Se dice, se comenta, se especula que D. Jesús Hermida,
periodista, locutor, corresponsal, informador, ha fallecido. Famoso por sus
ademanes de cabeza y su dicción perfecta, no ha podido informarnos de su muerte
como hubiera querido. Por suerte, una larguísima reata de excelentes
profesionales que bebieron de su fuente, le harán el trabajo. Precursor de
innumerables innovaciones jamás dejó de repetirnos su mítica retransmisión de
la llegada del primer hombre a la luna. Hoy le toca a él llegar a alguna parte,
si es que se llega a alguna parte. Ha llegado al final con los vaqueros
puestos, prenda de la que decía era el símbolo de la libertad. En su mirada
televisiva siempre redoblaron las teclas de su máquina de escribir. Fue reacio
a usar el ordenador por su fidelidad al sonido romántico que emitía su vieja
máquina. Nos legó su personal coquetería con la cámara de televisión, y con su
marcado sentido de seducción periodística sazonó cada noticia, convirtiéndose
en un comunicador o en el primer comunicador. Las huellas en la luna se las
dejamos a los astronautas y la huella en los canales de televisión se las dejamos
a Don Jesús. Tuve el honor de ser invitado por él a un café en la cafetería de
un Talgo que hacía el recorrido Madrid a Barcelona. El magisterio de Hermida es como el de aquel
maestro judío al que le visitaban para ver cómo se ataba los zapatos. No fue de
los que enseñaron cosas, sino de los que enseñaron cómo tratar con las cosas.
Desde entonces le atribuyo el invento de tomar café en las ajetreadas barras de
los vagones-restaurant, como le atribuyo también el mérito de enseñar a los
españoles a decir “New York” para pedir la canción de Sinatra sin parecernos a Martínez
Soria. Si hay otros mundos como proclamaba Fontanelle u otras vidas como
aseguran innumerables religiones, Hermida dará la noticia sin duda. Otra cosa
será tenerlo que escuchar eternamente diciendo: “estuve allí y así fue como lo
conté, como lo dije, como lo transmití, como lo viví.” Descanse en paz.
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