Lo que probablemente corresponde escribir bajo estas líneas es
un párrafo de largo silencio. La muerte de Mandela viene a desalojar las
conciencias de los hombres de esos descabalados ruidos del odio. Al sobrevenir
un vacío de maldades aparece el silencio de los aprendices, que ya es un primer
gran paso. Madiba ha sabido “metaescribir” su legado prescindiendo de las
palabras y ha colocado sobre el tapete del planeta un par de enseñanzas indiscutibles:
la voluntad y los actos. Es un novísimo “mutus liber” donde beber la alquimia
para convertir el plomo en oro y los deseos en realidades. Ahora “el gran
hombre negro” va y se muere, que era lo único que le quedaba por hacer para
estar más vivo. Siempre fue un hombre brillante (bastaría decir que fue un
hombre) y en esa tarea de hacerse más presente en el horroroso mundo de hoy,
cuando más se necesita, va a conseguir, con su fallecimiento, una eficiencia espectacular.
Con el simple gesto de dejar de respirar va a desvestir, con un solo golpe de
mano, a las hordas políticas del planeta (García Montero titula su artículo: “hipócritas
del mundo: reuníos”). Si no fuera por las consecuencias fatales que acarrea la
indigencia moral de los gobernantes, la cosa tendría su gracia. Véase cómo
casar, pongo un ejemplo mínimo, la reivindicación de la herencia de Mandela con
las “concertinas”. Lo que tiene gracia es la contundencia con la que Madiba, al
morirse, les ha llamado imbéciles, a sabiendas de que el tonto siempre acude
cuando lo llaman por su nombre. Allí estarán todos, desnudos y expuestos, como hermanos del espíritu libre sin
conciencia del pecado, al pairo de quienes sentimos la indignación y la vergüenza
de contemplar que siempre les toca a los mismos pedir perdón.
martes, 10 de diciembre de 2013
Aire nuevo.
Como el musgo frío en las rocas sombrías,
brotan las juventudes vencidas
sobre el lienzo de bocací, que son mis manos.
Allí se extienden,
oleaginosas,
las claridades postergadas de actos lejanos,
donde jamás estuvimos,
donde nunca nos hospedaron.
Hoy sangran dulcemente,
como ciruelas maduras,
o como el resplandor del vino,
en la boca de la lujuria.
Mis juventudes perdidas
callan a voces un aleluya.
Aquí en la cima del tiempo,
donde la sombra comienza a descender las horas,
bosteza tan distante la distancia,
está tan lejos lo lejos,
que apenas un rumor alcanza a descubrir,
que hay aire
y que el aire es nuevo.
domingo, 27 de octubre de 2013
A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust.
Probablemente
la lectura de la obra de Proust se haga siempre al abrigo de una sombra. Propio
de su estilo literario es el tamiz difuso que elabora con su escritura
alambicada y preciosista. Por eso, en su segundo tomo de “en busca del tiempo
perdido”, “a la sombra de las muchachas en flor”, la expresividad del título dé
medida del tempo y la recreación de una vida que, lejos de haberse detenido en
el pasado, reconstruye una y otra vez un crisol de infinitas notas del
presente. Una inclinación aristocrática y un gusto por el refinamiento social
no impiden a Proust manejar hábilmente la avalancha de sentimientos alrededor
de sus primeros conatos de amor. A pesar de los oropeles y poses del mundo snob
en el que se desenvuelven sus recuerdos, el autor queda instalado en la
intrahistoria de las motivaciones que el alma de las personas que le tratan
poseen. Un delicado amaneramiento del lenguaje es premonitorio de su tendencia
a deleitarse en la jurisdicción de lo femenino. Delicadeza que suavemente hace
contrastar con un desdén hacia lo masculino. Tal vez en eso, su propia
biografía haya acuñado su personalidad literaria. Las muchachas en flor objeto
de sus voluptuosidades adolescentes son un festín de elegancia en las
remembranzas de Proust. Una enorme panoplia de matices minúsculos en la prosa
descriptiva de sus reacciones amorosas, relajan el discurso vitalista y lo
dotan de una musicalidad parsimoniosa y dulce. En esta obra, de trazos
musicales, se va dejando en secreto íntimo del lector las partes de una
añoranza propia, y rítmicamente se van engarzando los fundamentos sensibles de
toda memoria personal. A la sombra, pues, de la realidad que le enfrenta y le
refleja, Proust, construye su interpretación interior dotando de vida subjetiva
cuánto transcurre a la luz. Su retraimiento no es sombrío al modo de oscuridad
o tibieza, sino que es resguardo de íntimo fulgor de juventud. Así el estilo
cultivado de observación y la pulcra elaboración sobre las anécdotas de su vida,
dibujan un cuadro interior de factura bellísima y atraen amablemente la mirada
inquieta de quienes buscan en el fondo de la novela un resorte mnemotécnico de
sus nostalgias. La dimensión histórica de la obra se apoya en el torrente caudaloso
de datos de la época, concerniente al status social del autor; pero más que el
retrato de unas condiciones de vida, se plasma prodigiosamente, el colorido de
la pátina que impregna la mentalidad en los hombres y mujeres que van
desenvolviéndose en la memoria de Proust. Además de los usos y costumbres
reflejados, la obra posee el valor de describir las razones que fundamentan
esos comportamientos y quedan exhibidos los esqueletos morales que dan cuerpo a
una sociedad francesa totalmente expuesta.
