Se acepta como un hecho común la idea de que las decisiones
y los actos vienen básicamente impulsados desde ámbitos emocionales. Génesis
que hunde sus raíces en lugares remotos, tan dados a la indagación
psicoanalítica. Estos comportamientos, una vez que la voluntad los determina,
no se conforman sin acudir en búsqueda de algún argumento que los justifique.
La búsqueda es en todos los casos fructífera. La necesidad de apoyar todo acto
en una razón, hace el milagro de encontrarla. Lo que no quiere decir en
absoluto que sea una razón irrefutable. En la mayoría de las situaciones
incluye un interés personal por no someterla a falsaciones y, en la práctica,
persiguen exclusivamente una validación, por simple que sea, del acto en sí.
Para nada nos suena rara la expresión coloquial con la que se protegen estas
razones frente cualquier ataque eventual: “yo me entiendo”. Con esta frase se
intenta detener cualquier intromisión que arriesgue mínimamente el fundamento
en el que se basa el comportamiento o la decisión. Siendo, en cierto sentido,
verdad que el sujeto se entiende, no se escapa que se trata de un entendimiento
consciente de su debilidad.
Pero, demos por bueno que, en el ámbito personal, la fuerza
de las emociones, los sentimientos o las intuiciones, poseen un carácter
argumental anclado en las leyes de la biología de tal manera que en sí mismo
tienen razones que la razón no entiende. El hecho de que la naturaleza ande en
medio de todos los impulsos humanos merece una confianza, así como el beneficio
de la duda. Se comprende que la importancia de estos hallazgos argumentales
tengan predicamento sobre el individuo que los necesita, cuando sus actos no
rebasen el ámbito de lo personal.
Lo que, a mi juicio, carece de entidad es acudir al “yo me
entiendo” para sustentar decisiones políticas. Expresión que, por otra parte,
adopta fórmulas variadas, como “olfato político”, “razón de estado” o
“realpolitik” entre otras. No es necesario explicar que, cuando las acciones
políticas remiten a tales expresiones, llevan dentro la voluntad de eludir toda
confrontación argumental. Tampoco se desea decir con ello que, en los tiempos
corrientes, el método de argumentación y contraargumentación sea una práctica
habitual. De hecho, rara vez asistimos a un razonamiento político que se someta
a objeciones serias para cada una de sus premisas. Que se pueda aducir que todo
mandatario ha de poseer un pensamiento relativo, no significa que todo
pensamiento lo sea. Significa, más bien, que toda razón que motive una acción
política debería haber salvado, dentro de su jurisdicción racional, las
críticas necesarias que persigan seriamente su refutación y que acometan con
solvencia intelectual un combate imprescindible para la validez de sus
motivaciones.
Siempre se ha insistir que mencionada lucha de argumentos
tenga lugar dentro del ámbito racional en el que se engendran. Los ámbitos
racionales son círculos acotados, fuera de los cuales el argumento pierde las
referencias y decae en un espacio donde queda aislado y al pairo de
contraargumentos desorientados. El ámbito racional que valida el resultado de
dieciséis como la suma de ocho más ocho, no puede ser atacado cuando la suma es
en un sistema binario. Del mismo modo que un razonamiento que fundamente un
programa político concebido para la solidaridad con otros pueblos, no puede
confrontarse oponiéndole el bienestar del propio, pese a que toda acción tenga
efectos no pretendidos derivados. Estos últimos tienen su ámbito de discusión
aparte y, por sí mismos, requieren de atención independiente. Como la práctica
política acostumbra a apoyarse en un prolijo conjunto de razonamientos, que
olvida, por otra parte, que la cuantía de motivos resta siempre fuerza al
principal, dando la impresión de que no es bastante uno solo, pues otorga
opciones a que se suscite la controversia sobre el más débil de todos ellos. Cuando
lo aconsejable, en aras de un verdadero sistema que propicie la salvación y la
prosperidad de un buen fundamento, sería centrar la atención sobre la base del
mejor de ellos y, sobre él, construir si ha lugar el andamiaje de objeciones.
La vía de comunicación que une una determinación con un
razonamiento en el que apoyarse, varía de sentido, como vemos, cuando la acción
es personal de cuando es política. En el primer caso, la pulsión humana busca
refugio en una razón, mientras que en el ámbito político ha de ser al
contrario: un razonamiento, un pensamiento o una idea debe buscar su acción que
la honre. Yo me entiendo.
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