Probablemente
la lectura de la obra de Proust se haga siempre al abrigo de una sombra. Propio
de su estilo literario es el tamiz difuso que elabora con su escritura
alambicada y preciosista. Por eso, en su segundo tomo de “en busca del tiempo
perdido”, “a la sombra de las muchachas en flor”, la expresividad del título dé
medida del tempo y la recreación de una vida que, lejos de haberse detenido en
el pasado, reconstruye una y otra vez un crisol de infinitas notas del
presente. Una inclinación aristocrática y un gusto por el refinamiento social
no impiden a Proust manejar hábilmente la avalancha de sentimientos alrededor
de sus primeros conatos de amor. A pesar de los oropeles y poses del mundo snob
en el que se desenvuelven sus recuerdos, el autor queda instalado en la
intrahistoria de las motivaciones que el alma de las personas que le tratan
poseen. Un delicado amaneramiento del lenguaje es premonitorio de su tendencia
a deleitarse en la jurisdicción de lo femenino. Delicadeza que suavemente hace
contrastar con un desdén hacia lo masculino. Tal vez en eso, su propia
biografía haya acuñado su personalidad literaria. Las muchachas en flor objeto
de sus voluptuosidades adolescentes son un festín de elegancia en las
remembranzas de Proust. Una enorme panoplia de matices minúsculos en la prosa
descriptiva de sus reacciones amorosas, relajan el discurso vitalista y lo
dotan de una musicalidad parsimoniosa y dulce. En esta obra, de trazos
musicales, se va dejando en secreto íntimo del lector las partes de una
añoranza propia, y rítmicamente se van engarzando los fundamentos sensibles de
toda memoria personal. A la sombra, pues, de la realidad que le enfrenta y le
refleja, Proust, construye su interpretación interior dotando de vida subjetiva
cuánto transcurre a la luz. Su retraimiento no es sombrío al modo de oscuridad
o tibieza, sino que es resguardo de íntimo fulgor de juventud. Así el estilo
cultivado de observación y la pulcra elaboración sobre las anécdotas de su vida,
dibujan un cuadro interior de factura bellísima y atraen amablemente la mirada
inquieta de quienes buscan en el fondo de la novela un resorte mnemotécnico de
sus nostalgias. La dimensión histórica de la obra se apoya en el torrente caudaloso
de datos de la época, concerniente al status social del autor; pero más que el
retrato de unas condiciones de vida, se plasma prodigiosamente, el colorido de
la pátina que impregna la mentalidad en los hombres y mujeres que van
desenvolviéndose en la memoria de Proust. Además de los usos y costumbres
reflejados, la obra posee el valor de describir las razones que fundamentan
esos comportamientos y quedan exhibidos los esqueletos morales que dan cuerpo a
una sociedad francesa totalmente expuesta.