sábado, 4 de diciembre de 2021

ALGORITMO TOTAL

Imaginemos que los avances tecnológicos van a perfeccionarse tanto que podrán extraer del pasado reciente y, tal vez remoto, cuanto haya acontecido. Que la realidad pormenorizada de cada época, de cada espacio, de cada persona, ha quedado cristalizada en mosaicos totalmente ultimados. Fórmulas altamente poderosas accederán a los mapas y a las capas que la historia va sedimentando a lo largo del factor tiempo. Cada esquinita de una calle o de un edificio será una enciclopedia detalladísima de todo lo que sucedió en su entorno. Imaginemos también que la tecnología no sólo descubrirá los aconteceres situándolos en el espacio y en el tiempo, sino que detectará lo que cada individuo ha dicho a lo largo de toda su vida, con quién ha hablado, qué ha pensado antes de hablar, qué ha sentido, cuáles han sido sus emociones, cómo han intervenido éstas en su pensamiento. Podremos saber con una búsqueda sencilla, a golpe de clic, las razones o los elementos que han ido interviniendo con mayor fuerza en la formación de una idea, de un apasionamiento, de un amor. Sabremos desbrozar un abundante trenzado de líneas selváticas que constituyen el amasijo de elementos determinantes de nuestro comportamiento y del comportamiento de los otros y, también, del comportamiento colectivo. A los menos románticos les valdrá la maquinita para ir alejando la culpa de algún ídolo o de sí mismos y se afanarán en seguir alguna línea influyente hasta alcanzar un punto de confluencia que les satisfaga. En cambio, a los más románticos, les valdrá para mostrar el rostro de su alma ante el primer cruce de ojos con su amada o amado. Les valdrá, digo, como artilugio garante de las verdades más elementales del corazón y que, por costumbre siempre han sido abandonadas a la decisión azarosa de las margaritas. Sabremos que nos quiso sin recurrir a los pétalos. Pero sabremos, también, de los sentimientos impostados, de los impuros, de las ideas prestadas y los comportamientos interesados. Sabremos que nos quiso, sí, pero que fue un querer reactivo a la composición bioquímica de una determinada hormona, cuyas emanaciones han venido destilando una suerte de historias bélicas entre familias religiosas, o ideológicas, o étnicas que conforman nuestro ideal reproductivo para el mantenimiento de un equilibrio global que incluye todo el universo. Sabremos que somos presos de un determinismo cerril que, lo mismo que propaga una epidemia, pone toda su voluntad en el embeleco dulce de los ojos que enamoran. De modo que conoceremos que el enamoramiento venía teledirigido desde la misma formación del mundo y que, una vez cuajado en el gesto mínimo que para la historia cósmica es el beso, contendrá, mientras nos abandonamos al entramado de labios, lenguas, salivas y pasiones que tenga lugar, las claves de todo el porvenir. Imaginemos, entonces, que por culpa del “algoritmo total” no habrá cabida para las libres y pequeñas amistades particulares entre tu cuello y mi boca. En ese mismo instante en que quede abolida la libertad a manos de un decreto tecnológico irrecurrible, habrá que inventar una energía subversiva. A mi parecer, esa energía sólo puede provenir del deseo o de la risa. “El deseo florece, la posesión marchita todas las cosas”. La risa, con toda seguridad, desarmará las reglas incalculables de la fórmula sabelotodo, porque la rebeldía de la risa, además de traer otras lógicas superpuestas, es su fuerza expansiva y contagiosa. Aunque esto es sólo el deseo simple de reír que el algoritmo maldito ha descubierto y que, imaginemos, forma parte de una imaginación ordenada por millones de pequeñas circunstancias confluyentes que, si no fueran tan indeseables, darían risa y eso es una cosa muy seria, ¿no creen?     

 

martes, 19 de octubre de 2021

Premio Planeta a Carmen Mola

La realidad no permite hacer descansar una mirada estupefacta. No teníamos bastante con saber que, en cuanto abres los ojos ya no vuelves a cerrarlos nunca más, sino que el asombro es uno y perpetuo. “La Bestia” de Carmen Mola gana el controvertido Premio Planeta con una extravagancia en la barriga. “Extravagante” proviene del verbo latino “extravagari” (errar o vagabundear fuera de los límites). Parece que va a ser indiferente si se trata de unos asesinatos como pretextos para una novela histórica o un ejercicio literario de valor estilístico encomiable. Con estas circunstancias tan prosaicas que merodean el concurso, la novela está sucediendo fuera de la novela. Vagabundea la historia fuera de los límites que el libro marca. Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero ya son personajes de una valiosa historia a disposición de cualquier novelista.