jueves, 30 de mayo de 2013
La eternidad a partir de Rimbaud.
Hay un poema
de Rimbaud que me llama poderosamente la atención que dice: “¡La
hemos vuelto a hallar! ¿Qué? La eternidad. Es la mar mezclada con el Sol”.
Los humanos somos engendros rarísimos que, además de inventar la eternidad,
inventamos la poesía para hallárnosla a la vuelta de la esquina, ya sea con
mezclas de sol y de mar, ya sea con mezclas de nanas y cebollas. La verdad es
que el verso sobrecoge porque dibuja una aspiración tan común como evanescente.
Sé lo que es el tiempo; pero cuando me lo preguntan ya no lo sé, decía San
Agustín. Es de una estupidez tan bella que da risa, aunque se trate de la risa
helada que cristaliza en ráfagas de
lucidez. Este verso no solo se las trae, sino que se las lleva. Su fingida sencillez
esboza la sabiduría punzante de la noción
esotérica revelada; el hallazgo y la eternidad. Son concepciones de amplio espectro,
inherentes a un tipo de perspectiva alejada de la lógica racional, valga el
maridaje lingüístico. El relumbrón de la sabiduría que exhibe lo es por la
deliciosa lógica irracional, solo al alcance de la dulce locura de los poetas o
los tristes. Y, sin embargo, de una lógica tan humana como el sentimiento de
inmortalidad. Ahí radica la segunda potencia del verso: su fuerza. La eternidad contiene toda la fuerza del tiempo y además
todo el tiempo. El hallazgo es un encuentro con el “Todo”. La fuerza está en
que se produce una disolución del yo en una eternidad resplandeciente
representada por la mar mezclada con el Sol. Es el sentimiento trágico de la
vida que tan magistralmente describiera Unamuno. Muestra la aspiración humana tendiendo a la disolución
con el cosmos y la trascendencia, impulsada por un deseo angustiado de
persistir eternamente; pero que no encuentra asideros racionales para
sustentarse y sucumbe a las alas de la voz poética. Busca la religiosidad del anhelo de
perpetuidad y la encuentra en la tercera potencia del verso: la belleza. Porque, al margen de lo que
sea en realidad la belleza, nadie elude esa cualidad en un mar mezclado con el
sol. La simple contemplación imaginaria de una geografía que enseñe el paisaje
de un mar inmenso mezclado con un sol
inmenso, apacigua el alma, que es una de las misiones, si no la única, de la
belleza. Y el poema de Rimbaud posee esa virtud de serenar no sin desasosegar
antes, alzándose sobre las tres columnas que lo elevan: la sabiduría con que se
construye, la fuerza con la que se sostiene y la belleza con que se adorna.
miércoles, 29 de mayo de 2013
Investigadores vejados.
El desprecio
que el estado español está ejerciendo sobre las ciencias y sobre la
investigación ha alcanzado el grado de vejación. El salto cualitativo tiene
lugar cuando la humillación presupuestaria se consuma contra los discursos
políticos. El gobierno no escatima elogios ni bendiciones a la investigación y
a la ciencia. Esta práctica también le pertenece a la oposición, que no es más
que el mismo gobierno sentado en otra bancada, dicho sea con el ánimo de hacer
constar que nos hemos dado cuenta. No hay discurso (por llamarlo de alguna
manera) que no resalte los valores inherentes del fomento de la investigación.
