Acaba de fallecer Eduardo Punsét, con el mismo sigilo que
pronunciaba sus divulgaciones. Hemos de dar por seguro que su rizada cabeza de
querubín le proporcionará el pasaporte adecuado para sentarse al lado de los
justos, ya que no es tiempo de que sea para un cuadro de Leonardo Da Vinci. Se
caerán bien y D. Eduardo nos esperará con toda la ciencia aprendida para
contarla.
Su viaje
por la política me hizo conocerlo en 1994 cuando presidía la fundación “FORO” a
la que pertenecí. Con esa fundación me presenté como candidato a las elecciones
al Parlamento Andaluz, en coalición con otra fuerza política. De su figura sólo
emanaba el objetivo del estudio y el conocimiento, objetivos principales de la
fundación. Estuvo destinado a transmitir entusiasmo por la cultura y por
enseñar que la realidad es una tupida red de hilos entrelazados todos con
todos. No por otra cosa su programa –relegado a la madrugada- se llamaba “Redes”.
Con él
aprendimos que “el alma está en el cerebro” y “el viaje al amor”, por ejemplo.
Aprendí con él que, frente al imperativo de la vulgaridad de las muchedumbres y
de la mediocridad de los tiempos, cualquier persona tiene una misión que
cumplir frente a tanto lodazal. Que más vale ponerse manos a la obra que
adocenarse y quejarse por la densidad de los hechos. Aprendí que la ardua tarea
de cumplir con la misión no puede torcer la curva que dibuja una sonrisa.
Enseñaste tantas cosas, Eduardo, que temo falte tiempo para aprenderlas todas.
Pocas veces, muy pocas
veces, la ciencia y la política pierden a la vez una guía por un fallecimiento.
También pierdo un Maestro o quizás no. D.E.P.
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