Hay un poema
de Rimbaud que me llama poderosamente la atención que dice: “¡La
hemos vuelto a hallar! ¿Qué? La eternidad. Es la mar mezclada con el Sol”.
Los humanos somos engendros rarísimos que, además de inventar la eternidad,
inventamos la poesía para hallárnosla a la vuelta de la esquina, ya sea con
mezclas de sol y de mar, ya sea con mezclas de nanas y cebollas. La verdad es
que el verso sobrecoge porque dibuja una aspiración tan común como evanescente.
Sé lo que es el tiempo; pero cuando me lo preguntan ya no lo sé, decía San
Agustín. Es de una estupidez tan bella que da risa, aunque se trate de la risa
helada que cristaliza en ráfagas de
lucidez. Este verso no solo se las trae, sino que se las lleva. Su fingida sencillez
esboza la sabiduría punzante de la noción
esotérica revelada; el hallazgo y la eternidad. Son concepciones de amplio espectro,
inherentes a un tipo de perspectiva alejada de la lógica racional, valga el
maridaje lingüístico. El relumbrón de la sabiduría que exhibe lo es por la
deliciosa lógica irracional, solo al alcance de la dulce locura de los poetas o
los tristes. Y, sin embargo, de una lógica tan humana como el sentimiento de
inmortalidad. Ahí radica la segunda potencia del verso: su fuerza. La eternidad contiene toda la fuerza del tiempo y además
todo el tiempo. El hallazgo es un encuentro con el “Todo”. La fuerza está en
que se produce una disolución del yo en una eternidad resplandeciente
representada por la mar mezclada con el Sol. Es el sentimiento trágico de la
vida que tan magistralmente describiera Unamuno. Muestra la aspiración humana tendiendo a la disolución
con el cosmos y la trascendencia, impulsada por un deseo angustiado de
persistir eternamente; pero que no encuentra asideros racionales para
sustentarse y sucumbe a las alas de la voz poética. Busca la religiosidad del anhelo de
perpetuidad y la encuentra en la tercera potencia del verso: la belleza. Porque, al margen de lo que
sea en realidad la belleza, nadie elude esa cualidad en un mar mezclado con el
sol. La simple contemplación imaginaria de una geografía que enseñe el paisaje
de un mar inmenso mezclado con un sol
inmenso, apacigua el alma, que es una de las misiones, si no la única, de la
belleza. Y el poema de Rimbaud posee esa virtud de serenar no sin desasosegar
antes, alzándose sobre las tres columnas que lo elevan: la sabiduría con que se
construye, la fuerza con la que se sostiene y la belleza con que se adorna.
jueves, 30 de mayo de 2013
miércoles, 29 de mayo de 2013
Investigadores vejados.
El desprecio
que el estado español está ejerciendo sobre las ciencias y sobre la
investigación ha alcanzado el grado de vejación. El salto cualitativo tiene
lugar cuando la humillación presupuestaria se consuma contra los discursos
políticos. El gobierno no escatima elogios ni bendiciones a la investigación y
a la ciencia. Esta práctica también le pertenece a la oposición, que no es más
que el mismo gobierno sentado en otra bancada, dicho sea con el ánimo de hacer
constar que nos hemos dado cuenta. No hay discurso (por llamarlo de alguna
manera) que no resalte los valores inherentes del fomento de la investigación.
Unos y otros convienen en el potencial desarrollo que generaría una política
adecuada, pero olvidan que las concepciones metafísicas de la sociedad se
concretan en la cifra presupuestaria que se coloca en una casilla. Habiendo
escogido sibilinamente estos olvidos, no olvidan, en cambio, recurrir una y
otra vez al mantra de los tiempos: I+D+i. El acuse de la vejación se produce
cuando se asiste a una urdimbre argumentativa verdaderamente bien fundamentada.