Unos y otros convienen en el potencial desarrollo que generaría una política
adecuada, pero olvidan que las concepciones metafísicas de la sociedad se
concretan en la cifra presupuestaria que se coloca en una casilla. Habiendo
escogido sibilinamente estos olvidos, no olvidan, en cambio, recurrir una y
otra vez al mantra de los tiempos: I+D+i. El acuse de la vejación se produce
cuando se asiste a una urdimbre argumentativa verdaderamente bien fundamentada.
Ninguna institución del estado esconde su admiración de la excelencia alcanzada
por nuestros investigadores, sencillamente porque lo contrario no estaría en el
ámbito de lo políticamente correcto. Ninguna institución se opone a considerar
que la mayoría de los avances científicos comportan uno a uno mayor transformación
social que bibliotecas enteras de legislación. La excelente reputación que un
científico posee para los ciudadanos de nuestro país, mucho nos tememos, está
siendo usada por los aparatos del estado para cubrirse de gloria –los hay que
se pasean por los centros para darse un baño de batas blancas-. La vejación,
insisto, consiste precisamente en esa puesta en escena cínica que exalta un
valor aniquilándolo después en los presupuestos. La comunidad científica no es
estúpida, precisamente son los primeros de la clase, y su fortaleza intelectual
que les da para darse cuenta de esta tropelía, también les da para aplicarse
arduamente en sus menesteres sin muchas distracciones. Da la impresión de que
se conforman, pero quiero pensar que en algún laboratorio hay algún becario o
contratado en precario que está a punto de descubrir o inventar alguna fórmula
magistral, para que los cínicos se vayan a la mierda sin necesidad de que se
les mande, por una cuestión de educación, claro.
martes, 28 de mayo de 2013
Los pastilleros de la Junta de Andalucía.
Sorprendentemente a estas alturas del siglo XXI todas las
revoluciones están pendientes. Debo hacer la confesión solemne de que ignoro
por qué revolución empezar. Las hay de todos los gustos y colores, las de corte
cultural, espiritual, económico o sexual, por ejemplo. Hasta hace unos días
acometer la revolución sexual constituía la prioridad, pues se descarga a la
vez conciencia y próstata; sin embargo, visto el regalo en el que la Junta de
Andalucía gasta el dinerito, la prioridad sería descargar la mente de todos los
delitos que la habitan. Y es que todo lo que se me ocurre es delito.
El
comportamiento humano posee ese raro resorte que acaba saltando antes por un “recochineo”
que por una tragedia. Es decir; entre que sea explicable que la población
muestre signos de angustia y que en La Consejería de Empleo te regalen un
pastillero va un trecho peligrosísimo. Salvadas las sospechas que devienen por
un regalo de ese cariz, -no se me ocurre nada bueno que recomiende ese obsequio-
hay que preguntarse si las instituciones poseen cada una de ellas su respectiva
“puta madre” donde depositar las porquerías que van echando sobre la población.
En este momento en que más importante que llegar a la luna es llegar a fin de
mes, a ustedes, con su buen gusto, no se les ocurre otra cosa que regalar donde
meter las pastillas con la saña de grabar en piel “Consejería de Empleo”.
Se
me ocurre que, tal vez, algún retorcido haya querido experimentar eso de
facilitar la solución creando el problema, como cuando de la mano de las
respuestas se suscitan las preguntas. Se regala el pastillero donde se guardarán
los ansiolíticos o antidepresivos que se necesitarán para contrarrestar la
ansiedad o la depresión que el propio pastillero ocasiona. Es un bucle de arte
porque estamos en Andalucía y andarán pensando que todo lo más saldrán
comparsas o chirigotas o quizás un “cante jondo” para poder quejarse a gusto. En
cambio, la realidad es otra bien distinta. Por lo que yo puedo intuir y por los
signos que ese “foquismo guevariano” va desentrañando a golpe de pastillero
sembrado sobre la fértil cabeza de la pobreza humana, las gentes han dado un
paso de gigante que consiste en pasar de la indignación al “algo hay que hacer”
y la Junta regalando pastilleros precipitándolo todo: qué arte!
miércoles, 24 de abril de 2013
Hay tantos hombre en mí...
Hay tantos hombres en mí
cansados sobre las cosas…
¡Qué extraños corazones
habitan las sombras!
¡Qué rara avidez,
por nacer de las rocas!
En el aire no están
ni las voces ni sus bocas.
¡Qué raros hombres
suceden mis horas!
Qué raros hombres
cansados sobre las cosas…
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