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martes, 19 de octubre de 2021

Premio Planeta a Carmen Mola

La realidad no permite hacer descansar una mirada estupefacta. No teníamos bastante con saber que, en cuanto abres los ojos ya no vuelves a cerrarlos nunca más, sino que el asombro es uno y perpetuo. “La Bestia” de Carmen Mola gana el controvertido Premio Planeta con una extravagancia en la barriga. “Extravagante” proviene del verbo latino “extravagari” (errar o vagabundear fuera de los límites). Parece que va a ser indiferente si se trata de unos asesinatos como pretextos para una novela histórica o un ejercicio literario de valor estilístico encomiable. Con estas circunstancias tan prosaicas que merodean el concurso, la novela está sucediendo fuera de la novela. Vagabundea la historia fuera de los límites que el libro marca. Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero ya son personajes de una valiosa historia a disposición de cualquier novelista.

Es un relato que, con la excusa del Premio, sacrifica la literatura tanto como reputa el sentido comercial de la firma. Eso no comporta ninguna sorpresa tratándose del Planeta. Que sean tres los autores de una obra hace recordar el chascarrillo de Agustín de Foxá sobre el matrimonio: “es una carga tan pesada que hay que llevarla entre tres”, decía. Para añadir “chicha” al asunto, tres hombres, cuyo número no puede aspirar a la paridad por pura ley matemática, se solapan bajo el nombre de una mujer. Les hacía falta el punto femenino por aquello que no le pasó desapercibido a Goethe: “lo eterno femenino nos impulsa hacia lo alto”. Y, viendo la cuantía del Premio, no podemos decir que no ha sido un gran impulso, aunque dividan un lamento entre tres para recordar a Descartes cuando aseguraba que “una obra escrita por un solo individuo es siempre mejor que una escrita por varios”. Un Premio repartido entre uno es siempre mejor que repartido entre tres, de ahí el lamento.

También habrán querido dejar patente que se necesitan tres hombres para escribir como una mujer, pero el experimento se las trae. Si escribir, como decía María Zambrano, consiste en defender la soledad parece que, en este entuerto, no hay defensa que valga porque la soledad es un paisaje humano que no admite intromisiones. No es concebible que salgan renglones dóricos cuando se lleva ya un párrafo corintio y algún otro jónico.  Y, aunque cada estilo aportara su virtud: fuerza, sabiduría o belleza, con un alma se basta el Arte para ser infinitamente humano. Lo otro es jugar, como han declarado ellos, pero con el arte no se juega como no se juega con ningún parto. Hay en cada obra una extraordinaria exposición humana propia de un tremendo proceso de sangrado, expiación, sacrificio, superación y pensamiento que, a poco que intervenga un mínimo consenso, queda desposeída de autenticidad. Sin esa ingenuidad todo lo que puede quedarnos es pura técnica que aspire a fabricar sonetos perfectos escritos desde una inteligencia artificial. ¿Diremos que es también artificial la emoción que provoquen?

De la italiana anónima Elena Ferrante se dijo que “lo maravilloso de no conocer su identidad es que te puedes centrar en sus novelas”. A mi estupefacta mirada, lo que le parece maravilloso es justamente lo contrario, que por conocer la identidad o identidades de Carmen Mola, uno puede centrarse fuera de sus novelas en un relato fantástico que no tiene nada de fantástico, y que me está provocando la idea de recomendar que lean la obra de tres en tres, como está mandado.   

 

lunes, 12 de abril de 2021

Literatura en la Red.

No sé si sucede en otras culturas o en otros países, pero por esta parcela de Europa seguimos practicando la siesta y la tertulia como dos modos distintos de acabar una comida. Ambas formas, bien miradas, persiguen el único fin de distender durante un rato las rigideces del horario. De igual manera que el pequeño sueño puede llevar nuestro pensamiento hacia lugares y relatos inconsistentes, la tertulia es un modelo excepcional para hablar de todo y no hablar de nada. Esto último se comprende muy mal por los extranjeros. No acaban de entender que en una tertulia no haya un orden del día o un tema preestablecido. No saben que la esencia de una reunión así, es precisamente el desorden y la anarquía, sin que lo dicho por cualquiera sea jamás tenido en cuenta, bien en la siguiente tertulia o, incluso, en la siguiente intervención. Cualquier tertuliano tiene tantas oportunidades de desdecirse como intervenciones tenga y, en última instancia nada queda registrado ni cerrado.

En el curso de una de esas tertulias o, quizás, en el curso de alguna siesta, alguien tuvo la osadía de hablar sobre la literatura en las redes sociales. Y, entre libaciones de gin-tonic o, tal vez, entre voces de documentales de la dos, se oyó decir que fulanito era un vanidoso y que, pagado de sí mismo, se creía más de lo que era. Inmediatamente deduje que ignoraba lo que es un escritor y una red social. Vamos a ver: la argamasa con la que trabaja un escritor es la vanidad, sobre todo los poetas. ¿Qué puede escribir un poeta si no cree de verdad que es el mejor poeta del mundo? ¿Acaso un escritor se puede permitir pensar que lo que escribe ya estaba escrito antes, o que lo que dice es ya sabido por muchos? Y en tal supuesto, ¿no estará convencido de que su manera de decirlo es la mejor? Ciertamente esa vanidad es el escalón necesario para salir a la palestra, es decir; darlo a conocer como escrito, novela, poema, ensayo, etc.  