Ninguna institución del estado esconde su admiración de la excelencia alcanzada
por nuestros investigadores, sencillamente porque lo contrario no estaría en el
ámbito de lo políticamente correcto. Ninguna institución se opone a considerar
que la mayoría de los avances científicos comportan uno a uno mayor transformación
social que bibliotecas enteras de legislación. La excelente reputación que un
científico posee para los ciudadanos de nuestro país, mucho nos tememos, está
siendo usada por los aparatos del estado para cubrirse de gloria –los hay que
se pasean por los centros para darse un baño de batas blancas-. La vejación,
insisto, consiste precisamente en esa puesta en escena cínica que exalta un
valor aniquilándolo después en los presupuestos. La comunidad científica no es
estúpida, precisamente son los primeros de la clase, y su fortaleza intelectual
que les da para darse cuenta de esta tropelía, también les da para aplicarse
arduamente en sus menesteres sin muchas distracciones. Da la impresión de que
se conforman, pero quiero pensar que en algún laboratorio hay algún becario o
contratado en precario que está a punto de descubrir o inventar alguna fórmula
magistral, para que los cínicos se vayan a la mierda sin necesidad de que se
les mande, por una cuestión de educación, claro.
martes, 28 de mayo de 2013
Los pastilleros de la Junta de Andalucía.
Sorprendentemente a estas alturas del siglo XXI todas las
revoluciones están pendientes. Debo hacer la confesión solemne de que ignoro
por qué revolución empezar. Las hay de todos los gustos y colores, las de corte
cultural, espiritual, económico o sexual, por ejemplo. Hasta hace unos días
acometer la revolución sexual constituía la prioridad, pues se descarga a la
vez conciencia y próstata; sin embargo, visto el regalo en el que la Junta de
Andalucía gasta el dinerito, la prioridad sería descargar la mente de todos los
delitos que la habitan. Y es que todo lo que se me ocurre es delito.
El
comportamiento humano posee ese raro resorte que acaba saltando antes por un “recochineo”
que por una tragedia. Es decir; entre que sea explicable que la población
muestre signos de angustia y que en La Consejería de Empleo te regalen un
pastillero va un trecho peligrosísimo. Salvadas las sospechas que devienen por
un regalo de ese cariz, -no se me ocurre nada bueno que recomiende ese obsequio-
hay que preguntarse si las instituciones poseen cada una de ellas su respectiva
“puta madre” donde depositar las porquerías que van echando sobre la población.
En este momento en que más importante que llegar a la luna es llegar a fin de
mes, a ustedes, con su buen gusto, no se les ocurre otra cosa que regalar donde
meter las pastillas con la saña de grabar en piel “Consejería de Empleo”.
Se
me ocurre que, tal vez, algún retorcido haya querido experimentar eso de
facilitar la solución creando el problema, como cuando de la mano de las
respuestas se suscitan las preguntas. Se regala el pastillero donde se guardarán
los ansiolíticos o antidepresivos que se necesitarán para contrarrestar la
ansiedad o la depresión que el propio pastillero ocasiona. Es un bucle de arte
porque estamos en Andalucía y andarán pensando que todo lo más saldrán
comparsas o chirigotas o quizás un “cante jondo” para poder quejarse a gusto. En
cambio, la realidad es otra bien distinta. Por lo que yo puedo intuir y por los
signos que ese “foquismo guevariano” va desentrañando a golpe de pastillero
sembrado sobre la fértil cabeza de la pobreza humana, las gentes han dado un
paso de gigante que consiste en pasar de la indignación al “algo hay que hacer”
y la Junta regalando pastilleros precipitándolo todo: qué arte!
miércoles, 24 de abril de 2013
Hay tantos hombre en mí...
Hay tantos hombres en mí
cansados sobre las cosas…
¡Qué extraños corazones
habitan las sombras!
¡Qué rara avidez,
por nacer de las rocas!
En el aire no están
ni las voces ni sus bocas.
¡Qué raros hombres
suceden mis horas!
Qué raros hombres
cansados sobre las cosas…
lunes, 25 de febrero de 2013
Corbatas de hoy.
