martes, 4 de junio de 2019

Cumpleaños


           
Cumplir años es una vulgaridad tan ordinaria como cualquier función orgánica indispensable para continuar vivo. Incluso, si se me apura, el mismo hecho de estar vivo es una vulgaridad. Es transitoria, eso sí, pero vulgaridad al fin y al cabo. Es decir; es una impertinencia de menor cuantía si la comparas con la vulgaridad de no estar vivo. Porque esa es otra; la ordinariez de la muerte no impide la ordinariez del temor que nos suscita, cuando a mi entender lo verdaderamente inquietante puede ser un verso a destiempo. No digamos ya una indiferencia inesperada o una promesa vacía; esas sí son marcas en el agua de extraordinario valor inquietante. No solemos anotarlas ni aún en los días de balance. Eso no es nada grave si se cae en la cuenta de que debemos recordar siempre que las peores cosas han de olvidarse, unas veces por activa y otras por pasiva.
            Cumplir años no tiene mérito alguno frente al mérito de cumplir con lo prometido o cumplir un sueño inalcanzable o, más aún, cumplir con la extraordinaria tarea que nos exige el sentido común de incumplir de vez en cuando, como corresponde a un mínimo de condición humana. El tiempo no nos hace y, por eso, no es causa de existencia, sino consecuencia de ella y, de cada cual depende teñir el tiempo que instaure de un solo color o de muchos. Por eso, cuando llega el día de un cumpleaños, lo que sí felicito es saberme uno de los colores de su tiempo; pero eso ocurre sin fecha, sin tiempo y sin vulgaridad. A veces, lo celebro siempre.    

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