Cualquiera sabe qué es eso de poner distancia. Parece que es
una medida de alcance mundial con lo distante que es el mundo, dicho así con
toda la grandeza de la palabra “mundo”. Personalmente, debo confesar que el
mundo me cae a mucha distancia, si a lo que me refiero es al globo terráqueo.
No digamos si me pongo a tener en cuenta a Fontenelle y su pluralidad de los
mundos. Mundos debe haber muchos y de unos estoy más lejos que de otros. Pero
no es de los mundos de lo que quisiera hablar, sino de la distancia. Aunque hay
tanta distancia entre un Botín y un botón, que son dos mundos distintos por
próximos que estén en el espacio. Parece mentira que el empleo más humilde en
la banca sea el de “botón” y en la cima esté el “botín”. Puede ser que nos
estén recomendando otro tipo de distancia, porque la “social”, lo que se dice
la “distancia social”, es muy antigua y la veníamos manteniendo a rajatabla
como mundanos que somos.
Lo que quieren imponer, creo, es espacio entre las personas,
tierra de por medio, que es lo que recomendaban las abuelas para los noviazgos
inconvenientes. Ahora parece que todos caminamos por la calle como novios o
novias inconvenientes. Lo peor del asunto es que, más que ponernos a distancia
del otro, nos estamos poniendo distantes del otro. Como inconveniente
profesional que soy debo advertir, por pura experiencia, que no es
imprescindible mostrarse distante para guardar la distancia. De hecho no hay
amor más cercano que el desterrado. Sin embargo, nos está quedando el soslayo,
el reojo, la tirantez y la displicencia. De tanto insistir en que “mirar” se
convierta en sinónimo de “sospechar”, estamos acabando con los prójimos.
Tiempos difíciles para cumplir los mandamientos.
Se guarda distancia de manera muy variada. Por ejemplo,
usted coloca un “Majestad” al tratamiento y, por más campechano que se sea, la
persona queda Corinna arriba, Corinna abajo, muy a trasmano. Tanto como si le pillara
en República Dominicana. Tiene su guasa lo de “República” como para aposentar
las reales posaderas con tranquilidad mayestática. No es menos mayestática toda
distancia que hay entre la opinión pública y la publicada. No sabemos muy bien
si el vástago VI empezó a ponerse distante o empezó primero a poner distancia;
pero es muy visible que se trata de un espacio que une, no que separa. Porque,
a pesar de su alianza con el vasallaje rojo, los azules tienden a azularse y lo
sacrificios por mantener una corona o una Corinna pueden hacerse de muchas
maneras. No hay que ser emérito para darse cuenta.
El espacio no está sino en nuestra mente, si le hacemos caso
a Kant. Y, si le hacemos caso a Einstein en su teoría general, entonces podemos
ir silbando la relatividad con las manos en los bolsillos, sin mancharnos ni
quebrarnos. Es decir; lo importante no son los dos metros, sino lo lejos o lo
cerca que queramos estar de los otros. No habría manera de enmascarar la
distancia si viniéramos entrenados en la empatía. No habría tapaboca que no
fuera transparente a la sonrisa del espíritu, cuyos labios deben ir de mundo a
mundo. Cada uno es un mundo, ya se sabe. Y hay muchos mundos por mi calle, por
tu calle y por otras calles. No te calles.
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