Lo que sentí no es algo que pueda interesarnos para nada. Si
al encender el pequeño extremo del cigarro me vino el olor de los tilos o la
imagen de un enorme ciprés inclinado hacia un cerezo en flor, qué importa. Si
al elevar la mirada hacia la nada, con la ayuda de una hebra desdibujada y
ascética, encontré el alma llena de gladiadores y a la antigua memoria
levantada y eufórica aplaudiendo el espectáculo, no es algo que pueda
interesarnos para nada. Cuando el asedio del humo, insustancial y pulcro como
los placeres más excelsos, despliega la compañía cálida de un abrazo de abuela
y la elegancia del gesto de un sabio invocando a la luna o a la piedra, cierro
momentáneamente los oídos, el tacto y el lenguaje y, si se clausuró el tiempo,
no es algo que pueda interesarnos para nada.
Casi siempre se ensancha inconsistente el lejano recuerdo de
un velo como el de Maya, etéreo y vaporoso, insinuante y vigilante tímido que
se ruboriza por el paso romántico de unos latidos satisfechos, y eso no le
incumbe a nadie. El precipicio es indiferente al ensueño y éste es indiferente,
a su vez, a toda caída. A un solo paso está la dicha y la batalla de soledades
y de indolencias, al alcance de una sola respiración que baste para ambos está
la ciudad de las sombras. Yo me derramé en el vacío que va dejando la lluvia
sobre el humo de la habitación y, líquido ya, apuré otra respiración de
melancolía y sentí que no es algo que pueda interesarnos para nada. Cada mirada
es una lejanía y por cada tristeza hay un dios rogado, y en cada ruego me desprendí de todos los nombres para quedarme
vagando en la nada como el centro equidistante entre dos extremos vacíos.
Después el viaje, otra vez, por el camino incandescente que
va desde los llanos del deseo a la cumbre del hastío, una calada más y un
extravío menos. El paraíso te sorprende por asalto en medio de una niebla de tabaco
y de ausencia, no todas las ausencias huelen a tabaco, pero sí a mujer. No es
algo que pueda interesarnos para nada. Si en la última parada, transcurridas
cinco o seis eternidades a pecho, inauguré de nuevo mi voz y, otra vez, un olor
de ciruelas o de plumaria se instaló concreto y preciso, o el retrato en sepia del
profeta de hielo se hizo claro augurando tu porvenir y el mío, eso es que se
llegó a las cenizas y no es algo que pueda interesarnos para nada.