lunes, 20 de febrero de 2012

En Valencia la policía tiene porras.

            De cómo en los extremos de una porra del Estado pueda condensarse el cúmulo de mala sangre, hablarán los sociólogos severamente, que ahora lo que urge gritar es referente a la carga y descarga policial en Valencia y a la última mano que lo ejecuta. Toda motivación que justifique la saña y la cólera con que se arrea un golpetazo a un menor se fuga por la línea recta al cesto de la basura, y cuesta mucho entender qué razones, si el término es aplicable, llama a un asalariado enclenque, de sueldo adelgazado y sometido a impuestos engordados, al uso de tanta fiereza indómita contra adolescentes. Puede encontrarse cierto sentido freudiano en el simbólico uso de la porra: cada palo una cópula y cada herida una inseminación. Lo que ocurre es que, una vez más, se engendra odio, rencor  y resabio; deberían haber leído. Después el parto trae lo que puede. La reivindicación es femenina y la represión es masculina, siguiendo el símil. El dulzor del cambio y la creación está en las entrañas del grito y la denuncia. La juventud viene, el nuevo sistema se está anunciando y al viejo orden no le queda más que un ejército de porras que se están volviendo flácidas y les queda poco que derramar.
            Cambiar la palabra por el rayo sólo es asunto de Júpiter, después de sentirse cansado de saber tantas cosas y aún explicarlas. Nadie cree que les valga el ejemplo, como tampoco es creíble que anden entrenados en pensar lo que hacen; les basta una orden ejecutiva para desfogar un estado de frustración vital que debieran dirigir en sentido inverso, al tiempo, para dar luminosidad a la esperanza; aunque de momento todo sigue como una fotografía en sepia, antigua estampa de las viejas ataduras, qué triste, y cada cual en su particular pesadumbre y un tanto de colectiva indolencia. “El rico a sus riquezas, el pobre a sus pobrezas y el señor cura a sus misas”. Ni las armas ni las letras mueven un palmo su sitial del curioso discurso que pronunció Don Quijote sobre ellas; pero de eso el policía no sabe o no contesta y tampoco quién los manda, porque no se puede encontrar nobleza donde se da un porrazo a un joven que está pidiendo –aquí el bucle- que no le recorten más sueldo al que pega. No se explica, quiero decir, que por lo que cobran no pasen de descargar las porras en sus propias manos.

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