Si no fuera porque nos sucede “la mala hora” y un círculo de
vicisitud incesante, podríamos saber qué dejar en el testamento a las generaciones
futuras. Incluso los notarios han inventado cláusulas generales de advertencia
para que no nos tomemos en serio el trámite. Una cosa es lo que se da y otra lo
que se recibe; cuidado con eso. Tampoco es que hayamos conocido época sin su
apocalipsis “prêt-à-porter”. Y, aunque cada cual lleve en el bolsillo su
apocalipsis privado, el que nos está tocando a rebato es el que pagamos todos,
o sea, el público que, al parecer, es una de las coberturas universales de la
Seguridad Social.
El letrero de que ya hay lotería de navidad nos está
advirtiendo de la existencia de los sueños individuales y de que la idea de
esperanza humana tiene mucho de mercantil y de premio gordo. Es una aspiración
tan líquida que, su mayor júbilo se despierta buscando la forma que pueda contenerla
sin perder gota. Miguel Ángel le decía a Vittoria de Colonna: “te quiero como
la materia a la forma”. Sin embargo, es una búsqueda particular que renuncia a
los grandes sueños. Jung, sugería que se podían tener dos tipos de sueños, el
individual o el arquetípico. En algunas comunidades distinguen entre “grandes
sueños” y “pequeños sueños”. Los primeros son los que influyen o incluyen a
familiares, clanes, conciudadanos, etc., mientras que los pequeños sueños se
refieren en exclusiva al propio soñador.
En cierta ocasión, hace años, alguien preguntó a un viejo
indígena de la Amazonía ecuatoriana qué pensaba de los “apachi” o blancos y de
su forma de vivir. Tras varias observaciones respondió que no le parecía en
absoluto extraño que estuviéramos perdidos y angustiados porque nadie comprende
–de su comunidad se entiende- cómo alguien puede dar su voto a otro para que
gobierne sin saber qué ha soñado esa persona. ¿Cómo es posible admitir que otro
mande sin saber si ha tenido “grandes sueños”? Pensaba el indígena, con buen
tino, que nuestro patrón cultural, aparte de ser materialista hasta lo
patológico, está basado en los “pequeños sueños” y, “claro, así os va la vida”,
decía.
Mucho antes que Freud, nuestro Cervantes escribió que “el
sueño es alivio de las miserias de los que las tienen despiertas”. Dicho así,
cuando estamos en el corazón del nuevo apocalipsis y sabedores de que jamás nos
faltará uno que echarnos a la boca, ¿Cuál es nuestro gran sueño? Porque miserias
no faltan en nuestra particular existencia. Las miserias son los apocalipsis de
bolsillo, o de “prêt-à-porter”. Son el 18,5% de destrucción de nuestro Producto
Nacional Bruto, que sobre todas las cosas es bruto y está despierto. Pero lo
que necesita el “gran sueño” es el apocalipsis de alta costura que se está
hilvanando con unos virus que hacen de pedrería, y unos hilos de hielo
derretido que hacen de pespuntes. Mientras no nos convoquemos a un aquelarre de
grandes sueños, no vamos a poder conjurar el acabose. Ya nos vale.