A veces hago ejercicios de libertad de pensamiento por el
corredor de mi casa. Tengo que decir que se quedan en meros ejercicios de
calentamiento. No tengo memoria de haber jugado nunca de titular. En esos
entrenamientos puedo pensar en la derogación de las vanguardias como si, de
verdad, hubieran sucedido. Pero puedo pensar, también, que las características
de un tiempo se limitan a ser simplemente un relato y todas las vanguardias
están presentes, con o sin relatos. El sistema feudal, por ejemplo, no cuenta nunca
para referirse a las compañías energéticas o a las de comunicación. Parece que
la épica haya cedido terreno a la burocracia, pero a mí me da por pensar, en
mis ejercicios, que sólo ha cambiado la lanza del héroe por el gris marengo del
traje de chaqueta. O que el terrible duelo del que sólo podía quedar uno vivo,
ahora, en lugar de en campo abierto, se practica en hoja de reclamación abierta
y las pistolas o las espadas son los hilos de razones que unos y otros esgrimen
sobre el terreno.
Lo mismo que hay que equilibrar los ejercicios de
elasticidad, tonificación, fuerza, agilidad, coordinación, etc., yo hago
esfuerzos por abolir la intransigencia del pensamiento único y permito, con
cierta sorna intelectual, que se diviertan mis neuronas pidiendo divorcios a
granel de las muchas otras con las que están en matrimonio “sináptico”, o
entonando el “son tus cacúmenes,
mujer los que me sulibellan”. Una neurona, en cuanto se queda libre, se pone
que da gusto verla. Por eso es solicitada y abordada desde otras muchas
pretendientes y se puede observar cómo son constructoras de otras realidades
hasta ahora invisibles. Yo nunca había pensado –por falta de soltura neuronal-
que lo único que se ha hecho vírico de verdad es el virus, cuya apabullante
solidez espero que haya relegado por mucho tiempo al término “viral” a su
sitio. Así que pongo el pensamiento a correr por la banda y, en cuanto suelto
rigideces, me percato de que, a la sombra de algunas neuronas, brillan otras
verdades muy ocultas que nos demandan luz y voz.
Como en todas las épocas, una cosa es calentar y otra muy
distinta es salir al campo a jugar. Yo, cuando estoy preparado y completamente
sudado, me doy cuenta del cansancio y de la suerte de no haber corrido el
peligro de una partida oficial. Dejar el pensamiento al aire libre y ventilado,
sólo puede hacerse en el corredor de la casa, cargando con el peso de la
paradoja, que es un ejercicio de halterofilia filosófica. Me da por dejar libre
la idea de que la mentira tiene muy mala prensa, o que vivimos un tremebundo
acoso contra la naturaleza humana, sin percatarnos de que la yerba acaba
siempre rompiendo el ladrillo. Pienso que “el Señor de estas tierras” nunca ha
descabalgado. El surrealismo convive –no hace falta mucho esfuerzo para verlo-
con el romanticismo, con el simbolismo, con el expresionismo y sin abandonar un
momento el realismo. Se me ocurren consejos sin estrenar y sin avales de
ninguna agencia mundial de homologación de consejos. Un día tuve una idea
oficial, pero no quise contarla para no perderla. Dedico tres días a la semana
a hacer abdominales con los tres pesas civilizatorias tan denostadas: “sentido
común”, “buen gusto” y “cultura general”. Otro día diré para qué; hoy no es
bueno atreverse, como siempre.
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