domingo, 7 de febrero de 2021

CALDO MEDIÁTICO


H. D. Thoreau, el autor del maravilloso texto “Walden”, escribió unas frases finales a modo de testamento. Dicen así: “Quiero decir unas palabras a favor de la naturaleza, de la libertad total y del estado salvaje, en contraposición a una libertad y a una cultura simplemente civiles; considerar al hombre habitante o parte integrante de la naturaleza, en lugar de un miembro de la sociedad”. La idea no abandona una nítida dualidad constitutiva; la natural y la social. Sin embargo, hay una decantación sobre la dimensión salvaje para Thoreau. Ese deslinde entre lo natural y lo social en el ser humano es complicado y polémico. Pero no es complicada una distinción aproximada de ambos contextos y convendría entrenar algunas competencias analíticas para diseccionar una realidad predominantemente “social”.

Entre las acciones generales contra el carácter hegemónico del civismo frente al salvajismo, la más acuciante, es discriminar el “caldo mediático”. He llamado así al denso entorno que asfixia cualquier perspectiva o la condiciona, propiciando un modo negligente de evadir las cuestiones de fondo. En nuestro entorno se acumulan, con mucho más desorden que método, esquirlas minúsculas de realidades amontonadas puestas al servicio de un vértigo tertuliano que alcanza, como un  líquido oleaginoso, incluso a las comunicaciones personales. La característica más visible de ese “caldo mediático” es la conversión en categoría de la pura anécdota. Llama la atención, alerta, predispone e indigna la excepción y, con ello, queda en la más absoluta oscuridad la regla.

Hay que admitir que, lo más acertado, es pensar que ser hoy un ciudadano del mundo es ser un sujeto entrenado en la anomalía. Deberíamos, como también dice Thoreau, vivir en todas las épocas del mundo durante una hora y en todos los mundos de cada época. La invención tecnológica del libro como depósito del tiempo, ha sido una prodigiosa trampa contra el olvido que nos ha acercado bastante a esa propuesta, pero no va a ser completamente fiel. En realidad, las personas trabajadoras y esforzadas que han protagonizado la historia verdadera, han carecido de tiempo libre para contárnosla. Con tal circunstancia sobrevolando, la civilidad, lo que llamamos civilidad, ha estado imbuida en todos los tiempos de un cierto “caldo mediático”, que no es más que el relato de cómo se vive, en lugar de lo que verdaderamente se vive.

A pesar de esa constante histórica, que debería empujarnos a la prudencia en cualquier caso, lo moderno hoy es el dominio absoluto de la anécdota que, no solo se constituye en el eje director de la mentalidad colectiva, sino que en sus mismas entrañas alberga una vocación aniquiladora de las categorías y de los portadores de ellas.

La relación entre anécdota y categoría, es aquí análoga a la que hay entre dimensión natural y social. No se podría explicar, por ejemplo, cómo la fuerza de la naturaleza impone al ser humano una renovación y una evolución (intelectual, espiritual y física) a través de la juventud o de cada generación nueva, contra todo pronóstico. La idea fuerza transportada en el “caldo mediático” es, en todas la épocas con respecto a la juventud, una objeción radical (anécdota-civilidad), cuyo devenir se resuelve siempre en derrota absoluta. Y la victoria le pertenece al lado salvaje de lo humano (categoría-naturaleza). Según la narrativa anecdótica e influyente, la juventud misma es una catástrofe, un evento súbito y devastador en la historia del planeta. Pues es justamente lo contrario, pero no lo vamos a encontrar en el “caldo mediático”.  

 

    

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