Si un escritor de antes hacía descansar parte de su recompensa espiritual en el anhelo de saberse entendido por el corazón tímido de un lector lejano, hoy, con la inmediatez que las redes propician, a duras penas nos damos cuenta de que existe aún esa especie y no nos permiten verla. Lo corriente es la exhibición y algo así como el “buenrollismo literario”. Este enjambre propiciatorio de “likes” y “corazones” constituye una tupida red laberíntica de confusiones y, por supuesto, la manifestación más superflua de que queremos que nos quieran. Para eso escribía García Márquez, así lo dijo. Se podría decir que hay un tanto más de vanidad en querer que nos quieran que la que hay en querer querer. Sin embargo, la vanidad del escritor tiene de antemano todas mis indulgencias, aunque sólo sea por aquello de que lo que nos hace tan insoportable la vanidad ajena, es que hiere la nuestra. ¿Se habrá entendido que no quiero que hieran la mía?

Benavente contaba que un viejo escritor decía: “No hay duda, estoy en plena decadencia; ya no tengo más que amigos y admiradores”. Es una estupenda tesis que igual encaja perfectamente en una tertulia que en una siesta, pero que, aunque el desdichado escritor la desmienta a renglón seguido, hoy tiene más fundamento que ayer porque los amigos y admiradores pueden fingir radicalmente su condición tapándose en las redes con un aluvión de “me gusta” y no haber practicado la autenticidad. Comportamiento que no deja de ser un alimento saciante, o lo que es lo mismo; un alimento que nos quita el hambre, pero no nos engorda. Y, si lo que no mata, engorda y no nos está engordando, resulta que nos está matando. ¡Otro gin-tonic, por favor, que me estoy despertando!

 

jueves, 20 de junio de 2019

"Aware"

           
Acabo de terminar la lectura de la novela “Aware”. Una novedad literaria de manos de Juan Gaitán, periodista, poeta, narrador, crítico literario y profesor de escritura creativa. Es una novedad literaria por haber visto la luz hace muy pocos días. La primera edición es de mayo de 2019. También es una novedad literaria porque es un autor que desconocía.
            Mis hábitos de lectura suelen seleccionar obras consagradas o autores de larga trayectoria literaria. Muy pocas veces me dejo llevar por la “rabiosa actualidad” de multitud de obras que, mes a mes, se arremolinan en potentes tornados de marketing y expositores y que, además, incorporan riadas de lo que yo vengo a llamar “buenrollismo literario”. Esto último es un modelo de crítica almibarada de última generación que consiste en arropar con elogios desmedidos cualquier cosa. Lo cierto es que, cuando nos asomamos a las redes sociales, puede uno percatarse de que hay mucha gente que escribe bien, pero eso es una cosa y otra cosa es, o debería ser, escribir bien para publicar. La época, digámoslo suavemente, ha instalado una enorme confusión entre estos dos niveles de “escribir bien”.  De ahí proviene mi recelo por lo nuevo y de saber que lo bueno es, desde hace mucho tiempo, ya inabarcable.
            La sorpresa es “aware” de Juan Gaitán. Si me he atrevido a ella, siendo como es, una “rabiosa actualidad” es porque no es “rabiosa actualidad”, sino “sublime actualidad”. Algo que aparece detrás de una estela de indicios, que si no se saben mirar pasan desapercibidos. Ellos, los indicios, unas veces a modo de poemas de los lunes y otras veces a modo de columna periodística, bien leídos, exceden la condición indiciaria y se tornan estímulos. A eso sí le pongo oídos. A la fanfarria, ni caso.
            No ha de temerse que descubra, ante los potenciales lectores, la novela “Aware”. En su lugar, ya me descubro yo, que me estoy quitando el sombrero. La primera emoción que conquista mi admiración es la relación del autor con el lenguaje. Pareciera una novela escrita a distancia de sus propias palabras. De un lado lo que se dice y de otro lo que se va diciendo. Los silencios y las elusiones le van arañando terruño a las mismas expresiones y, a veces, tengo la sensación de que dice cosas con el propósito de acallar otras. Y, estas otras, son precisamente las que se quedan dichas. El autor es un “prestidinarrador” de serpientes y yo, con mis ojillos de víbora, me tengo que poner de pie a su paso. Hay grandes párrafos que salvan obras completas; pero en “Aware”, la obra se salva párrafo a párrafo y, de tanto salvarse, acaba salvándote.
            Las doscientas quince páginas de “Aware” encierran sin descanso una sólida reivindicación de las letras. Junto a esta reivindicación, también el texto rezuma tristezas y soledades que padece la literatura a manos de distintas modas y distintos modos mercantiles. La literatura de “Aware”, acaso “caballo de Troya”, una vez abierta, nos deja paladear poesía, ensayo, relato y columna periodística, crónica, costumbrismo o realismo mágico. La amalgama de recursos exhibidos ejerce su magisterio líquidamente; es decir, en una suerte de “sfumato” estructural que desdibuja las fronteras entre un género y otro. Y eso lo hace el autor en la clave de una sola vibración que acompaña la novela al completo.  
            A Málaga la deja “universal”, con sus luces y con sus sombras, “…colgada del imponente monte, apenas detenida…”, pero trascendida, traspasada del chauvinismo hacia lo trascendente y apuntalada sobre el pedestal que sus enormes escritores fabricaron para ella. Hay un magistral salpicado de referencias malagueñas desposeídas de cualquier aldeísmo insulso. La ciudad va por dentro de la obra como un subconsciente en el ánimo de un artista y, más que como un sombra, –valga el localismo- mancha como una nube; insinuante y leve.
            Confieso que “Aware” ha vencido mis resistencias. Las primeras páginas, la vanguardia de la obra, venía provista de las armas de choque. Mis rémoras insistían en el consejo de que esperara a la retaguardia; “al principio todas las escobas barren”, me decían. No hay pérdida de ritmo en los latidos de toda la obra. Si acaso, el punto y final no es un paro cardiaco; sino la nota de entonación de la música que queda instalada en las almas de sus lectores. Esta es una obra de verdad de un escritor de verdad.