“Mi Cristo luce joven y bello. Joven, como metáfora de
pureza: así se ha mostrado a la Virgen María en la historia del arte, casi como
una adolescente. Y bello porque me remito a Platón, belleza y bondad son la
misma cosa”. Con estas escuetas palabras describe Salustiano García su obra
para cartel e imagen de la Semana Santa de Sevilla en 2024. Se acaba de conocer
y ya ha marcado su impronta en los órganos emotivos de los puristas clásicos
que polemizan abiertamente contra los rupturistas. A mí, que ignoro casi todo
del Arte Sacro, lo primero que me ha creado es una sensación de ternura en
lugar del terror tradicional que me inspiran los otros. Me acerco a la imagen y
no soy capaz de hacer descubrimientos irreverentes. Lo que se antoja blasfemo
es el temor a la sensibilidad que las manifestaciones contra el cartel indican.
Por fin irrumpe una sagaz apuesta que se sube sobre los
hombros del clasicismo y lo supera, pero fijémonos en que no lo destruye, sino
que lo evoluciona, lo hace humano, que era el programa teológico de Dios para
con su hijo. No cabe mayor insulto de los profesantes que no reconocer al Hijo
de Dios en esa obra, es decir; en el prójimo. Porque lo que el autor nos cuenta
es que en el distinto está el prójimo. Y acerca el concepto al sujeto y nos lo
presenta bello por desnudo y desnudo por bello. Puede ser entendido como un
cartel abolicionista, desde luego. Deroga la severidad sin dulzura y la
sacralidad sin humanismo. Añade una delicadeza amanerada en la figura que, a mi
entender, muestra el mensaje de la ley natural que nos ha enseñado que el poder
de crear es femenino antes que masculino.
Si se quiere, es un Jesús que posa para ganarse unos cuartos
después de salir de las clases de economía política, o bien de trabajar como
becario en una multinacional. No parece que haya tenido tiempo de pasarse por
el botellón, donde seguramente tendría que difundir su magisterio. En sus ojos
conserva la mirada cándida del que aún no ha sido devorado por el mercado, que
es la versión moderna de los romanos manejando lanzas y látigos. Pero nada más
asomarse a la balconada de las redes, la villanía ha empezado a escupirle y a
tirarle piedras, duchas en seguir siendo pléyade y populacho, ignorantes de la
profundidad del mensaje de amor que encarna. No parecen que sepan qué reclaman
exactamente, cuando fustigan, condenan y crucifican un rostro y un cuerpo que
es mucho más nuestro que los de costumbre.
El cartel intenta revocar el tiempo que nos aleja del Dios
antiguo y nos propone un Jesús del presente, que tiene a bien cruzarse con los
creyentes en la puerta del ascensor, en la parada del autobús, o en la
ventanilla de inmigración. Presenta un rostro con expresión suave y gesto
amable conforme con la condición de un Dios más comprensivo que justiciero y,
por ello, más confiable. Es un hombre, sí, con relativos aspectos ambiguos que,
tal vez, representen y deseen confirmar la complejidad inherente a toda
condición sexual, pero tal sutileza del espíritu humano no hace más que enriquecer
las perspectivas que todo Dios, por el mero hecho de serlo, está necesitado de
poseer dentro de sí.
Con la sencillez profana de un lego en Arte podemos
contemplar la obra sin entender muy bien qué de admirable tiene, pero no es
posible sentirse ajenos a una cierta revolución explícita que promueve la obra.
Y lo hace con el respeto absoluto a la naturaleza canónica del mensaje
cristiano. Inserta y encaja a la perfección con todos los elementos de la
tradición cofrade de Sevilla, señalando el instante de la resurrección como un
nacimiento nuevo; de ahí la juventud de la imagen. Una imagen que emerge casi
desprendida de las heridas del mundo terrenal, y sale hacia la luz siendo luz
Él mismo. Es mucho más razonable pensar que se trasciende sin portar las
heridas de la vida mortal, que arribar en la Gloria hecho un Ecce Homo,
derrengado y sufrido. No en vano supera la muerte como para no superar las
heridas. Incluso el “perizonium” o “paño de pureza” ha dado un giro sevillano
adornando el pudor con un cierto aire Victorio y Lucchino que redunda en
humanización de diseño, pues no estamos para menos.