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domingo, 31 de enero de 2021

MITIN

 


Inauguraba mi adolescencia política en un maremágnum recién instaurado de pluralismo y contrastes ideológicos. Era a finales de los setenta y bullía con rebeldía y novedad una esperanza democrática que nos ilusionaba y nos comprometía. A mí me parece que, en aquel tiempo, los idearios aún no habían conformado las familias ideológicas. Sin embargo, mientras se perfilaban los paquetes de ideas que caracterizarían a cada partido, en el pueblo estábamos entretenidos con el nuevo juguete de la democracia. En esos años la calle es un escenario permanente donde puede visitarse una exposición de cartelería, puede asistirse a una turba reivindicativa o escuchar una canción protesta, puede una manifestación impedir el paso por una calle y algunos coches con altavoces anuncian actos políticos de diverso signo. Hay un “collage” callejero compuesto de un batiburrillo de símbolos y colores nuevos.

En toda esta irrupción de diversidad, el mitin constituye un fenómeno destacado. Con estas arengas multitudinarias se perseguían varios objetivos: explicar sus programas, dar a conocer a sus candidatos, pedir el voto, reforzar la idea de pertenencia a un grupo y, por tanto, fidelizar. En esa segunda mitad de los años setenta, todavía era posible encontrar entre la multitud de ciudadanos que acudían a un mitin a algunos indecisos que buscaban aclarase y decantarse. La información y los medios de comunicación dirigían los contenidos hacia los informados o comunicados; este era el sentido predominante. Desde los depositarios de la información se decidía qué, cuándo y cómo se ponía a disposición de las personas. Las organizaciones sociales, mediante instrumentos como los pasquines, carteles, cuñas publicitarias, entrevistas y mítines, hacían exactamente lo mismo.

Es ahora, cuando en mucha medida, gracias a la evolución tecnológica, se está estableciendo un nuevo paradigma comunicativo por el que, cada vez más, es el individuo quien decide qué, cuándo y cómo acceder a determinados contenidos. La materia va enlatándose y apilándose, se coloca en estanterías informáticas puestas al filo de carreteras de internet que llegan hasta tu propia puerta. Es bastante obvio que la comunicación incluye un nuevo sentido. Ya puede dirigirse y tutelarse desde el mismo consumidor de la información. Basta con que haya latas de conserva en los stands accesibles y, de momento, eso está garantizado porque a todos les interesa muchísimo que elijan su lata.

El mitin, en este marco, es un pretexto fracasado. Quizás se le pueda suponer, haciendo tanto esfuerzo como concesión, un factor lúdico que tiene que ver más con el botellón y con la comida basura que con la degustación o la salud nutricional. Eso desde la perspectiva de utilidad social, y al margen de una situación agobiante de alarma por salud pública. El mitin ha sido derrotado con rotundidad, salvo para satisfacer estúpidamente algunos egos delirantes, que todavía se ven aplaudidos o admirados por el simple hecho de parlotear ante un micrófono colocado en una tribuna. Todavía, si no mediara la muerte de muchas personas o la ruina de muchos empresarios y trabajadores, cabría un mero escozor de enfado; pero la vileza de celebrar esas antiguallas al día de hoy y sabiendo que en resumen, todo lo que se va a decir es: ¡"Queridos conciudadanos, estamos ante vuestra salud o vuestro voto, y queremos vuestro voto"!, me hace dedicar todo mi asco para que se reparta entre todos.

 

 

sábado, 13 de junio de 2020

ABIERTO AL MONÓLOGO

Acabo de coincidir conmigo en el ascensor de mi casa. Ha sido horroroso. En primer lugar porque mi casa no tiene ascensor. Y, si en un primer momento pensé que se trataba de un mal sueño, imagínense el espanto de saber que no. No ha sido un reconocimiento paulatino, sino instantáneo. De pronto, frente a frente, he podido acusar el fondo de tranquilidad que sostiene el terror de la situación; la serenidad en un lado y la tempestad en el otro y ambos estados compartiendo el mismo aspecto. No es plato de gusto, puede jurarse, la coincidencia a traición, cuando no había hecho más que ir a por el pan calentito del día.
Yo vengo de la panadería, no elucubres, pero a saber de dónde vienes tú, le he dicho. Pues vengo del campo, me ha soltado, de recolectar domingos y, con lo que traigo, casi llego a un año sabático. Si aún pudiera acudirse al lenguaje taurino sin incurrir en tropelía, diría que eso ha sido un pase de desprecio, del que se sale desorientado y sin saber qué ha pasado.
Desde luego no da el tono para una conversación de ascensor al uso, pero eso no me ha impedido entrar en sofocón y empezar a darme aire con un folleto. ¿Crees que abanicarse con el programa de festejos es una forma de estar en el mundo de la cultura?, me ha preguntado de golpe. Pues no sé, he balbuceado. La cultura ha dejado de ser concepto para convertirse en comodín o en idea.
¿Y no se te ha colado en la espuerta ningún martes, ningún jueves? ¡Cómo renunciar a las excepciones, si uno quiere confirmar las reglas! Además, para que sea sabático el año, ha de contener sus trazas de laboriosidad. Un sábado no es un festivo “puro” al estilo del domingo, sino una aspiración o una anticipación, lo que viene a ser mucho más lúdico por esperanzador que el propio día festivo. El domingo es un objeto de consumo; el sábado, en cambio, es un deseo. El confinamiento, por ejemplo, ha estado repleto de domingos y, por eso, nos hemos agotado. Hay un importante “tedium vitae” en la ejecución del ocio que no lo hay en su planificación. Lo que se prometía como una pandemia renacentista o, en cierto modo, enciclopedista, ha devenido en paréntesis a secas. Si es verdad que los grandes acontecimientos del mundo tienen lugar en el cerebro, no se explica que tanta gente aburrida no hayan dado lugar a una nueva explosión de arte, ciencia, espíritu o pensamiento, salvo que no se hayan recolectado a propósito algunos lunes o miércoles con que aderezar los domingos.
Entonces tu recolección hay que tomarla como una predicción, creo. ¿Cómo saber cuándo se entra en hastío? Pues porque te metes en más de una semana sin enamorarte, eso es definitivo. Cuando reservas el gozo para más tarde como si el tiempo fuera abundante. Cuando te conformas con la felicidad de las piedras y aceptas la ausencia de dolor como único destino. Cuando renuncias al furor en favor de la lucidez y persigues aniquilar los demonios para acabar con la rabia y no rascas la piel fina del globo por tal de no saber nada de la fealdad divina de la naturaleza. Las realidades telúricas no conducen al pesimismo, sino al humor. Esa es la risa sardónica de Sade, que contempla la vida como una comedia y no como una tragedia, como un encuentro entre Apolo y Dionisio. Se entra en hastío cuando no procuras que la naturaleza se salga con la suya bajándole los humos a los pomposos ideales. Por eso el campo da tantos domingos, porque constituyen la natural esencia de los flujos. Y la vida, si es algo, es fluir. No me mires así, me dice sin una mínima mueca de aprecio. Hoy es el día internacional de la mala sombra, ¿vas a dar el pregón?  Yo sigo abanicándome, antes de que llegue el domingo y me pille desprevenido. Encantado de conocerte, me digo, y salgo hacia la izquierda, siguiendo las indicaciones de salud mental.    

