejación se produce cuando se asiste a una urdimbre argumentativa verdaderamente bien fundamentada. Ninguna institución del estado esconde su admiración de la excelencia alcanzada por nuestros investigadores, sencillamente porque lo contrario no estaría en el ámbito de lo políticamente correcto. Ninguna institución se opone a considerar que la mayoría de los avances científicos comportan uno a uno mayor transformación social que bibliotecas enteras de legislación. La excelente reputación que un científico posee para los ciudadanos de nuestro país, mucho nos tememos, está siendo usada por los aparatos del estado para cubrirse de gloria –los hay que se pasean por los centros para darse un baño de batas blancas-. La vejación, insisto, consiste precisamente en esa puesta en escena cínica que exalta un valor aniquilándolo después en los presupuestos. La comunidad científica no es estúpida, precisamente son los primeros de la clase, y su fortaleza intelectual que les da para darse cuenta de esta tropelía, también les da para aplicarse arduamente en sus menesteres sin muchas distracciones. Da la impresión de que se conforman, pero quiero pensar que en algún laboratorio hay algún becario o contratado en precario que está a punto de descubrir o inventar alguna fórmula magistral, para que los cínicos se vayan a la mierda sin necesidad de que se les mande, por una cuestión de educación, claro.