Athos, Conde de la Fère, contrae matrimonio con una mujercita,
bella como los amores, de quién está locamente enamorado y recibe las ingenuas
delicias de su juventud. Un día, mientras paseaban amorosamente, a ella le
sobreviene un desvanecimiento y, por accidente deja al descubierto parte de su
piel donde hay tatuada una flor de Lis. “¡El ángel era un demonio!”, grita
Athos. Inmediatamente procede a su ahorcamiento, sin más notificaciones ni
preavisos. Traspasados los muros de la fantasía y adviniéndonos a la realidad
del Duque de la cosa erecta, el paralelismo con el episodio que escribe
Alejandro Dumas es visible. El Señor de los empalmes ha venido tapando su flor
de lis hasta que un desvanecimiento ha dejado al aire sus ejercicios de
nobleza. La Casa Real ha reaccionado amputándose un miembro en su página Web,
que es como una preterición sin cafeína, pues la página web es secamente un
espacio virtual y, mientras tanto, el miembro Real sigue pegado a la carne como
la mano al brazo. ¿Será Urdangarín la mano en el conjunto del cuerpo? Téngase en cuenta sus proezas en el
balón-mano. No es baladí la comparación con tal extremidad por más que él se
reivindique “en Palma-do” con ese jueguito sutil y brillante de palabras
encadenadas que tan hermosamente le retrata. Más bien parece que lo que sí ha
venido empalmando es una fechoría con otra y, lo que es aún más claro: los
balones le han llegado a la mano porque en el equipo todos deseaban pasarle la
pelota. Su posición en la cancha era más adelantada para el gol. Ahora que
podríamos decir que se ha “caído con todo el equipo” tendremos que mordernos la
expresión y quedarnos en eso de que el “ángel era un demonio”. Y
asistimos y asistiremos al espectáculo grotesco de un sinfín de notificaciones
y preavisos, mientras el equipo seguirá entrenando. Aquí hay más flores de lis
de las que por accidente se han mostrado, no percibís el perfume en el viento?
domingo, 27 de enero de 2013
martes, 22 de enero de 2013
El prostíbulo de los partidos.
En el fondo un romanticismo tardío les alianza el alma con su
casa-madre. Lo que aprendieron de la “matria” no se lo arrebata la “patria” y,
sobre todo, sus dientes antes que sus parientes. Les salva el cinismo como
único resorte de una inteligencia opaca; ni siquiera les alcanza la reputación
del secreto, y en estos momentos el beneficio de la duda está invertido en
favor de la acusación. Responder siempre lo mismo ante cualquier pregunta, sea
la que sea, ya no es un ejercicio de retórica parda, ni tampoco un insulto, es
una violenta agresión a la dignidad colectiva, una guerra que trata de
aniquilar lo que queda de sociedad superviviente y, esa cantinela no debe
servirles ya ni para ganar tiempo, ni al pueblo para adormecerse.
Al “sufrido”, es decir, al pueblo, los finales sibilantes de
D. Mariano les resultan ventosidades, y los redobles de cabeceo de D. Alfredo,
como para tomar la Bastilla, provocan arcadas y risotadas en el palco, por
favor repartan bolsas (no cabe incertidumbre; son “el hombre desdoblado” de
Saramago). Si se pudiera decir que provienen de alguna sabiduría, del
Brahmanismo o del Vedanta, por ejemplo, pero vienen del partido (la “matria”)
como otros provienen de los escolapios, donde tiene lugar el éxtasis de la
sociedad cerrada y un aire denso les aclimata el ambiente en las clases de
podredumbre. Son clases intercambiables y homologables, sombrías y oscuras con
créditos validables para todas las catapultas.
