A menudo se establecen y se institucionalizan categorías de
mezquindades humanas que no son capaces de superar la línea de la corrección
política. Esta es una suerte de totalitarismo implacable, a modo de censura y
autocensura, que van adquiriendo las características de “puritanismos tramposos”
y “tabúes lingüísticos”. Posiblemente, asentado este entorno envolvente, el
secreto y el silencio constituyan, “una de las más grandes conquistas de la
humanidad”. En el fondo de ellos no creo que habite serenamente verdad alguna,
sino heroicamente. Son los que Zweig llamó “héroes secretos del espíritu”. No
recuerdo exactamente a qué clásico griego atribuir su frase de que “la
naturaleza ama ocultarse”. Lo estrambótico de la modernidad es que se haya
virado del noble ejercicio de la búsqueda de la verdad al laborioso empleo de
esconderla, con el único propósito de no levantar sospecha.
En este clima globalizado, cuando la superabundancia de
información y el conocimiento-total están al alcance del bolsillo gracias al
móvil, se debería haber consagrado el mayor de los aprendizajes humanos que
consiste en haber aprendido a no tener razón. A poco que se observe cualquier
cosa de la que digamos que es “verdad”, se desprende que una característica principal es su movilidad. Las verdades son
dinámicas y, por pura constitución, depositarias de infinitos pormenores. Una
fantasía o bien una mentira son objetos acabados, terminados, sobre los que ya
no caben más preguntas ni indagaciones. En cambio, imaginemos el rayo de luz
que cruza del postigo al sillón y veremos con él un número indeterminado de
partículas en suspensión, diminutas a nuestros ojos; pero que sometidas a
análisis con métodos espectrales exhaustivos se obtiene el anchísimo universo
de un continente por partícula y sobre las que eternamente pueden recaer toda
clase de preguntas. En la verdad no pueden agotarse los detalles.
Por eso, el perspectivismo, como método de observación que varía la
posición del sujeto sobre el objeto, deja a la “cosa en sí” intacta en su
formulación estricta de realidad completa. La “hostil cerrazón de los
cejijuntos y la derretida secuacidad de los boquiabiertos”, apabullan la verdad
de que todos los puntos de vista –quiero decir: puntos desde donde se observa y
describe la realidad- instituyen con mayor precisión una verdad que nunca se
deja atrapar por un solo costado, por más empeño que le pongan en anular las
posiciones que no sean las suyas. En un mundo así, es menos heroico morir por
una idea que tratar de comprender las ideas de los demás; más aún cuando las
ideas de los demás, por exigencias del guion, quedan expresadas en el silencio
o en el secreto.
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