martes, 10 de diciembre de 2013

En este momento, Mandela, "el gran hombre negro".


Lo que probablemente corresponde escribir bajo estas líneas es un párrafo de largo silencio. La muerte de Mandela viene a desalojar las conciencias de los hombres de esos descabalados ruidos del odio. Al sobrevenir un vacío de maldades aparece el silencio de los aprendices, que ya es un primer gran paso. Madiba ha sabido “metaescribir” su legado prescindiendo de las palabras y ha colocado sobre el tapete del planeta un par de enseñanzas indiscutibles: la voluntad y los actos. Es un novísimo “mutus liber” donde beber la alquimia para convertir el plomo en oro y los deseos en realidades. Ahora “el gran hombre negro” va y se muere, que era lo único que le quedaba por hacer para estar más vivo. Siempre fue un hombre brillante (bastaría decir que fue un hombre) y en esa tarea de hacerse más presente en el horroroso mundo de hoy, cuando más se necesita, va a conseguir, con su fallecimiento, una eficiencia espectacular. Con el simple gesto de dejar de respirar va a desvestir, con un solo golpe de mano, a las hordas políticas del planeta (García Montero titula su artículo: “hipócritas del mundo: reuníos”). Si no fuera por las consecuencias fatales que acarrea la indigencia moral de los gobernantes, la cosa tendría su gracia. Véase cómo casar, pongo un ejemplo mínimo, la reivindicación de la herencia de Mandela con las “concertinas”. Lo que tiene gracia es la contundencia con la que Madiba, al morirse, les ha llamado imbéciles, a sabiendas de que el tonto siempre acude cuando lo llaman por su nombre. Allí estarán todos, desnudos y expuestos,  como hermanos del espíritu libre sin conciencia del pecado, al pairo de quienes sentimos la indignación y la vergüenza de contemplar que siempre les toca a los mismos pedir perdón.

 

Aire nuevo.


Como el musgo frío en las rocas sombrías,            

brotan las juventudes vencidas

sobre el lienzo de bocací, que son mis manos.

 

Allí se extienden,

oleaginosas,

las claridades postergadas de actos lejanos,

donde jamás estuvimos,

donde nunca nos hospedaron.

 

Hoy sangran dulcemente,

como ciruelas maduras,

o como el resplandor del vino,

en la boca de la lujuria.

 

Mis juventudes perdidas

callan a voces un aleluya.

 

Aquí en la cima del tiempo,

donde la sombra comienza a descender las horas,

bosteza tan distante la distancia,

está tan lejos lo lejos,

que apenas un rumor alcanza a descubrir,

que hay aire

y que el aire es nuevo.

domingo, 27 de octubre de 2013

A la sombra de las muchachas en flor. Marcel Proust.

           
Probablemente la lectura de la obra de Proust se haga siempre al abrigo de una sombra. Propio de su estilo literario es el tamiz difuso que elabora con su escritura alambicada y preciosista. Por eso, en su segundo tomo de “en busca del tiempo perdido”, “a la sombra de las muchachas en flor”, la expresividad del título dé medida del tempo y la recreación de una vida que, lejos de haberse detenido en el pasado, reconstruye una y otra vez un crisol de infinitas notas del presente. Una inclinación aristocrática y un gusto por el refinamiento social no impiden a Proust manejar hábilmente la avalancha de sentimientos alrededor de sus primeros conatos de amor. A pesar de los oropeles y poses del mundo snob en el que se desenvuelven sus recuerdos, el autor queda instalado en la intrahistoria de las motivaciones que el alma de las personas que le tratan poseen. Un delicado amaneramiento del lenguaje es premonitorio de su tendencia a deleitarse en la jurisdicción de lo femenino. Delicadeza que suavemente hace contrastar con un desdén hacia lo masculino. Tal vez en eso, su propia biografía haya acuñado su personalidad literaria. Las muchachas en flor objeto de sus voluptuosidades adolescentes son un festín de elegancia en las remembranzas de Proust. Una enorme panoplia de matices minúsculos en la prosa descriptiva de sus reacciones amorosas, relajan el discurso vitalista y lo dotan de una musicalidad parsimoniosa y dulce. En esta obra, de trazos musicales, se va dejando en secreto íntimo del lector las partes de una añoranza propia, y rítmicamente se van engarzando los fundamentos sensibles de toda memoria personal. A la sombra, pues, de la realidad que le enfrenta y le refleja, Proust, construye su interpretación interior dotando de vida subjetiva cuánto transcurre a la luz. Su retraimiento no es sombrío al modo de oscuridad o tibieza, sino que es resguardo de íntimo fulgor de juventud. Así el estilo cultivado de observación y la pulcra elaboración sobre las anécdotas de su vida, dibujan un cuadro interior de factura bellísima y atraen amablemente la mirada inquieta de quienes buscan en el fondo de la novela un resorte mnemotécnico de sus nostalgias. La dimensión histórica de la obra se apoya en el torrente caudaloso de datos de la época, concerniente al status social del autor; pero más que el retrato de unas condiciones de vida, se plasma prodigiosamente, el colorido de la pátina que impregna la mentalidad en los hombres y mujeres que van desenvolviéndose en la memoria de Proust. Además de los usos y costumbres reflejados, la obra posee el valor de describir las razones que fundamentan esos comportamientos y quedan exhibidos los esqueletos morales que dan cuerpo a una sociedad francesa totalmente expuesta.           