Es un relato que, con la excusa del Premio, sacrifica la literatura tanto como reputa el sentido comercial de la firma. Eso no comporta ninguna sorpresa tratándose del Planeta. Que sean tres los autores de una obra hace recordar el chascarrillo de Agustín de Foxá sobre el matrimonio: “es una carga tan pesada que hay que llevarla entre tres”, decía. Para añadir “chicha” al asunto, tres hombres, cuyo número no puede aspirar a la paridad por pura ley matemática, se solapan bajo el nombre de una mujer. Les hacía falta el punto femenino por aquello que no le pasó desapercibido a Goethe: “lo eterno femenino nos impulsa hacia lo alto”. Y, viendo la cuantía del Premio, no podemos decir que no ha sido un gran impulso, aunque dividan un lamento entre tres para recordar a Descartes cuando aseguraba que “una obra escrita por un solo individuo es siempre mejor que una escrita por varios”. Un Premio repartido entre uno es siempre mejor que repartido entre tres, de ahí el lamento.

También habrán querido dejar patente que se necesitan tres hombres para escribir como una mujer, pero el experimento se las trae. Si escribir, como decía María Zambrano, consiste en defender la soledad parece que, en este entuerto, no hay defensa que valga porque la soledad es un paisaje humano que no admite intromisiones. No es concebible que salgan renglones dóricos cuando se lleva ya un párrafo corintio y algún otro jónico.  Y, aunque cada estilo aportara su virtud: fuerza, sabiduría o belleza, con un alma se basta el Arte para ser infinitamente humano. Lo otro es jugar, como han declarado ellos, pero con el arte no se juega como no se juega con ningún parto. Hay en cada obra una extraordinaria exposición humana propia de un tremendo proceso de sangrado, expiación, sacrificio, superación y pensamiento que, a poco que intervenga un mínimo consenso, queda desposeída de autenticidad. Sin esa ingenuidad todo lo que puede quedarnos es pura técnica que aspire a fabricar sonetos perfectos escritos desde una inteligencia artificial. ¿Diremos que es también artificial la emoción que provoquen?

De la italiana anónima Elena Ferrante se dijo que “lo maravilloso de no conocer su identidad es que te puedes centrar en sus novelas”. A mi estupefacta mirada, lo que le parece maravilloso es justamente lo contrario, que por conocer la identidad o identidades de Carmen Mola, uno puede centrarse fuera de sus novelas en un relato fantástico que no tiene nada de fantástico, y que me está provocando la idea de recomendar que lean la obra de tres en tres, como está mandado.   

 

martes, 24 de agosto de 2021

DE HUEVOS Y CÁSCARAS.

Uno de mis maestros más entrañables ha puesto un huevo. En su día se hizo famoso el de Colón, que no es más que una formidable prueba de sentido común. Pareciera que es cosa de gallinas, pero la realidad es que hace falta ser muy maestro para traer al mundo alguna cosa con toda su cáscara. Mi maestro entrañable, a fuerza de pasarse la mano o el ala por la cresta a modo de pensador gallináceo, tuvo una sensación en la boca del estómago muy sugestiva. Ya sabemos que el estómago de un pensador gallináceo está recubierto de paredes de uralita y pinturas rupestres. En ese entorno es fácil –pensarán ustedes- augurar que uno está a punto de poner un huevo. No andan muy equivocados, lo difícil es el mantenimiento de la uralita y encontrar quien la repare en fin de semana.

