Acabo de terminar la lectura de la novela “Aware”. Una novedad literaria de manos de Juan Gaitán, periodista, poeta, narrador, crítico literario y profesor de escritura creativa. Es una novedad literaria por haber visto la luz hace muy pocos días. La primera edición es de mayo de 2019. También es una novedad literaria porque es un autor que desconocía.
Mis hábitos
de lectura suelen seleccionar obras consagradas o autores de larga trayectoria
literaria. Muy pocas veces me dejo llevar por la “rabiosa actualidad” de
multitud de obras que, mes a mes, se arremolinan en potentes tornados de
marketing y expositores y que, además, incorporan riadas de lo que yo vengo a
llamar “buenrollismo literario”. Esto último es un modelo de crítica almibarada
de última generación que consiste en arropar con elogios desmedidos cualquier
cosa. Lo cierto es que, cuando nos asomamos a las redes sociales, puede uno percatarse
de que hay mucha gente que escribe bien, pero eso es una cosa y otra cosa es, o
debería ser, escribir bien para publicar. La época, digámoslo suavemente, ha
instalado una enorme confusión entre estos dos niveles de “escribir bien”. De ahí proviene mi recelo por lo nuevo y de
saber que lo bueno es, desde hace mucho tiempo, ya inabarcable.
La sorpresa
es “aware” de Juan Gaitán. Si me he atrevido a ella, siendo como es, una “rabiosa
actualidad” es porque no es “rabiosa actualidad”, sino “sublime actualidad”.
Algo que aparece detrás de una estela de indicios, que si no se saben mirar
pasan desapercibidos. Ellos, los indicios, unas veces a modo de poemas de los
lunes y otras veces a modo de columna periodística, bien leídos, exceden la
condición indiciaria y se tornan estímulos. A eso sí le pongo oídos. A la
fanfarria, ni caso.
No ha de
temerse que descubra, ante los potenciales lectores, la novela “Aware”. En su
lugar, ya me descubro yo, que me estoy quitando el sombrero. La primera emoción
que conquista mi admiración es la relación del autor con el lenguaje. Pareciera
una novela escrita a distancia de sus propias palabras. De un lado lo que se
dice y de otro lo que se va diciendo. Los silencios y las elusiones le van
arañando terruño a las mismas expresiones y, a veces, tengo la sensación de que
dice cosas con el propósito de acallar otras. Y, estas otras, son precisamente
las que se quedan dichas. El autor es un “prestidinarrador” de serpientes y yo,
con mis ojillos de víbora, me tengo que poner de pie a su paso. Hay grandes
párrafos que salvan obras completas; pero en “Aware”, la obra se salva párrafo
a párrafo y, de tanto salvarse, acaba salvándote.
Las
doscientas quince páginas de “Aware” encierran sin descanso una sólida
reivindicación de las letras. Junto a esta reivindicación, también el texto
rezuma tristezas y soledades que padece la literatura a manos de distintas
modas y distintos modos mercantiles. La literatura de “Aware”, acaso “caballo
de Troya”, una vez abierta, nos deja paladear poesía, ensayo, relato y columna
periodística, crónica, costumbrismo o realismo mágico. La amalgama de recursos
exhibidos ejerce su magisterio líquidamente; es decir, en una suerte de “sfumato”
estructural que desdibuja las fronteras entre un género y otro. Y eso lo hace
el autor en la clave de una sola vibración que acompaña la novela al completo.
A Málaga la
deja “universal”, con sus luces y con sus sombras, “…colgada del imponente
monte, apenas detenida…”, pero trascendida, traspasada del chauvinismo hacia lo
trascendente y apuntalada sobre el pedestal que sus enormes escritores
fabricaron para ella. Hay un magistral salpicado de referencias malagueñas
desposeídas de cualquier aldeísmo insulso. La ciudad va por dentro de la obra
como un subconsciente en el ánimo de un artista y, más que como un sombra, –valga
el localismo- mancha como una nube; insinuante y leve.
Confieso
que “Aware” ha vencido mis resistencias. Las primeras páginas, la vanguardia de
la obra, venía provista de las armas de choque. Mis rémoras insistían en el
consejo de que esperara a la retaguardia; “al principio todas las escobas
barren”, me decían. No hay pérdida de ritmo en los latidos de toda la obra. Si
acaso, el punto y final no es un paro cardiaco; sino la nota de entonación de
la música que queda instalada en las almas de sus lectores. Esta es una obra de
verdad de un escritor de verdad.
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