jueves, 20 de junio de 2019

"Aware"

           
Acabo de terminar la lectura de la novela “Aware”. Una novedad literaria de manos de Juan Gaitán, periodista, poeta, narrador, crítico literario y profesor de escritura creativa. Es una novedad literaria por haber visto la luz hace muy pocos días. La primera edición es de mayo de 2019. También es una novedad literaria porque es un autor que desconocía.
            Mis hábitos de lectura suelen seleccionar obras consagradas o autores de larga trayectoria literaria. Muy pocas veces me dejo llevar por la “rabiosa actualidad” de multitud de obras que, mes a mes, se arremolinan en potentes tornados de marketing y expositores y que, además, incorporan riadas de lo que yo vengo a llamar “buenrollismo literario”. Esto último es un modelo de crítica almibarada de última generación que consiste en arropar con elogios desmedidos cualquier cosa. Lo cierto es que, cuando nos asomamos a las redes sociales, puede uno percatarse de que hay mucha gente que escribe bien, pero eso es una cosa y otra cosa es, o debería ser, escribir bien para publicar. La época, digámoslo suavemente, ha instalado una enorme confusión entre estos dos niveles de “escribir bien”.  De ahí proviene mi recelo por lo nuevo y de saber que lo bueno es, desde hace mucho tiempo, ya inabarcable.
            La sorpresa es “aware” de Juan Gaitán. Si me he atrevido a ella, siendo como es, una “rabiosa actualidad” es porque no es “rabiosa actualidad”, sino “sublime actualidad”. Algo que aparece detrás de una estela de indicios, que si no se saben mirar pasan desapercibidos. Ellos, los indicios, unas veces a modo de poemas de los lunes y otras veces a modo de columna periodística, bien leídos, exceden la condición indiciaria y se tornan estímulos. A eso sí le pongo oídos. A la fanfarria, ni caso.
            No ha de temerse que descubra, ante los potenciales lectores, la novela “Aware”. En su lugar, ya me descubro yo, que me estoy quitando el sombrero. La primera emoción que conquista mi admiración es la relación del autor con el lenguaje. Pareciera una novela escrita a distancia de sus propias palabras. De un lado lo que se dice y de otro lo que se va diciendo. Los silencios y las elusiones le van arañando terruño a las mismas expresiones y, a veces, tengo la sensación de que dice cosas con el propósito de acallar otras. Y, estas otras, son precisamente las que se quedan dichas. El autor es un “prestidinarrador” de serpientes y yo, con mis ojillos de víbora, me tengo que poner de pie a su paso. Hay grandes párrafos que salvan obras completas; pero en “Aware”, la obra se salva párrafo a párrafo y, de tanto salvarse, acaba salvándote.
            Las doscientas quince páginas de “Aware” encierran sin descanso una sólida reivindicación de las letras. Junto a esta reivindicación, también el texto rezuma tristezas y soledades que padece la literatura a manos de distintas modas y distintos modos mercantiles. La literatura de “Aware”, acaso “caballo de Troya”, una vez abierta, nos deja paladear poesía, ensayo, relato y columna periodística, crónica, costumbrismo o realismo mágico. La amalgama de recursos exhibidos ejerce su magisterio líquidamente; es decir, en una suerte de “sfumato” estructural que desdibuja las fronteras entre un género y otro. Y eso lo hace el autor en la clave de una sola vibración que acompaña la novela al completo.  
            A Málaga la deja “universal”, con sus luces y con sus sombras, “…colgada del imponente monte, apenas detenida…”, pero trascendida, traspasada del chauvinismo hacia lo trascendente y apuntalada sobre el pedestal que sus enormes escritores fabricaron para ella. Hay un magistral salpicado de referencias malagueñas desposeídas de cualquier aldeísmo insulso. La ciudad va por dentro de la obra como un subconsciente en el ánimo de un artista y, más que como un sombra, –valga el localismo- mancha como una nube; insinuante y leve.
            Confieso que “Aware” ha vencido mis resistencias. Las primeras páginas, la vanguardia de la obra, venía provista de las armas de choque. Mis rémoras insistían en el consejo de que esperara a la retaguardia; “al principio todas las escobas barren”, me decían. No hay pérdida de ritmo en los latidos de toda la obra. Si acaso, el punto y final no es un paro cardiaco; sino la nota de entonación de la música que queda instalada en las almas de sus lectores. Esta es una obra de verdad de un escritor de verdad.  

           

           

               

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