A golpe de vista cada
cual pertenece a una generación. En cada tiempo histórico conviven varias
generaciones superpuestas y, dependiendo de la velocidad de los cambios, habrá
más o habrá menos en el corte temporal que seleccionemos. Al golpe de vista hay
que objetarle su manía de mirar de golpe en lugar de posarse con la delicadeza
de una mano maternal. El golpe señala, pero no matiza. Pongamos la lupa sobre
lo que es una generación y permitamos que la vista se expanda por el paisaje. No
existe, según se aprecia, más que una continua interacción entre personas que
comparten una época donde los cambios impulsados por unos arrastran a los
otros. Las fronteras entre unos y otros, tan diluidas como los cambios de ciclo,
se marcan con los cambios simbólicos o culturales que se comparten. La
obstinación a un nuevo ámbito de la existencia con una trayectoria vital determinada
valdría como carnet de pertenencia a una generación antigua. Un activismo
propositivo o un comportamiento adaptado a un nuevo valor comportaría el carnet
de los pertenecientes a una generación nueva. Sin embargo, la convivencia de
estas generaciones propicia, mucho más hoy en día, un intercambio permanente de
informaciones intergeneracionales que posibilita una permeabilidad hasta ahora
desconocida. ¿Por qué desconocida? Porque el concepto de generación no sólo se
ceñía al cuerpo cultural compartido por un grupo de personas, sino que incluía
el factor de la edad similar y tal elemento parece estar desdibujándose. Puede
apreciarse la asunción de valores emergentes por parte de un colectivo cada vez
de mayor edad. Véase quiénes han asimilado la igualdad real entre hombres y
mujeres o la diversidad de familias o condiciones sexuales. También puede
observarse la irrupción de una actitud reaccionaria en colectivos jóvenes.
Véase quiénes están jugueteando con el viejo militarismo, el fascismo o el
machismo regresivo. Es conocido, también, que la historia nos muestra periodos
de progreso junto a periodos de retroceso, no es nuevo. Lo que es distinto
ahora, es la fluidez comunicativa que dota a las generaciones de una movilidad
cultural que se va alejando de su condición cronológica. Teniendo la misma edad
que un semejante se puede pertenecer a otra generación. Los coetáneos no tienen
por qué ser contemporáneos.
Estando así las cosas –que
diría Julio César- llama la atención la buena acogida que tienen las acciones
encaminadas a “facilitar el relevo generacional”. Debemos llamar la atención
sobre el argumento de Perogrullo que esgrime la biología para tal menester. La
naturaleza, en perpetuo estado de sustitución de lo viejo por lo nuevo y con un
plan indiscutible de obsolescencia programada, inventa una muerte que aparenta
un acabamiento cuando es un resurgir. A la sociedad le vendría bien aceptar que
sólo puede imitarla cuando, el ciudadano, ya no cumpla su función social primordial
que es una contribución útil a la misma. Las ideas, costumbres o métodos
evolucionados o en favor de una sociedad más avanzada deben ir ocupando cuánto
antes el espacio y el tiempo en una comunidad, pero esto para nada significa
que haya que dar paso a los más jóvenes por el mero hecho de serlos. Los
jóvenes llevan incorporada su razón biológica y tarde o temprano conquistarán
la plaza. Con buen juicio se aducen dos situaciones en las que es ético
facilitar el relevo. Cuando hablamos de facilitar el relevo lo que se viene a
decir es que se precipita una sustitución inmadura todavía contraviniendo las
leyes de la naturaleza; también de la naturaleza social. Es decir; se adelanta,
se empuja, se estimula o se excita una renovación a la que de modo natural no
le corresponde hacerse cargo. La primera de esas razones éticas para propiciar
el relevo generacional es cuando se da la circunstancia de que los proponentes
están en condiciones de hacer más o mejores aportaciones. Cualquier resistencia
contra un cambio de tal signo es objetivamente reaccionaria y paralizante. La
segunda de estas causas éticas tiene que ver con el cansancio, la fatiga y la
voluntad de los candidatos a ser sustituidos. En puridad, una generación
cansada o decididamente inclinada a dejar el mando cae automáticamente en la
jurisdicción de la primera razón ética. No es tanto un asunto de edades, sino
de actitudes y aptitudes. En cuanto a mí, que para llegar a ser joven he
gastado ya tantos años, si me dan a elegir, quiero pertenecer a la del 27, pero
eso ya será para otro artículo.