 A pesar de las buenas condiciones, engendrar un engendro no es cosa de cualquiera porque se necesita, como le ocurre a cualquier huevo, tanto trato con el mundo exterior como con el mundo solitario-solidario. El resultado va a depender de la alimentación, como todo el mundo sabe, del estado físico y psíquico del portador y, sobre todo, de una ridícula conciencia de gallina sobrevenida, vedada para la mayoría de los mortales. En general, hay una rima latente en todo pensante entre la alimentación y las pinturas rupestres del estómago. Cuando descubres que esa rima es consonante –palabras de mi maestro entrañable- te conviertes en ponedora. Para ese desenlace tan fecundo no es suficiente la ingesta de pequeños gusanos y larvas, lombrices, babosas, arañas, etc…, que son la base natural de la formación fisiológica de cualquier cerebro original, hay que añadir la medida justa de cocina “gourmet” que se presenta en sacos de “pienso”.

Con todo, mi maestro entrañable, describe el proceso de elaboración y puesta del huevo como algo todavía más complicado que lo expuesto aquí. Los poetas saben cuándo la línea de un cuello rima con erotismo sin acudir a la métrica ni a la gramática. Mi maestro entrañable sabe que, al igual que toda palabra precisa de su silencio, cada alimento precisa de su ayuna. Pensar y saber lo que uno piensa de verdad no es posible si únicamente se acude al pensamiento ajeno y no adquirimos la habilidad de aislarlo y expulsarlo de los recodos que los nuestros genuinos albergan. En cada pliegue de nuestro estómago de uralita hay briznas de amianto contaminante y venados heridos en las pinturas por flechas que no hemos tirado nosotros. El flujo incesante del pensamiento ajeno, unido a la pirotecnia publicitaria que se ha erigido en magma cultural para la incultura, posee el diabólico efecto de detener y ahogar los pensamientos propios. Según Schopenhauer, que es maestro sin ser entrañable, “…el sistema de nuestros propios pensamientos y conocimientos pierde su unidad y su conexión permanentes cuando con tanta frecuencia los interrumpimos arbitrariamente para hacer sitio a una serie de pensamientos totalmente ajenos”.

Por eso, poner un huevo, se ha convertido en una extravagancia exquisita y al alcance de muy pocos. Hay que quitarse la memoria de debajo de la cresta y encumbrar el cacareo a cima absoluta, como si fuera el ejercicio espiritual de una ayuna lingüística en pro de un vacío fecundo (lo de Cantó es otra cosa, no confundir). Paralela a tal rareza corre la suerte de saber dónde encontrarlos una vez puestos. Si no fuera porque los impostores han aprendido a imitar la cadencia de los cacareos maternales, sería fácil, pero distinguir un huero de un fecundado es casi imposible a simple vista. Y a todos hay que quitarles la cáscara.     

     

 

jueves, 20 de mayo de 2021

PREGUNTAS

 

Yo creo que cualquier pregunta lleva dentro la obligación de atenerse a la respuesta. Incluyo aquellas que se formulan como preguntas retóricas. Hasta hace poco, este sistema binario de preguntas y respuestas respetaba la entidad de cada una de las partes de la ecuación; usted pregunte lo que quiera que yo responderé lo que me dé la gana. En tal lid, ambos contendientes son libres o, al menos, deben serlo. La callada como respuesta siempre ha sido una variante consecutiva que mantenía sus diferencias con el silencio. La callada viene a ser una pared que devuelve la pregunta a su sitio con la finalidad de que se replantee. El silencio, en cambio, anula la pregunta misma. En lenguaje taurino, la callada es un capotazo y el silencio una media verónica. 

La cortesía de una pregunta estriba en no condicionar la respuesta y, mucho menos, invadirla. Hay razones de elegancia conversacional para mantener acotados los terrenos de una parte y la otra. Pero, más allá de manierismos aparentes, la esencia de una cabal comunicación exige que ambos parlantes encuentren puertas abiertas y espacios ventilados. No es ya una cuestión  de educación, sino de utilidad. Lo que resulta adecuado para una pregunta será obtener la mayor calidad de respuesta posible. Y entre las de mayor factura están aquellas que se vuelven de nuevo interrogativas o, en el más excelso de los casos, estarán las cuestiones que se reformulan de diferente modo. Puede pensarse que existe sólo una pregunta en el mundo y las demás son meras modulaciones. En algo parecido consiste el método científico de falsación que propuso Popper.  Para los buenos conversadores, la trabazón continua entre los dos miembros de la dialéctica se vuelve tan esencial como la postura, cuya inclinación coreográfica ayuda e impulsa un significado lo más completo posible. Ningún científico permite una respuesta cerrada a su pregunta. Eso los reputa como buenos conversadores, tal vez los únicos que queden. 

