Es tiempo
de inquietud radical por temor a que en cualquier momento las matemáticas nos
den el susto definitivo. La vacua esperanza desmedida que tiene Occidente en el
pensamiento binario, en el maniqueísmo, en el racionalismo simple, puede
fracturarse de repente en cuanto el universo nos dé una nueva orden. Jacques Derrida alertaba de que las
matemáticas no son lógicamente ciertas. Ponía ejemplo: 12 x 0 = 0 y 13x 0 = 0,
de lo que lógicamente se sigue que 12 = 13. Hasta en las matemáticas se han
instalado “verdades necesarias”. Curiosa expresión ésta de “verdad necesaria”
cuyo último significado pone el protagonismo en la necesidad antes que en la
verdad.
Cierto
paralelismo de inquietud lo hay con la gramática, cuyas galerías encierran
cortes y delimitaciones de la realidad. Las palabras llevan dentro una vocación
de constreñir y, sólo cuando el receptor se acerca a ellas con la intención de
expandir el significado, sirven como una mera aproximación. Pero, digámoslo
claro, la realidad se queda fuera. Tal vez, debamos prestarle más atención a la
realidad del lenguaje en lugar de a la realidad que pretende describir. Algo
así son las preocupaciones de Sánchez Ferlosio en toda su obra. Por eso es tan
difícil entenderle si no es con la mente de todo el cuerpo.
En el caso
de las matemáticas, la preocupación emergente, tal y como nos ha apuntado Noah
Harari en su obra “21 lecciones para el siglo XXI”, tiene por objeto lo que el
desarrollo simplista de la ciencia y la tecnología puede alcanzar sobre las
emociones humanas, por ejemplo. Mi regla de tres es que “la ciencia es a la
cultura lo que las matemáticas es a la erudición”. Es decir; si la futura
regencia va a descansar en algoritmos externos capaces de comprender y
manipular las emociones humanas con incluso más tino que lo hiciera
Shakespeare, no queda más amparo humanitario que acudir a la Cultura para
resguardarnos y al concepto de “verdad necesaria” para salirnos de él. La
Ciencia, escrita así con mayúscula, debe venir en nuestra ayuda con la implacable
determinación de poner el “cero” de Derrida en el sitio que le corresponde:
expandido en lo que llamamos universo.
En el
territorio del lenguaje, sin embargo, el orden dominante de la realidad ha
quedado históricamente a las puertas de palacio. Las cosas son los límites del
hombre, como dijo Nietzche. Quitando las cosas, el hombre no tiene límites y
puede ser todo lo romántico que la Ciencia le ordene. Por eso hay un lenguaje
que tiene la misión, no sólo de rehuir la realidad, sino de crearla y ponerla
al servicio de la humanidad. La propuesta consiste en enfrentar el cuatro del
dos más dos porque, en verdad, no siempre necesitamos ese resultado. Mendelssohn
dijo, en 1765, que “si la prosa satisface la razón”, la poesía quiere otra
cosa”. Me parece intuir que “esa cosa” que quiere la poesía es salvarnos;
hagámoslo.
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