martes, 5 de mayo de 2020

DIAGNÓSTICO


Desde que el bicho se ha hecho viral nos ha entrado a todos como una especie de título médico que nos ha venido por la simple función de respirar. Yo mismo he adoptado el hábito de enroscar el fonendoscopio a mi cuello para ir a tomar café, lo que ocurre es que no encuentro cafetería abierta, por eso no me han visto. Otros, como en las barras de bar hay desolación y vacío, apoyan el codo en el mostrador de su móvil o de su ordenador y, desde ahí, imparten su magisterio o diagnostican en grupo, que es una novísima manera de diagnosticar. El caso es que estamos de suerte por vivir en un país donde, si hay un problema jurídico, todos los habitantes son jueces, si hay un problema monetario, todos son ecónomos, si un problema de fauna, todos zoólogos. No es que sea extraordinario, sino que es un prodigio natural al alcance sólo de unos pocos países. España es uno de ellos.
No sé muy bien si la opinión generalizada sobre un asunto, lo convierte en actual o, al contrario, que la actualidad es el origen de la opinión generalizada sobre ese asunto. Sea cual fuere el origen, si la gallina o el huevo, la libertad de opinión hay que defenderla a capa y espada. Una opinión, al día de hoy, alcanza una difusión ultramarina en el mismo instante en que el dedo hurgador da la orden a través de una tecla. Es una opinión viajera que rebasa los límites y fronteras que, hasta hace pocas décadas, eran infranqueables por el común de los opinadores. Aun así, la libertad de opinión es un bien indiscutible en sociedades democráticas y abiertas. Además, también hay que reconocer como riqueza aquellas otras opiniones que nos llegan desde los confines del mundo. No sólo es patrimonio nuestro derecho a opinar, sino nuestro derecho a oír las opiniones de los otros.
Pero la defensa a ultranza hay que hacerla a condición de que la opinión no venga con afán de invadir parajes que no son suyos. El conocimiento posee sus gradaciones. Si el saber fuera un cuadrilátero y sobre él, un púgil llamado “opinión”, combatiera contra otro llamado “duda”, habría que invalidar el combate porque no están en el mismo peso. La opinión ha rebasado el peso de la duda por inclinación, probabilidad o convicción y la vence levemente decantándose hacia un lado, sin olvidar nunca que la inclinación, la probabilidad o la convicción no constituyen obviedades o certezas. La opinión es una duda que se desnivela hacia un lado, pero que todavía no se cae. La ambigüedad, prima hermana de la duda, se resuelve por la opinión con una “preponderancia”, nada más. Sin embargo, en el mismo cuadrilátero, tampoco pueden combatir y por la misma razón, la “opinión” con la “certeza”. No están tampoco en el mismo peso. De ahí que lo criticable no sea en absoluto la libertad de opinión, sino la intromisión indebida de aquellas que pretenden ocupar el sitio que no les corresponde.
Después de todo, y como llevo el fonendoscopio que hace a mi cuello distinguido, me voy a tomar la licencia de una mínima auscultación de la salud social, tras la larga exposición a tan abundante material informativo de estos tiempos recientes. Y es que el número de patologías sociales, llámense grupos de “infoxicados” es directamente proporcional al número de “infoxicaciones” que circulan con total libertad. Pero, -esto ya lo diagnostico como “medicum repentinum”- de igual forma que los agentes patógenos, a fuerza de penetrar en un cuerpo biológico lo acaban fortaleciendo, el cúmulo de despropósitos informativos acabarán por robustecer el sistema social inmunológico. Siempre habrá quien vaya a comer al mismo lugar que las moscas, pero ya no contagiarán tanto. Es sólo una opinión.