Las nuevas generaciones, tan imbricadas con la revolución tecnológica, han crecido en el laconismo radical que propicia el tipo test. No pueden recordar, como yo, el consabido “razone su respuesta” y análogos requerimientos para que uno se pudiera expresar “ad libitum”. No es nada despreciable el efecto reductor que se impone masivamente a partir de nuestras relaciones con la informática, cuando es usada con tal propósito. Los ordenadores no quieren largas conversaciones de salón, tal vez no puedan procesar los meandros del pensamiento ni sus ironías, ni quieran prepararse para nada que no sea trazar un diagrama arbóreo que les facilite una clasificación. Desconozco si la adaptación a tal sistema puede traer parabienes o, en cambio, comportará un esfuerzo empobrecedor. Hay razones para ambos efectos, supongo. Entre los más aplaudidos se encuentran los efectos que tienen que ver con la rapidez para, rápidamente, dejar de ser aplaudidos. La lentitud, tan velozmente añorada por perdida, sale al final victoriosa del lance. Tan pronto ha desaparecido del negocio como ha desembarcado en el ocio. En un lado pesaba, en otro aligera. 

Sin embargo, es fácil reconocer una intencionalidad diabólica en el uso de la tecnología para hacer preguntas. No hay formulario que no minimice una respuesta. Las quieren mínimas. Las más respetuosas ofrecen un elenco de tres opciones. Otras reconocen abiertamente que se ha de señalar la menos falsa o la que sea más correcta de todas. Es un ardid que descuartiza el desarrollo intelectual de cualquier pensamiento como de cualquier narrativa. Eso sin desatender el desprecio que recae sobre los fundamentos, expulsados de toda razón. Lo más seguro es que haya una pretensión de adaptar lo humano a la máquina, en lugar de al revés, y detrás de cada respuesta no haya ningún  humano recibiéndola. A mí, como siempre, me parece que no hay ninguna información en un “sí” o en un “no” si se le compara con un “depende”. 


lunes, 26 de abril de 2021

Tirando a dar.

Ojalá pudiéramos detenernos a improvisar sobre los versos que Góngora ponía en boca de un canario enjaulado que había en mi casa, o sobre la conjugación de la rosa y su espinar en gerundio, o sobre los enjambres febriles que atiborran las colmenas del transporte público sin apenas dejar mieles, o sobre las cinco patas de un camello que le apareció, sin saber cómo, a un cuentista en una plaza de Tánger. Ojalá pudiéramos plasmar el arrebato fluyente de una imaginación sin tantanes que, desde cualquier esquina, nos marcan el ritmo y la gravedad de sus voces. ¿No notan que la música de la realidad, en estos días más que en otros, son jadeos de la tierra, cansada de soportar tanto imbécil? Maldigo la hora en la que la poesía tiene que agarrar sus armas y sus caballos, y con sus soldados cabalgar en busca de un campo de hedores resplandecientes. No es en absoluto su hogar, pero ha de salir a defender el paisaje; la llanura que es la decencia, el bosque que es la pasión, el océano que es la profundidad, el horizonte que es la utopía, el alba que es la consciencia, el crepúsculo que es el modo de oración de cada día, las montañas que son las almas, y la belleza, la invasiva belleza que pone el aire sobre toda la materia y sobre todos los fondos. Nos están conquistando la plaza, están poniendo sus picas y sus defecaciones en los huecos que habíamos dejado para el adorno. No hay descanso, pues. No se pueden rendir las plumas ni arrodillar los versos, ni ¡maldita sea! mirar lo que la vista alcanza sin el tropiezo de una fealdad a cada paso, a cada tramo. Se nos están llenando las aceras, los parques, los pupitres, las tribunas, los papeles, las azoteas, las alcantarillas, las orejas, los viajes, las oficinas, los ojos y los bolsillos, se nos están llenando, digo, de neutrales. “Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”, dijo Gabriel Celaya.   

