Inauguraba mi adolescencia política en un maremágnum recién instaurado de pluralismo y contrastes ideológicos. Era a finales de los setenta y bullía con rebeldía y novedad una esperanza democrática que nos ilusionaba y nos comprometía. A mí me parece que, en aquel tiempo, los idearios aún no habían conformado las familias ideológicas. Sin embargo, mientras se perfilaban los paquetes de ideas que caracterizarían a cada partido, en el pueblo estábamos entretenidos con el nuevo juguete de la democracia. En esos años la calle es un escenario permanente donde puede visitarse una exposición de cartelería, puede asistirse a una turba reivindicativa o escuchar una canción protesta, puede una manifestación impedir el paso por una calle y algunos coches con altavoces anuncian actos políticos de diverso signo. Hay un “collage” callejero compuesto de un batiburrillo de símbolos y colores nuevos.
En toda esta irrupción de diversidad, el mitin constituye un
fenómeno destacado. Con estas arengas multitudinarias se perseguían varios
objetivos: explicar sus programas, dar a conocer a sus candidatos, pedir el
voto, reforzar la idea de pertenencia a un grupo y, por tanto, fidelizar. En
esa segunda mitad de los años setenta, todavía era posible encontrar entre la
multitud de ciudadanos que acudían a un mitin a algunos indecisos que buscaban
aclarase y decantarse. La información y los medios de comunicación dirigían los
contenidos hacia los informados o comunicados; este era el sentido
predominante. Desde los depositarios de la información se decidía qué, cuándo y
cómo se ponía a disposición de las personas. Las organizaciones sociales,
mediante instrumentos como los pasquines, carteles, cuñas publicitarias,
entrevistas y mítines, hacían exactamente lo mismo.
Es ahora, cuando en mucha medida, gracias a la evolución
tecnológica, se está estableciendo un nuevo paradigma comunicativo por el que,
cada vez más, es el individuo quien decide qué, cuándo y cómo acceder a
determinados contenidos. La materia va enlatándose y apilándose, se coloca en
estanterías informáticas puestas al filo de carreteras de internet que llegan
hasta tu propia puerta. Es bastante obvio que la comunicación incluye un nuevo
sentido. Ya puede dirigirse y tutelarse desde el mismo consumidor de la
información. Basta con que haya latas de conserva en los stands accesibles y,
de momento, eso está garantizado porque a todos les interesa muchísimo que
elijan su lata.
El mitin, en este marco, es un pretexto fracasado. Quizás se
le pueda suponer, haciendo tanto esfuerzo como concesión, un factor lúdico que
tiene que ver más con el botellón y con la comida basura que con la degustación
o la salud nutricional. Eso desde la perspectiva de utilidad social, y al
margen de una situación agobiante de alarma por salud pública. El mitin ha sido
derrotado con rotundidad, salvo para satisfacer estúpidamente algunos egos
delirantes, que todavía se ven aplaudidos o admirados por el simple hecho de parlotear
ante un micrófono colocado en una tribuna. Todavía, si no mediara la muerte de
muchas personas o la ruina de muchos empresarios y trabajadores, cabría un mero escozor de
enfado; pero la vileza de celebrar esas antiguallas al día de hoy y sabiendo
que en resumen, todo lo que se va a decir es: ¡"Queridos conciudadanos, estamos
ante vuestra salud o vuestro voto, y queremos vuestro voto"!, me hace dedicar
todo mi asco para que se reparta entre todos.