Don Cosme es el vecino sabio en un edificio de menestrales. Ha entrado ya en esa edad en la que se pueden fumar cigarros apagados sin despertar extrañezas, enviudado por dos veces de la misma mujer: una cuando no le reconoció por vez primera y otra cuando falleció, antiguo díscolo sin llegar a revolucionario, profesor de latín y brillante pareja para el dominó; se dijo que fue masón y nunca se supo ciertamente. Ayer coincidí en el portal con él, con su compra diaria, con su periódico redoblado bajo el brazo, con su halo de respetabilidad. Traía recortada en el rostro la sonrisa de las ironías. Posee, por mandato de su prolongada juventud, una sabiduría entrañable e inofensiva –la sabiduría es inflamable y revolucionaria por definición- porque a esa edad no hay intencionalidad expansiva y su expresión queda resumida al ámbito de la conversación bajo el principio “anti-activista”: “si lo tengo que explicar no lo vas a comprender y si lo vas a comprender no hace falta que lo explique”.
- Buenos días, Don Cosme.
- Buenos días, vecino.
- ¿Le ayudo con las bolsas?
- Dios te lo pague, gracias; pero todavía puedo solo.
- ¿No quedamos en que no había Dios?
- No me hagas hablar, vecino. Es el Dios de los creyentes, allá tú. Habría que decir: que Dios te lo “co-pague”, parece que es la moda y Dios debía tomar nota de la austeridad, digo yo.
- No me líe Don Cosme. ¿Existe o no existe?
- No solo no existe, sino que vete tú a encontrar un electricista en fin de semana.
- Se le ve contento esta mañana.
- No puede ser de otra manera: han ganado las derechas. –se detiene ante el primer escalón y me pone el semblante pedagógico- Utilizo el plural con sentido; el alcance es mayúsculo y aglutina todos los grados, no podemos pedir más.
- ¿Pero usted no era de izquierdas?
- Por eso mismo estoy que no quepo de alegría; hasta me da la risa floja a veces que tengo que hacer esfuerzos para no parecer tonto. Le hemos endosado el gobierno ahora que todo está manga por hombro, no le quedan más proyectos que los que desvelarán su condición más reaccionaria y su radical conservadurismo exigiendo esfuerzos dramáticos a los ciudadanos. No le hemos dejado más alternativa que ser de derechas propiamente en un país de izquierdas, cuya ansia de redefinición de “ser de izquierdas” precisaba leyes, gestiones, talantes, posturas y gobiernos de derechas para poder contrastar y acordarnos durante mucho tiempo de por qué somos del bando del pueblo llano. Me da risa, vecino, no puedo remediarlo. Le hemos dado el gobierno envenenado y absoluto y se ponen como locos a dar saltitos en el balcón de Calle Génova, ahora que van a ser exclusivamente responsables de todo.
- Don Cosme, no sé qué decir.
- Mira, vecino, habría mucha tela que cortar pero déjame que te diga una cosilla más. Un tal Max Weber habló del paso de la ética de las convicciones a la ética de la responsabilidad en un sentido pragmático y político. La izquierda adopta la ética de las convicciones cuando no está en el poder, y cuando alcanza a detentarlo se aviene a la ética de la responsabilidad en favor de un equilibrio social, en cambio la derecha se instala siempre en la ética de las convicciones y, cuando alcanza el poder no renuncia jamás a sus principios. El choque está servido, vecino. La calle no entiende de pragmatismo y convicciones al margen de las personas y la izquierda
apadrinará, ahora que no tiene gobierno, esas necesidades y vindicaciones. Cuánto más dura sea la derecha, más sentido y contenido tendrán las izquierdas. Cuánto más capitalismo, monetarismo y macroeconomía, más necesidad de incorporar “humanismos” al debate. Lo realmente macabro del asunto es lo poco oportuno del momento histórico, desastroso, para el futuro de la derecha tomando el mando en estos momentos precisamente. (Para la derecha el gobierno es “mando”) Estoy contento porque ahora podemos ser abiertamente de izquierdas, porque vamos a encontrar claramente nuestras definiciones y nuestro sentido, porque los pueblos se están agolpando, en España también, del lado del sentido común de guatiné y babuchas.
- Don Cosme, me da en la nariz que ha votado al PP.
Y Don Cosme sube las escaleras sin poder aguantar la risa; todo un personaje.
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