Ningún bueno, en el buen sentido, deja en su caminar su condición de poeta. Los hay de toda clase de sencillez o, lo que es idéntico, de humanidad. Los hay que escriben con la misma mano que cuidan, los que escriben mientras escuchan, los que escriben mientras enseñan, los que escriben poesía cuando arriban la persiana de su tienda, los que cumplen, los que abrazan, los que no se arredran… Pues nada le es ajeno a la poesía que no provenga de la belleza de ser humano. ¡Somos casi todos! Y tenemos a punta de lengua, a punta de palabra y a punta de poema, el trazo dispuesto a surcar un renglón tras otro en el que ir sembrando las rimas y las medidas, al tiempo que señalando las malas yerbas. Ya no hay tiempo que perder, no me asusta decirlo, el silencio ya no es inocente, ni la indolencia es encubridora. No existe una trinchera intermedia, no hay árbitros, no hay tierras de nadie, no hay templanzas. Hay que detener la fealdad y la fetidez, la insolencia de los vacíos y la tibieza de los bobos. Por suerte han salido de sus madrigueras y se lucen en abierto, con sus bocas abiertas y sus odios abiertos y sus tripas en la mano y son reconocibles y están ahí y yo sé quiénes son y tú también sabes quiénes son. Hay que sacar los cañones de flores, los escuadrones de mariposas, las legiones de música, los tanques de colores, las metralletas de besos, las alambradas de manos, los acorazados de fruta, los fusiles de razón y tirar a dar, siempre tirar a dar y no fallar ni una.  

 

lunes, 19 de abril de 2021

Ayuso bajo Umbral.

 

No es extraño que en España, dado su pintoresquismo, se nos hagan visibles las caricaturas que deambulan en los umbrales del escenario natural de la Corte. Personajes siempre hay que actúan con muchísima más enjundia que los actores principales. Salidos de la pluma póstuma del insigne Umbral, continúan haciendo méritos narrativos en el imaginario de aquellas sus columnas. Ayuso es uno de esos valleinclanescos tratados con aspiraciones a tardofranquismo, monja-alférez, Pitita Ridruejo y Sor Jerónima de la Cruz. Me da en la nariz que Paco Umbral está dictando “su libro” desde más allá del programa de Mercedes Milá. Y nos está deleitando con una figura que mejora en mucho la realidad. ¡Qué no daría yo por leer lo que tuviera que decir Umbral sobre Ayuso! Lo que es de justicia es reconocer que tenemos personaje. Y teniendo personaje, se tiene relato, novela, poesía y ensayo. Las columnas, decía Umbral, son una suerte de género en el que el escritor sacrifica parte de un ensayo, parte de la lírica y parte de la actualidad, pero quedan señales de todo ello.

Mirado así, Ayuso nace como columna propia, renunciando al fundamento de lo que representa y sin menoscabo de lo representado. Pierde los argumentos como un coche rechoncho pierde el aceite por la culata, sin que le roce lo más mínimo ninguna contradicción, porque ese no es el juego que se trae, si es que se trae alguno. A ella le basta con que el coche le lleve a donde quiera, atascos incluidos. En España no queda ya nadie que le ponga atención a un argumento, ni falta que hace. Eso lo sabe Ayuso sin haberlo aprendido, de pura sabiduría socrática y asilvestrada. No tiene más que darse un paseo por taquilla y los espectadores, tan voyeurs como han sido siempre los lectores de ABC en el parque del Retiro, se le agolparán para pedirle un autógrafo, como el que se encuentra de golpe y porrazo con Eva Perón en la cola de la verdulería.

De su donaire folclórico le queda, como resbalado, una pátina lírica que la expone entreverada de Lorca, con perdón del Federico que la padeciera, y sin llegarle a la suela de los zapatos a Yerma, pero sí a Margarita Xirgu en el papel de madre de la novia en “Bodas de sangre”, porque su actuación se la está creyendo desde el primer instante, como figura maternal que no deja de oler nunca una tragedia. Ignora que la tragedia es ella. Cerril, negra y tupida, puede sonreír cuando propone una caña y, ya se sabe lo que ocurre en este país de bares cuando se nombra la caña; que todos pican. A la charanga y la pandereta le hacía falta una bailaora descalza de la que se dijera lo que se decía de Lola Flores: ni sabe bailar, ni sabe cantar, pero hay que ir a verla. Su figura es un acontecimiento, un hito, un subgénero en el género de Madrid.

