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lunes, 19 de febrero de 2024

Prensa estancada.

Hubo un tiempo, no tan lejano como para que no lo recuerde yo, en que el papel de periódico, saltando por encima de su función de soporte informativo, mostraba su condición polivalente. He visto a mi padre forrarse el pecho, por debajo de la camisa, con amplias páginas de sucesos. No puedo estar seguro de que las páginas de sociedad puedan ser tan impermeables al viento como las de deporte. Algo hace pensar que son igualmente desechables por lo que dijeron, pero aprovechables por lo que solucionan. He visto cómo se envolvían tomates para acelerar su maduración, o liar los arenques para prepararlos “a la puerta”.  ¡Qué maravillosa ocupación la de aquella prensa en el servicio de la causa!

Ya saben que “la constancia es el recurso de los feos”, pero también lo es de la rabiosa actualidad, que ni es rabiosa ni es actualidad más que para hacer el arte de una chirigota. Dicen que fulanito triunfa y que en un país muy lejano tiran bombas los fanfarrones, que ha sacado más votos Romanones y que va a subir la luz. ¿En qué diario no hay un fulanito que triunfe, un fanfarrón que tire bombas, un recibo que no suba?  Me van a perdonar si no acepto aquello de que “no hay nada más antiguo que un periódico de ayer”. Hay días en que, respondiendo a un brote de locura repentina,  me da por echar un vistazo a la prensa. Confieso que encuentro mucha más cantidad de presente en las fechas pasadas que en las actuales. ¡No hay nada importante que contar desde que Andreíta se comió el pollo! Salvando el ejercicio extravagante de algún columnista, cuya literatura hace de obús en medio de una pedrea, todo lo que se escribe es una repetición sin fin como si se hubieran puesto a la orden del eterno retorno de Nietzsche.

A la orden del eterno retorno de Nietzsche, o al consagrado axioma del Príncipe de Lampedusa: “que algo cambie para que todo siga igual”. Las portadas de los diarios anuncian la buena nueva de que el miércoles sucede al martes. Lo anuncian a cuatro columnas porque no tienen neones todavía y porque cuatro columnas hacen una geométrica muy estable para que no se nos caiga el letrero. No puede atacarse tan mayúscula verdad porque viene siendo así desde que se estableció el orden de los días de la semana. El cuerpo social que observan y del que informan está representado en la imagen de la portada del Leviatán, obra de Thomas Hobbes. Allí vemos a un Rey coronado, cuyo cuerpo está compuesto de multitud de personas. La analogía entre un cuerpo biológico y un cuerpo social es pertinente.

Las informaciones nos describen con mucho detalle el proceso digestivo del Rey, desde que mastica el primer bocado hasta que lo excreta. Nos consta la especialización de una prensa para la boca y otra para el culo. Pero esta función o este proceso biológico es siempre igual, pese a que un día ingiera nueces y otro día las uvas de la ira. Nos informan de que la suma de nuestros votos ha propiciado tal o cual digestión o indigestión. Nos vienen a decir que la guerra es el fracaso de las Organizaciones Internacionales, el fracaso de la diplomacia, el fracaso de la política. Cada vez que hay una guerra puedes con total confianza leerte el periódico que informara de la anterior guerra. Encontraremos el mismo escrito, coma arriba o coma abajo, siempre y cuando no haya sido usado para madurar tomates. Pero no encontrarás escrito en ninguno que la guerra es el fracaso de mi voto y, de paso, del tuyo. Eso es lo tremendo. Es como si, abierta la herida, tú y yo que somos glóbulos rojos, nos tangáramos de acudir a cerrarla porque un día fuimos aseaditos y peinados, tan formales, a depositar nuestra papeletita. 

La prensa, que ha contribuido a la creación del cuerpo social y al dibujo del Rey del Leviatán, ciñe su función a un proceso orgánico de consolidación de la figura que se ha quedado dibujada en la tapa. A poco que das un vistazo a las primeras páginas, o a los contenidos si quieres, vuelves una y otra vez a la misma portada. No conozco a nadie que no pueda decir con absoluto acierto qué dirá menganito o fulanito sobre tal cuestión. Estamos ante una previsibilidad de tal hondura, que se puede pensar que las páginas de los diarios se escriben tirando del cajón donde se guardan las páginas de hace dos décadas. A ver si con suerte dan con alguna de Larra. Entonces, el periódico de ayer, es un clásico que hace las veces de tensor para que el presente se nos acople o se nos acune en brazos del pasado. Nada nuevo bajo el sol.

Es la era de la actualidad estancada. Es tanto así como que una burocracia del presente hilvanara los protocolos con los que cualquier acontecimiento se condujera por el poder de turno. Todo anticipado, todo previsto. Lo periodístico de este asunto es el olvido clamoroso de que la democracia no es un sistema de llegada, sino un sistema de partida. Mientras tanto, ya no se usan ni para forrarse el pecho, ni para envolver arenques.  

