martes, 19 de mayo de 2020

SE PROHIBE EL CANTE


No seré yo quien se aventure a nombrar la verbena de la Paloma en tiempos de sogas y ahorcados. Sin embargo, en la famosa Zarzuela de Tomás Bretón ya se nos adelantaba que “las ciencias avanzan que es una barbaridad”. Algo de zarzuela tiene nuestro tiempo y, no digamos, de verbena. Estamos en un punto en el que cantas una zarzuela o te la cantan, no hay otra. Afinar constituye un aprendizaje urgente, pero no es todo. También hay que saber poner el canto en escena. Una buena pieza en la escena puede esconder mucho oído y al revés, un fenomenal gorgorito tapa muy bien un buen navajazo. Cada uno tiene su público y sabe muy bien qué parte ha de preponderar. Por eso es que hay que andarse listo y salir de casa ya con la nota bien dada y con la entradilla en la punta de la lengua. A poco se acerque o nos acerquemos, como mínimo, hay que soltar el estribillo porque quien canta primero canta dos veces.
Lo terrible de los tiempos de hoy es que todo el mundo lleva en la boca la misma zarzuela. Y, como cada esquina ha compuesto su verbena, nadie sabe por dónde va a venir el canto a dar el cante. En toda época ha preponderado una música, pero era una hegemonía compartida con una panoplia más o menos nutrida de muchas otras. En España se colgaban letreros en las tabernas que decían: “se prohíbe el cante”. ¡Con cuánta nostalgia se echa de menos hoy esa leyenda! Más que nada porque, habiendo muchas más tabernas, el cante es el mismo una y otra vez. Nada extraña tampoco servir de confidente a un conocido que, con disimulo y discreción, te secuestra del grupo y con aire de contubernio se aproxima a tu oído para cantarte la canción secreta por lo bajini y empieza: ¿Dónde vas con mantón de Manila? ¿Dónde vas con vestido Chiné? Y, a partir de ahí, todo lo que se te ocurre pensar es delito.
Aquello del Príncipe de Lampedusa: “que todo cambie para que todo siga igual”, es un viejo propósito político convertido en circunstancia del presente y que, también tiene su predicamento en las tabernas de hoy. Son ellas, las que han cambiado de apariencia, pero siguen concitando la concurrencia de la verborrea, el cacareo, la veleidad, las borracheras de elocuente asertividad, proferidas principalmente por la pereza intelectual tan extendida. Esas tabernas han colgado en sus pórticos de entrada el cartel de sus nombres. Son: “Instagram”, “Twitter”, “Telegram”, “Facebook”, “WhatsApp”, etc. Tabernas a las que se entra ya con la botella en la mano y a medio beber. A diferencia de las clásicas, en estas nuevas se entra ya con la embriaguez de casa, y cada cual puede exhibir si su tablón es de roble o de contrachapado.
Con todo progreso se gana algo y se pierde algo. Todo lo que se ha ganado en rapidez se ha perdido de romántica parsimonia. Son tiempos extraños que nos ha dictado a golpe de decreto universal “el monotema” y está añadiendo un extraño fenómeno que podría llamarse “urgencia a largo plazo”, que es una urgencia que se nos va caducando en las manos y en las tabernas, de cuya cuenta da el tabernero cuando las recoge del suelo en forma de cáscaras. La zarzuela es española, pero la música es universal y parece que los compases suenan igual. Es la llegada del “hombre monótono”, un hombre con un solo idioma, una sola cultura, una sola religión, un solo modo de pensar, un solo tema del que hablar. Se echa de menos a los que, en estas verbenas callan, son atletas del silencio y campeones del misterio humano. Y, tal vez, debiéramos aprender todos nosotros la fina filosofía que tenía el viejo Llimona, el cual al recibir una carta con el timbre de “urgente”, la metía sin abrir en el bolsillo y afirmaba: “mañana lo será más”. En fin, que me voy “a lucirme y a ver la verbena, y a meterme en la cama después”.        

No hay comentarios:

Publicar un comentario