A la hora en
que las tazas del “café para todos” se están quedando sin un segundo reparto y
ningún mandamás ha heredado esa mudanza que va del “puedo prometer y prometo”
al “puedo cumplir y cumplo”, el Presidente Adolfo Suárez nos ha hecho llegar su
carta de dimisión con carácter irrevocable. “Hay momentos en la vida de un
hombre…” y también “hay momentos en la muerte de un hombre…” Téngase en cuenta
que en ambos trances, lo repetido es “hombre” y es francamente difícil haberlo
logrado en dos despedidas, sin manchar la sonrisa seductora. Ha tardado once
años en ir olvidando la carta que nos ha presentado con una letra más borrosa
en cada renglón. ¡Tenía tanto que olvidar, que nos legó su olvido! Primero los
suyos, al grito de ¡al suelo, que vienen los nuestros! le enseñaron que era
fácil olvidar las lealtades. El Presidente Adolfo, tan aplicado en aprender,
aprendió la lección del olvido a fuerza de repetirse, una y otra vez, lo que no
debía y lo que no podía recordar. La lista sería larga y los agradecidos serían
muchos en el recuerdo y en la desmemoria. Probablemente más en la desmemoria. Ha
sido tan productivo su olvido que ha facilitado el recuerdo espurio de una caterva
de figurantes y tramoyistas. Los elogios de hoy fueron insultos ayer. No le
quedó otra al Presidente Suárez que beber repetidas veces del mítico Leteo para
postergar a los que lo habían postergado. La trágica sucesión de episodios
luctuosos en su familia hizo el resto. ¡Malditos los reconocimientos tardíos!
Curioso, cuanto menos, es el eslogan de esa manifestación multitudinaria de hoy:
“marcha por la dignidad”, de cuya expresión pueden colgarse las dimisiones del
Presidente que siempre se nos “marcha por la dignidad”. La primera fue por la
dignidad política y la segunda por la dignidad biológica. Su propuesta
transformadora fue “de la ley a la ley” en el tiempo en el que era la mejor
opción de cambio. Hoy la ley fisiológica pide cumplirse escrupulosamente, de la
ley de la vida a la ley de la muerte, dejándonos la huella de un hombre de
Estado, que probablemente haya llegado a la convicción de que su renuncia a su
puesto en la vida es más beneficiosa para él que su permanencia. Sus palabras
de ayer se entonan igualmente hoy para esta transición sin retorno. Nos está
presentando la dimisión con carácter irrevocable para iniciar su trasformación
definitiva de lo físico a lo metafísico, y hemos de otorgar nuestra consideración
porque aquí ha cumplido con total solvencia sus encargos. Olvide en paz,
descanse en paz, Sr. Presidente.
sábado, 22 de marzo de 2014
Adolfo Suárez dimite con carácter irrevocable.
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martes, 4 de marzo de 2014
La erótica de las esdrújulas.
Yo me acuesto
con las palabras como otros se acuestan con sueño. Me gustan sobre todo las esdrújulas, con sus entonaciones pizpiretas. Como a uno no le alcanza para
necesidades vulgares, acaba atrayendo las extravagancias de la lengua hasta la
misma almohada. Las que más abundan son las llanas en manoletinas, muy al uso
de lo corriente y moliente. Yo veo una llana y se me ponen las exclamaciones
con sus puntos revueltos. Las agudas, en cambio, cargan con un peso descompensado
y eso las reputa a los ojos de la rima, por ejemplo. Sin embargo, cuando veo
una esdrújula encaramada en esa hermosura fonética, entono el Ah! de las cosas.
Por alguna pulsión gramatical o tara ortográfica sin diagnosticar, mis trazos
son suyos. La inclinación de las letras verticales se rinde en pleitesía y
adoración, si cabe. ¡Oh esdrújulas mías! Qué mayor gozo ese de tomarla
delicadamente de una mano y, con la otra, levantarle la sílaba tónica hasta
acariciar la tilde superpuesta y advertir tensamente la humedad de las
bilabiales y el amoroso temblor del pronunciamiento. Después entretengo la
lentitud en ir quitándole una desinencia tras otra. Los plurales caen sin
apenas desabrocharse, tan levemente púdicos desean la extradición, que ayudan
en esa parsimonia precipitándose al espacio interlineal. En este punto y
seguido siento un especial placer en solicitarle al oído: ¿”por qué no vas
deshaciendo el diptongo, amor mío”? No veo prescindibles todos los fonemas, así
que aquellos mudos como transparencias que conquistan una aspiración, los dejo
a propósito de un embellecimiento superlativo. Los singulares, por el contrario,
no se dejan arrebatar tan fácilmente; pero ya no tapan nada, sino que descubren
los mensajes encriptados de la piel del lexema. Así que la esdrújula se va
volviendo caligrama de a poco. Primero retuerce los monemas más elásticos y después
extiende los más sonoros a lo largo de un silencio, componiendo una figura
lujuriosa y deseable. Entonces es cuando nos disponemos al gerundio como agua
que va al sediento. Apelamos a la conjunción copulativa que irónicamente
pregunta: ¿”Por el sufijo o por el prefijo”? ¡”Por las fricativas”! –respondo- “y
no te rías”. Y nos verbalizamos en asonantes primero y en consonantes después,
confundiendo las débiles y las fuertes, las abiertas y las cerradas, las dentales,
las palatales y las velares. No confundimos las líquidas porque se nos escurren
por el morfema mancillado. Al término se nos caen por la mejilla los puntos de
las íes de pura felicidad, y es cuando ella me subraya y yo la entrecomillo
tiernamente.
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