Ya no es tiempo de decir que no todos los políticos son
iguales, eso hay que probarlo. El delincuente está arropado por el encubridor,
el sátrapa está apoyado en el pusilánime, el mediocre descansa sobre el
cobarde, el tonto se elige en el Congreso como mal menor, el estúpido llega a
la cima porque todos temen su estupidez, el ladrón compra voluntades con el
dinero de sus robos, los bobos se adoctrinan para que crean que esto es así. Lo
que antes fuera la “razón de estado” hoy es la “razón de partido” y cada caso
es un Dreyfus condenado a sabiendas de su inocencia. La alta política y la
“realpolitik” es “la conjura de los necios” acallando la estridencia y
sazonando el hedor con auditorías peregrinas y comparecencias de primaria. En
las aulas de los partidos solo se aprende eso.
El buen político, hombre de conciencia intelectual con
aspiraciones a mejorar la sociedad de todos, comprometido humanamente con una
idea de justicia, de igualdad, de libertad y de sociedad, valiente para
desentrañar los defectos de la convivencia y con capacidad para proponer la
transformación de la vida en común, con talla humana y/o nivel intelectual,
independiente para denunciar, señalar y castigar rápidamente las corruptelas de
sus propios, nos ha sido arrebatado por
esta panda de putas de carretera. No todos son iguales, claro está, pero
aquellos que se corresponden con el ideal de nobleza de la política no quieren
entrar en el prostíbulo y la indolencia de unos ciudadanos aletargados no ha
comenzado todavía a barrer el local. Vaya plan.
Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski) Stefan Zweig
Unos acercan la vista a la materia para desentrañar las
vísceras de lo visible y otros, como Stefan Zweig, ajustan la mirada hasta el
punto invisible del espacio para descubrir la existencia de las otras materias.
Naturalmente que la altura de la cima desde donde mirar ensancha el paisaje y
lo extiende y, así mismo, toda altura es una profundidad en el espacio hacia
arriba. Tan partícula es el átomo como una estrella en el firmamento en
comparación con la infinitud de lo que le rodea. Toma distancia del personaje
sólo para cerciorarse de que se trata del elegido y, una vez enfocado, se
zambulle en las galerías más hondas de la obra para entresacar las virutas de
alma que cada personaje o que cada descripción lleva esparcida del propio
autor. Con ellas, las virutas, emplasta una nueva masa donde modelar, según su
particular visión, la figura del hombre que va a biografiar. Diríamos que no
estudia la obra a partir del escritor, sino al revés. Parece que con esa manera
de contar los acontecimientos que van sucediendo
en la obra y en los personajes, no cupiera más que una vida como la que el
autor ha llevado. La extremidad de las pasiones enfrentadas simultáneamente,
caso de Dostoievski, se convierten en la clave que explica su paso por prisión
y por Siberia, o bien la continua penuria de su existencia. Como una especie de
puzle a la inversa, Zweig, va encajando las piezas dentro de la caja que
envuelve el juego, luego de haberlas separado de su lugar en el mapa que dibuja
(a veces resulta mucho más difícil reubicar las piezas de un puzle en su lugar
desordenado que colocarlas en su sitio, donde las figuras y contrafiguras dan
pistas) La interpretación vertida en sus biografías va más allá de la
descripción y la explicación y más bien parece un actor que un biógrafo, no de
otra manera puede entenderse que el modo de escribir sobre cada cual se parezca
al modo en el que escriben ellos. Cuando habla de Dickens, por ejemplo, cuenta:
“había
vivido en Hungerford Stairs en una buhardilla sucia y oscura, troquelando pastillas
de betún en cazuelas y envolviendo con hilos miles y miles de ellas al día,
hasta que sus manos de niño le escocían y lágrimas de humillación le saltaban
de los ojos”. Aquí Zweig se ha convertido en Dickens y ha copiado su