jueves, 30 de mayo de 2013

La eternidad a partir de Rimbaud.



           
Hay un poema de Rimbaud que me llama poderosamente la atención que dice: “¡La hemos vuelto a hallar! ¿Qué? La eternidad. Es la mar mezclada con el Sol”. Los humanos somos engendros rarísimos que, además de inventar la eternidad, inventamos la poesía para hallárnosla a la vuelta de la esquina, ya sea con mezclas de sol y de mar, ya sea con mezclas de nanas y cebollas. La verdad es que el verso sobrecoge porque dibuja una aspiración tan común como evanescente. Sé lo que es el tiempo; pero cuando me lo preguntan ya no lo sé, decía San Agustín. Es de una estupidez tan bella que da risa, aunque se trate de la risa helada que cristaliza en  ráfagas de lucidez. Este verso no solo se las trae, sino que se las lleva. Su fingida sencillez esboza la sabiduría punzante de la noción esotérica revelada; el hallazgo y la eternidad. Son concepciones de amplio espectro, inherentes a un tipo de perspectiva alejada de la lógica racional, valga el maridaje lingüístico. El relumbrón de la sabiduría que exhibe lo es por la deliciosa lógica irracional, solo al alcance de la dulce locura de los poetas o los tristes. Y, sin embargo, de una lógica tan humana como el sentimiento de inmortalidad. Ahí radica la segunda potencia del verso: su fuerza. La eternidad contiene toda la fuerza del tiempo y además todo el tiempo. El hallazgo es un encuentro con el “Todo”. La fuerza está en que se produce una disolución del yo en una eternidad resplandeciente representada por la mar mezclada con el Sol. Es el sentimiento trágico de la vida que tan magistralmente describiera Unamuno.  Muestra la aspiración humana tendiendo a la disolución con el cosmos y la trascendencia, impulsada por un deseo angustiado de persistir eternamente; pero que no encuentra asideros racionales para sustentarse y sucumbe a las alas de la voz  poética. Busca la religiosidad del anhelo de perpetuidad y la encuentra en la tercera potencia del verso: la belleza. Porque, al margen de lo que sea en realidad la belleza, nadie elude esa cualidad en un mar mezclado con el sol. La simple contemplación imaginaria de una geografía que enseñe el paisaje de un mar  inmenso mezclado con un sol inmenso, apacigua el alma, que es una de las misiones, si no la única, de la belleza. Y el poema de Rimbaud posee esa virtud de serenar no sin desasosegar antes, alzándose sobre las tres columnas que lo elevan: la sabiduría con que se construye, la fuerza con la que se sostiene y la belleza con que se adorna.      


miércoles, 29 de mayo de 2013

Investigadores vejados.