 

 

miércoles, 19 de enero de 2022

CONTAMINACIÓN PUBLICITARIA

¿Qué cantidad de contaminación publicitaria somos capaces de soportar? ¿Cuánta energía mental se destina a desechar la propaganda que vierten las marcas en el espacio público y privado? ¿Para cuándo un estudio que se interese por el comportamiento cerebral habituado a resistir la carga del torrente continuo de intromisiones en nuestro íntimo pensar? ¿Para cuándo un sistema democrático que permita al ciudadano elegir dónde, cuándo y por quién puede ser abordado?

La expresión de “contaminación publicitaria”, según se ha consagrado en los últimos años, se refiere al tipo de contaminación que parte de todo aquello que rompa la estética de una zona o paisaje. Un concepto que requiere un análisis detenido. Es razonable otorgar importancia a la idea de ruptura en sí misma. La publicidad no sólo invade haciéndose presente, sino que lo hace quitando de en medio o dificultando la atención destinada a otra cosa. Desvía la atención sin pedir permiso. Lo primero que fractura es la continuidad visual o auditiva, pero mucho más importante que eso es la fractura atencional o, dicho de otro modo, interrumpe el desarrollo reflexivo o el diálogo intrapersonal cuando no interrumpe el diálogo interpersonal. Insisto en que se trata de un asalto que nadie ha pedido y, mucho menos, esperado. Observamos que, a diferencia de generaciones pasadas, un nuevo modo de pensar se impone. Es un modo “interruptus”, bien por las intromisiones comunicativas que provienen de los teléfonos móviles, como de la dispersión informativa que generan las redes sociales o el mismo internet. Sin embargo, a estas interrupciones le suponemos un grado de aceptabilidad que dimana de un cierto voluntarismo. Al fin y al cabo, la compra y la tenencia de un Smartphone es relativamente potestativa. La publicidad, en cambio, prescinde totalmente de nuestras voluntades y cercena un espacio de libertad individual, lo que constituye una sencilla y clara falta de respeto. Hay una doble agresividad explícita en los anuncios. Por un lado, las técnicas publicitarias son cada vez más depuradas e incorporan creativos modos de acaparar la atención rápidamente, se esté haciendo lo que se esté haciendo. Por otro lado, además del carácter invasivo, la abrumadora cantidad de estos reclamos comerciales  han convertido las ciudades en auténticos estercoleros visuales, los espacios de internet en basureros sin reciclar, las televisiones y las radios en emisiones publicitarias, y desencadenan tal número de desatenciones por minuto que el resultado, me temo, es que ha impuesto un modelo de pensamiento entrecortado.

De este modelo que nos hace vulnerables, nos está quedando un sesgo cognitivo que nos impulsa continuamente a retomar el punto mental en el que estábamos, pero lo más grave es que en un número de veces muy alto nos hace abandonar la inercia intelectual que teníamos. No cabe duda de que hay una malévola fabricación de demandas espurias y bastardas que basan su eficacia precisamente en el impacto personal que ocasione la técnica publicista, en lugar de basarlas en las necesidades libremente pensadas y elegidas. Lo peor no es que nos tomen por tontos, sino que nos están haciendo tontos. Es decir, tal es su densidad y simultaneidad, que el cerebro experimenta una sobreestimulación innecesaria  por causa de un flujo de datos de tanta magnitud que lo obliga a un esfuerzo permanente para procesar primero y para desechar después. No olvidemos que para separar el grano de la paja tenemos que contar con que hay siempre más paja que grano. Ansiedad, nerviosismo, angustia, estos son sólo algunos de los resultados. Otros pueden ser, falta de concentración, incapacidad para el desarrollo del pensamiento propio o escasa profundización. Limitaciones que, a poco que se observe, se extienden cada día más.

Si queremos ver cine, entramos en una sala en la que apagan las luces, se aíslan todos los sonidos circundantes, casi dejamos de ver a nuestros acompañantes y apenas podemos hablar con ellos, so pena de tener que aguantar algún reproche. Las salas de museo eliminan distracciones superfluas y dejan expuestas las obras en espacios diáfanos dispuestos para concentrar la atención del visitante. En el teatro, en un concierto, en una conferencia, son innumerables los ejemplos que persiguen eliminar, con buen criterio, todo cuanto pueda distraer la atención de su objetivo principal. No sucede así en las ciudades. Un experimento realizado en la ciudad holandesa de Eindhoven concluyó que una persona que quiera dar un paseo por su centro histórico, acaba viendo más publicidad que elementos culturales. No sólo se ha desalmado la idiosincrasia de una ciudad a manos de unos desaprensivos vendedores, sino que se asalta el espacio público por manos privadas y contra la voluntad de quienes no han podido elegir nunca qué es lo que querían. Esta es otra asignatura pendiente de la democracia. Barrunto que para solucionarlo tendremos que recurrir a una buena campaña publicitaria.