De la corbata se ha dicho que es la última coquetería del hombre,
el último feudo de amaneramiento permisible. El dichoso trapito cuenta con las
certificaciones de un fundamento histórico suficiente, no se hace necesaria la
referencia. Ha sido y es un signo de elegancia tan decorativo como práctico. Engola
el buche seductor del pajarraco al tiempo que le abriga la garganta y le chorrea
graciosamente la pechera salpicándolo de coloridos imposibles. Para el buen uso
de la corbata es imprescindible saber mover la cabeza y para saber mover la
cabeza es condición tenerla. De otro modo, la corbata es afectación en lugar de
elegancia. La sabiduría popular es muy precisa en esto y sabe distinguir a
golpe de vista una corbata de otra como a un ahorcado de otro. Llevar un nudo
en la garganta puede ser tan garboso como patético; hay que estar dotado de
aquel sentido antiguo, tan defenestrado hoy, que es el “buen gusto” para dar
con el pescuezo adecuado y la ocasión propicia. Dentro del ámbito laboral hay
quienes pasean el cargo al cuello porque no conocen otro método de exhibición
de mérito ni divisa de jerarquía que la que va por fuera, y se apresuran a la
atadura en cuanto reciben el nombramiento.
Este tipo de hombrecillos en cuanto se anudan la corbata empiezan a
mirar por encima de las gafas, aunque no usen, y confunden el trapo con unas
alzas en los zapatos. Es importante el tamaño de la lengua como extensión de la
burla y el modelo de anudado, que siempre es corredizo como en la soga del
ahorcado. Hay personajes con corbata y corbatas con personaje, se ve muy bien
quién lleva a quién. La manera más natural de ejercer la prenda tiene que ver con
la invisibilidad y el mimetismo, con ir diluyéndose graciosamente en el
conjunto personal e incluyendo en la composición los adornos de la
personalidad. Si no es así, como un “sfumato” pictórico, el personaje comete un
“corbatismo” con ensañamiento, que lejos de herir da una risa tan floja como el
nudo que no aprieta. Ahora, que el hombre y el oso van dejando de ser hermosos
por feos, no se me antoja la corbata como la última coquetería, sino como el
trazo definido de un polígrafo pintado en el pecho que dice exactamente la
verdad de quién es quién o, al menos, hace
un señalamiento muy interesante siguiendo el hilo de lo que apunta.
Actualidad desde la gripe.
Bastan poquísimas horas de enfermedad y reclusión para que lo
que vienen a llamar “actualidad” suceda de corrido en los aledaños del propio
saloncito y no te quede otra que ponerte al día de paracetamol y seriales de la
tristísima realidad. Es indiferente que hayas seguido o no “la cosa” de los
desmanes televisivos y sus mil variantes discursivas, porque en menos que te
suenas los mocos te enteras de todo al detalle. Parece que no viene nada mal
que, de vez en cuando, la gripe se apodere de uno y lo aprese frente a la
prosaica y pedestre naturaleza del “sinvivir” rutinario. Han estado muy
graciosos Los Goya y sus cuchufletas, pero lo verdaderamente de troncharse han
sido las reacciones políticas de nuestros? representantes, dejando un nivel de
parvulario suspendido en el aire tan simplón como triste. Bárcenas se ha
llevado la palma de oro en los premios que otorgamos los griposos, tras pasear
la alfombra donde descalzarnos las babuchas de pueblo raso y con sentido común.