estilo, está interpretando el papel como un actor en escena frente a un público
que, atónito, asiste a ver en esa figura al propio autor. Cuando escribe sobre
Dostoievski su pluma se atormenta y se desmesura, subiendo y bajando por las
escaleras de las emociones, crepitando o presagiando en una grisácea calma
rusa. De hecho se extiende más que con los otros porque está recreando la misma
circunstancia de embalaje que cuenta sobre las obras de Dostoievski. De él
puede decirse con exactitud lo mismo que se dijo de su autor; su obra transcurre
dentro de sí y no fuera. Adopta su temperamento, lo incorpora para sí y, con él
aprendido, se sienta frente al papel a hablar sobre sí mismo y le sale
Dostoievski en cada renglón, por lo tanto su esfuerzo hercúleo no está en
escribir, sino en representar. El genio de Zweig es ese, tragarse el personaje
y vomitarlo en forma de tinta sobre el papel. Su principal virtud, la de situar
al lector frente a una nueva obra del personaje muerto como si estuviera aún
vivo, no desluce las otras capacidades de Zweig, pero las solapan. Por ejemplo,
cuando distingue al hombre ruso del hombre europeo (págs. 139 a 142) su enfoque
es originalísimo y certero y, sin embargo, suena a Ortega por todos lados. Ese
sacar de cada hombre el paisaje y el paisanaje poniéndolo como el océano en el
que navegará su carácter es casi orteguiano por dos razones: primera porque es
un ángulo psico-social del hombre en el
que las circunstancia se inocula como factor constructivo y, en segundo lugar,
porque la prosa es elegante, limpia y clara como la de D. José. Desde luego estamos ante un genio.
No cumplo el deber del silencio
No
cumplo el deber

sencillo
del silencio
cometo
el alarido infantil
de
los perdidos
y
además es de noche
como
después de la tarde
sucedió
en el alma.
No
todo es oscuro.
Sobre
la cima de la esperanza
El
rayo de tu luz alcanza
A
resplandecer la orilla,
La
música y la danza.
Hace
obsidianas el volcán
Y
las acacias el tiempo,
Pero,
mira:
Hace
amor en el aire,
Como
rabia en el suelo.
Por más que haya diez milenios
Por
más que haya diez milenios
entre
tu paisaje y el mío,
la
noche va sembrando de segundos
el
tránsito de un cántaro a otro cántaro,
con
sus gargantas abiertas
y
sus vacíos transparentes.
Porque,
mientras haya luz,
las
noches serán doradas
y
las alas de agua.
Por
más que haya diez milenios
entre
tu paisaje y el mío,
la
lumbre va creciendo de amarillos
la
danza antigua de la música a la música,
con
sus ojos alertas
y
los pulsos calientes.
Porque,
mientras haya luz,
las
bocas dirán ventanas
y
las lenguas serán el mar.
jueves, 22 de noviembre de 2012
Cita a ciegas
Días
antes de cumplir los doce o trece años, no recuerdo muy bien, mi padre, con el
propósito de no errar con su regalo, me preguntó si deseaba alguna cosa
concreta para mi cumpleaños. Sí, le dije: un diccionario de máximas,
pensamientos y sentencias. He visto el que me gusta en la librería tal, al
precio de tanto, editorial “sintes”. Fue un alarde de concreción y
extravagancia al unísono, de cuyos efectos paterno-filiales aún quedarán aristas
sin desvelar. Es un tomito de unas ochocientas páginas de aspecto bíblico, con
sus hojas delgaditas y sus tapas grabadas en dorado sobre fondo carmesí. Ha
formado y forma parte principal de mi modesta biblioteca. Ha sido un libro
objeto de peregrinación continua desde entonces. Es significativo haber
comprobado que, los pensamientos así condensados y comprimidos, avalan
igualmente una idea como su contraria. En el mismo libro, bajo la misma autoría
y misma entrada, se expresa magistralmente el argumento y el contra-argumento
definitivo; un lujo de utilidad mayúscula para saber usarlo. Creo que la cita
exige su contexto y viene a poner broche en el tejido argumental para alcanzar
su potencial más valioso. Hay citas que entran en el discurso como un disparo