Es el pasado el que, con ella, vuelve a la moda, al presente. Nos quejábamos de la memoria histórica, y resulta que nos está devolviendo el blanco y negro. Da igual el bando, porque para pasar por miliciana hay que admitir que posee el punto rebelde al que le viene estupendamente el color republicano pintado en gama de grises. Posee esa mirada retrospectiva que lleva en las pupilas el velo negro que le cubría la cabeza y los collares a doña Carmen Polo y, para colmo, nos trae la comisura pícara de una corista del teatro chino. En política no se ha visto ninguna Isabel tan completa desde Isabel la Católica y, aquí estamos, pensando todos los días: ¡si Umbral levantara la cabeza!  


domingo, 18 de abril de 2021

La erótica de la estafa.

 

Ahora que todos somos enmascarados y que la inercia histórica nos tapa la boca, estamos en mejor disposición que nunca para hablar sin ser notados. El tapaboca es tan solo una modulación del ser del mundo humano. Ni siquiera es un accidente, sino una metáfora social. Por eso hay que aprovechar las distorsiones de voz en beneficio del anonimato para dejar caer, como el que tose nerviosamente, que cada época contiene su estafa. A cada generación le tocaría destruir los prejuicios de la anterior y, no solo desintegrar un átomo. Sería enormemente instructivo conocer qué dirán de nosotros, pasados unos siglos si, por circunstancias, los timos de nuestra época no se hubieran acumulado a los suyos. Todavía nos cuelga en nuestro tiempo el principio activo del romanticismo, que es el enamoramiento como forma homeopática del amor. Y seguimos aquejados de sus efectos secundarios, aun cuando no debieran haber aparecido. No nos deshacemos de ellos porque, antes de que el romanticismo nos hiciera tocar la lira, fue la biología la que nos hizo poner los ojos en blanco. Así es que no se puede.

Siempre, como diría Nietzsche, resulta difícil romper un lazo, pero cuando se hace, en su lugar crece un ala. No se asusten los impíos, porque para la literatura las alas pueden crecer en los adentros adonde tantas expediciones habría que hacer, una vez nos hubiéramos provisto de la debida escolta. La historia nos pone grilletes, secuestrando con la animosidad de un delincuente cada tiempo y cada idioma. El patriotismo, por ejemplo, es una forma de nombrar al imperialismo, un eufemismo que tiene que ver más con el abuso de lo mío que con el uso de lo nuestro. La verdad es un subterfugio de moralistas, intelectuales y políticos para encumbrar la mala prensa que tiene la mentira, como si cada mentira no tuviera dentro su carga de verdad o cada Quijote no tuviera su Sancho, o cada Madame Bovary su Madonna.  El bien es una intención, nada más, en boca de quienes entendemos bastante mal casi todo. La honestidad, es una oportunidad de ganarse aplausos y hacer triunfar la vanidad por encima de todos.

La historia, en sus etapas, necesita sus parábolas y sus símbolos, por eso los crea. Nos corresponde a todos saber que son teselas de un mosaico, casi siempre dialéctico y fracturado, oponiendo un bien a un mal, un blanco a un negro, en una composición binaria demasiado boba. Esas terribles y funestas cuotas de la mitología histórica, que fracturan con total negligencia la realidad, sólo provocan una producción enfermiza de ideologías. Y los extremos, me tocan. Ser demócrata es una manera milagrosa de ser bueno. El totalitarismo ha engullido todos los males y nos proporciona la gran coartada para subsistir en el terreno angelical y decente. Ser demócratas nos blanquea. Como a nuestros propios ojos, nos blanquea sentirnos víctimas, que es una manera impuesta de evitarnos la consciencia de que simplemente somos espectadores, cuando deberíamos ser protagonistas. La realidad no es ya poliédrica, sino “infiniédrica”. De otra manera habría que sucumbir a las palabras de Adorno que dijo literalmente: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Menos mal que, pese al fundamento de la idea, no se ha sucumbido a su onda expansiva, porque es verdad que Auschwitz es el mayor atentado contra la lírica jamás perpetrado. De todo se deduce que los fundamentos no son nunca unívocos, como una sola columna no puede sostener un templo. Y, luego, para no dejar de tocar la lira, aunque en la partitura se mezclen las notas de todos los sonidos de la orquesta, cada cual que escoja su instrumento. Todas las notas hieren, la última nota, mata.