Aún no sé qué ha dicho ante un notario que no deba decir ante un juez o ante el
partido o ante el país entero. Los desahucios han vuelto a la palestra también,
sobre todo con perseverancia y un alentador “in crescendo” que llevan sangre
tan exclamativa como una bala -las balas han sido siempre exclamativas como las
pistolas interrogativas-. En el trasiego que va del sopor dulce hasta la náusea
quise oír que un Papa había dimitido, lo que no me parece importante a no ser
que se use el suceso para decorar una novela pornográfica donde los oropeles,
la curia y el fetichismo juegan un papel importante, amén de las concepciones
morales de los actuantes. Aquí lo que llama la atención del moribundo griposo
es que todavía se sorprendan algunos del ruido de sables que trasciende de la
Capilla Sixtina, pero también hay que congratularse de que a la mayoría le
importe un pimiento todo eso del Vaticano y el periodo de cuaresma bicefálica
que se abre. Nadie se alarme, pero en vez de un Papa habrá dos. “El estado está
en descomposición” dice el ex presidente autonómico Revilla y, claro eso es
nombrar la soga en casa del ahorcado, porque la gripe viene descomponiendo todo
muy a lo Urdangarín y Doña Infanta con la Monarquía y no está el cuerpo para
esos gases. El método tres, que sugiere otros dos métodos más como mínimo,
solapa el catalanismo en un salto de fin de semana y el debate sobre el Estado
de la Nación ha quedado tan arcaico como este artículo pasada la gripe.
jueves, 14 de febrero de 2013
El Mito de Crissua.
Fue anterior a los amaneceres y al significado de las letras.
Tan anterior al principio del Tiempo que no habían sido fundados aún los
espacios infinitos, ni instalados los sucesivos caos del cosmos, ni el cosmos
mismo. Diríase que sucediera por delante de la realidad sin alcanzarla.
Un tronante latigazo de luz, aún no cabía nombrar los rayos ni
los relámpagos pues no existía la climatología, cobró el ímpetu de los cuerpos
incandescentes bajo la extensa noche y áspera oscuridad de la nada. Su
amorfismo primigenio se fue mudando en la figura viril más hermosa de los
preliminares del tiempo. Tan violenta
era su belleza que los universos, galaxias y planetas tuvieron que posponer su
nacimiento por no quedar perennemente obnubilados. La potencia armoniosa que
adquirió su carne soberbia no mancilló una pizca la descomunal ternura de sus
gestos. Su boca y sus ojos darían lugar a la música. Su carne sirvió a Júpiter
para la lluvia de oro que sedujo a Leda, pero eso fue mucho después, si cabe
hablar de secuencias temporales. Así irradiante, vagaba en el aire innombrable,
y su preciosidad era tan dúctil que se desprendía de sí mismo, licuado,
vertiéndose en canales, arroyos y ríos que se expandían sin límites empapando y
anegando en mieles y almíbares toda la extensión de la inmortalidad. Así, derretida su lindeza, habiendo
conquistado y ocupado el completo ideal de la perfección y el Arte, se durmió,
digamos un tiempo.
Entonces, -el mito es confuso en esto-, la futura Diosa de las
palabras innombrada “Verbatia”, compareció en la Historia, desde no se sabe
bien dónde, pletórica sobre una cuadriga lujosísima que tiraban dos entes
encariñados sin figura reconocible, cuyos nombres eran “Xisca” y “Filipa”. Se
detuvo ante el espectáculo de un Océano impetuoso de aguas graves y
espléndidas. Y sintiendo en las entrañas una atracción imparable y una sed
inefable, como jamás recordara haber notado, desprendiéndose de su atuendo de
ensueño, brocado de felicidades y signos de puntuación, Verbatia se zambulló
ávida y febril, sin saber lo que hacía porque quedó engendrada en ese preciso
trance.
Ningún elevado signo de lo eterno se había deslizado todavía
en su conciencia y, llamada a inventar las palabras, comprendió que la delicada
criatura de su vientre, a quién llamó “Crissua” por distinguirla, estaba
destinada a poner sentido, belleza y significado en el corazón mismo de las
palabras y las letras todas, cuando las hubiera. Crissua es el néctar primoroso
que cada palabra contiene en la barriga y cada expresión sugiere cuando el
lector supera el envoltorio. También es el ultramundo que cada escritor
vislumbra y persigue en el más allá de lo que dice. Adviértase la entrelínea
perfumada de aroma magistral y la luminosidad encendida que los vocablos
revelan. La Humanidad debe a la linda
locura de Verbatia y a la terrible fertilidad de la belleza la dicha y la
gracia con que las palabras vienen dotadas. Crissua es el sentido.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)