en la sien, y otras como el agua en la boca de un sediento. Se desprende,
entonces, que algún cuerpo es necesario para que el proyectil no sea una bala
perdida o el agua un rio desperdiciado. En todo caso, bien por afianzar el
curso de un razonamiento o bien por suscitar el hilo de una reflexión, la cita
demanda compañía y oportunidad. Recuerdo
con cierto sarcasmo el día que le dije a alguien que leerá este articulito,
mientras lloraba porque su pareja puso fin a la relación, que García Márquez
dijo “no llores porque terminó, sonríe
porque sucedió”, y ella, con lágrimas en los ojos me dijo “vaya mierda de
frase” y tenía toda su razón o su emoción, según se mire. Cada vez está más de
moda la cita aislada como fórmula de pensamiento completo, digamos que acabado
y cerrado. Son las redes sociales las que están introduciendo, a mi juicio de
forma peligrosa, una suerte de salpicaduras inconexas de ideas salteadas en una
feria de espasmos de sabiduría y a una velocidad de vértigo. La cultura del
eslogan, podríamos decir. El apogeo del resumen, sería otra forma de
expresarlo. Además se endosan pensamientos a personas equivocadas, lo que viene
a significar que nada importa ya la procedencia ni la historia de la idea que
se expresa. Soy consciente y víctima del dilema que supone dilucidar entre la
pedantería de citar al padre de la criatura y la villanía de apropiarse lo que
no es de uno. Acabo decidiendo por lo primero, no solo por respeto, sino por
hacer que la idea, el pensamiento o la frase contenga el significado histórico,
psicológico, cultural y personalísimo que el origen imprime a la sentencia, sin
cuya presencia queda truncada. Abro mi libro por la página 128 y en la entrada
“citas” leo: “Nada proporciona tanto
placer a un autor como el encontrar sus propios trabajos respetuosamente
citados por otros doctos autores”. (Franklin) Otra cosa, como puede deducirse, es la cita a
ciegas, ya hablaremos de eso.
jueves, 23 de febrero de 2012
La cadera de Manuel Alcántara
A Don Manuel Alcántara, articulista de los de mayor cintura periodística y literaria, se le ha quebrado la cintura; es decir, la cadera. Son cosas del directo que nos deja cojos a los lectores. A partir (no es un sarcasmo) de este traspiés el Señor Alcántara funda el deconstrucionismo de contraportada. No otra cosa sucede cuando cae una columna. Con este derrumbe episódico no hay paisaje ni paseo de lectura que se sostenga, ni hábito que no se avenga al síndrome de abstinencia. Don Manuel, no solo escribe un vacío en la última página, sino que nos pone en la pista de que la realidad es lo que queda de una antigua imaginación, sus artículos han sido partículas de una enorme explosión de artificios lingüísticos preñados de un sentido sabio, como corresponde al sabor de un vino de reserva. Nos está sometiendo a la indagación, a la pregunta y, en definitiva, a la retórica. ¿Qué hubiera dicho?
La secta judía de los Hasidim, cuando trata el asunto de los maestros, cuenta la anécdota de un hombre que fue a Mazeritz, no para escuchar al maestro, sino para ver de qué modo se ataba éste los zapatos. Entiéndase que no es maestro quien enseña cosas, porque una enciclopedia sería, en tal caso, mejor maestro que un hombre. Maestro es quien enseña una manera de tratar con las cosas, cada maestro es un estado vital. Los sucesos incesantes, bajo la pluma del maestro Alcántara, acostumbran al giro inteligente de la perspectiva. Los lectores de Don Manuel viajamos a la última página a ver cómo se ata los zapatos; aunque la suspicacia de la cadera rota nos desluzca la metáfora. Quiero decir por último, parafraseando al gran poeta chino Li Po, que hasta que nos vuelvan a servir el vino de reserva, nos beberemos la luz de la luna, que es lo único que le hace sombra al maestro.
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