Los que
pertenecemos al grupo de personas que maldecimos el fútbol queremos explicarnos
ante la muchedumbre, a sabiendas de que ella nos debe a nosotros más
explicaciones que nosotros a ella. En realidad, créanme, no hay nada que
objetarle al diseño de un juego deportivo de equipo ciertamente espectacular.
Al igual que puede suceder con otros deportes, la perspectiva del espectador
puede alcanzar una elevada metáfora y una elaborada filosofía consecuente. Nada
que decir tampoco sobre los que se acercan o se aficionan sin más pretensión que
la de desconectar divertidamente de los problemas cotidianos. Yo no soy nadie
para dirigir los gustos y, mucho menos, juzgarlos; allá cada cual. Sin embargo,
hay una panoplia de razones suficientes para sentirse irritados ante este fenómeno
de masas tan extendido.
La primera crítica ha lugar sobre
la base del discurso que sustenta la abultada presencia del futbol contra el
resto de deportes y otras alternativas no deportivas. El argumento esgrimido es
que hay una “abrumadora mayoría” de
aficionados a este juego. Tengo que reconocer que no he contado los aficionados
uno por uno para estar tan seguro de eso. Tampoco es cuestión de detenerse a
pensar cuántos aficionados cambiarían de gustos de contar con otras opciones bien
definidas y bien apoyadas. El acento no quiero ponerlo en la más que discutible
consideración de “mayoría”, sino en la de “abrumadora”. ¿Por qué tiene que ser “abrumadora”?
Los que hemos optado por otras aficiones nos sentimos abrumados con la
presencia desproporcionada del fútbol en todos los rincones de la sociedad. Se
hace omnipresente en las relaciones particulares o sociales con tal potencia que
causa efectos discriminatorios sobre las personas no aficionadas. No hablemos
de la presencia en los medios de comunicación. Puede ser que no sea defecto achacable al
futbol pero es claramente un defecto de las personas que lo siguen y entenderán
que maldigamos lo que nos discrimina. Hay exclusiones sangrantes en edades
tempranas de cuyo estudio emanarían conclusiones preocupantes sobre la
educación, valores y principios ínsitos en ese deporte tal y como se está
presentando en la actualidad.
Esta última reflexión introduce
otro aspecto criticable del modelo deportivo de masa inherente al fútbol: el “desperdicio de las colectividades”. Hay
una pobreza moral en el fondo de toda esta esta cuestión que nos irrita a unos
pocos. Nos negamos a creer que no sea posible aprovechar tan ingente cantidad
de personas para otra cosa que no sea jalear un gol o tontear con una victoria.
Cuando se posee una capacidad de convocatoria tan gigantesca creemos que hay
una necesidad humana y social de detenerse a pensar qué se puede hacer con ello
en beneficio del hombre. No pensarlo es una dejación culpable que desaprovecha
un potencial valiosísimo y da que pensar lo obvio; se maneja como un
instrumento de “aculturación” intencionada, como sucede con la televisión, sin
que se participe al aficionado del núcleo de la nueva cultura: aborregamiento
en el vacío. Cabe añadir otro escabroso capítulo más en referencia con las perversiones económico-injuriantes
derivadas del pago voluntario de cantidades enormes, para ver lo que igualmente
verían pagando mucho menos y destinando el restante en otras opciones. Los que
maldecimos el fútbol, en realidad estamos maldiciendo otras cosas y lo que nos
irrita nada tiene que ver con el juego. Estamos esperando que las muchedumbres
nos den explicaciones.