De cómo en los extremos de una porra del Estado pueda condensarse el cúmulo de mala sangre, hablarán los sociólogos severamente, que ahora lo que urge gritar es referente a la carga y descarga policial en Valencia y a la última mano que lo ejecuta. Toda motivación que justifique la saña y la cólera con que se arrea un golpetazo a un menor se fuga por la línea recta al cesto de la basura, y cuesta mucho entender qué razones, si el término es aplicable, llama a un asalariado enclenque, de sueldo adelgazado y sometido a impuestos engordados, al uso de tanta fiereza indómita contra adolescentes. Puede encontrarse cierto sentido freudiano en el simbólico uso de la porra: cada palo una cópula y cada herida una inseminación. Lo que ocurre es que, una vez más, se engendra odio, rencor y resabio; deberían haber leído. Después el parto trae lo que puede. La reivindicación es femenina y la represión es masculina, siguiendo el símil. El dulzor del cambio y la creación está en las entrañas del grito y la denuncia. La juventud viene, el nuevo sistema se está anunciando y al viejo orden no le queda más que un ejército de porras que se están volviendo flácidas y les queda poco que derramar.
Cambiar la palabra por el rayo sólo es asunto de Júpiter, después de sentirse cansado de saber tantas cosas y aún explicarlas. Nadie cree que les valga el ejemplo, como tampoco es creíble que anden entrenados en pensar lo que hacen; les basta una orden ejecutiva para desfogar un estado de frustración vital que debieran dirigir en sentido inverso, al tiempo, para dar luminosidad a la esperanza; aunque de momento todo sigue como una fotografía en sepia, antigua estampa de las viejas ataduras, qué triste, y cada cual en su particular pesadumbre y un tanto de colectiva indolencia. “El rico a sus riquezas, el pobre a sus pobrezas y el señor cura a sus misas”. Ni las armas ni las letras mueven un palmo su sitial del curioso discurso que pronunció Don Quijote sobre ellas; pero de eso el policía no sabe o no contesta y tampoco quién los manda, porque no se puede encontrar nobleza donde se da un porrazo a un joven que está pidiendo –aquí el bucle- que no le recorten más sueldo al que pega. No se explica, quiero decir, que por lo que cobran no pasen de descargar las porras en sus propias manos.
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