           
El desprecio que el estado español está ejerciendo sobre las ciencias y sobre la investigación ha alcanzado el grado de vejación. El salto cualitativo tiene lugar cuando la humillación presupuestaria se consuma contra los discursos políticos. El gobierno no escatima elogios ni bendiciones a la investigación y a la ciencia. Esta práctica también le pertenece a la oposición, que no es más que el mismo gobierno sentado en otra bancada, dicho sea con el ánimo de hacer constar que nos hemos dado cuenta. No hay discurso (por llamarlo de alguna manera) que no resalte los valores inherentes del fomento de la investigación. Unos y otros convienen en el potencial desarrollo que generaría una política adecuada, pero olvidan que las concepciones metafísicas de la sociedad se concretan en la cifra presupuestaria que se coloca en una casilla. Habiendo escogido sibilinamente estos olvidos, no olvidan, en cambio, recurrir una y otra vez al mantra de los tiempos: I+D+i. El acuse de la vejación se produce cuando se asiste a una urdimbre argumentativa verdaderamente bien fundamentada. Ninguna institución del estado esconde su admiración de la excelencia alcanzada por nuestros investigadores, sencillamente porque lo contrario no estaría en el ámbito de lo políticamente correcto. Ninguna institución se opone a considerar que la mayoría de los avances científicos comportan uno a uno mayor transformación social que bibliotecas enteras de legislación. La excelente reputación que un científico posee para los ciudadanos de nuestro país, mucho nos tememos, está siendo usada por los aparatos del estado para cubrirse de gloria –los hay que se pasean por los centros para darse un baño de batas blancas-. La vejación, insisto, consiste precisamente en esa puesta en escena cínica que exalta un valor aniquilándolo después en los presupuestos. La comunidad científica no es estúpida, precisamente son los primeros de la clase, y su fortaleza intelectual que les da para darse cuenta de esta tropelía, también les da para aplicarse arduamente en sus menesteres sin muchas distracciones. Da la impresión de que se conforman, pero quiero pensar que en algún laboratorio hay algún becario o contratado en precario que está a punto de descubrir o inventar alguna fórmula magistral, para que los cínicos se vayan a la mierda sin necesidad de que se les mande, por una cuestión de educación, claro.       

martes, 28 de mayo de 2013

Los pastilleros de la Junta de Andalucía.


Sorprendentemente a estas alturas del siglo XXI todas las revoluciones están pendientes. Debo hacer la confesión solemne de que ignoro por qué revolución empezar. Las hay de todos los gustos y colores, las de corte cultural, espiritual, económico o sexual, por ejemplo. Hasta hace unos días acometer la revolución sexual constituía la prioridad, pues se descarga a la vez conciencia y próstata; sin embargo, visto el regalo en el que la Junta de Andalucía gasta el dinerito, la prioridad sería descargar la mente de todos los delitos que la habitan. Y es que todo lo que se me ocurre es delito.
            El comportamiento humano posee ese raro resorte que acaba saltando antes por un “recochineo” que por una tragedia. Es decir; entre que sea explicable que la población muestre signos de angustia y que en La Consejería de Empleo te regalen un pastillero va un trecho peligrosísimo. Salvadas las sospechas que devienen por un regalo de ese cariz, -no se me ocurre nada bueno que recomiende ese obsequio- hay que preguntarse si las instituciones poseen cada una de ellas su respectiva “puta madre” donde depositar las porquerías que van echando sobre la población. En este momento en que más importante que llegar a la luna es llegar a fin de mes, a ustedes, con su buen gusto, no se les ocurre otra cosa que regalar donde meter las pastillas con la saña de grabar en piel “Consejería de Empleo”.
                Se me ocurre que, tal vez, algún retorcido haya querido experimentar eso de facilitar la solución creando el problema, como cuando de la mano de las respuestas se suscitan las preguntas. Se regala el pastillero donde se guardarán los ansiolíticos o antidepresivos que se necesitarán para contrarrestar la ansiedad o la depresión que el propio pastillero ocasiona. Es un bucle de arte porque estamos en Andalucía y andarán pensando que todo lo más saldrán comparsas o chirigotas o quizás un “cante jondo” para poder quejarse a gusto. En cambio, la realidad es otra bien distinta. Por lo que yo puedo intuir y por los signos que ese “foquismo guevariano” va desentrañando a golpe de pastillero sembrado sobre la fértil cabeza de la pobreza humana, las gentes han dado un paso de gigante que consiste en pasar de la indignación al “algo hay que hacer” y la Junta regalando pastilleros precipitándolo todo: qué arte!

miércoles, 24 de abril de 2013

Hay tantos hombre en mí...


Hay tantos hombres en mí

cansados sobre las cosas…

 

¡Qué extraños corazones

habitan  las sombras!

 

¡Qué rara avidez,

por nacer de las rocas!

 

En el aire no están

ni las voces ni sus bocas.

 

¡Qué raros hombres

suceden mis horas!

 

Qué raros hombres

cansados sobre las cosas…