Hubo un tiempo, no tan lejano como para que no lo recuerde
yo, en que el papel de periódico, saltando por encima de su función de soporte
informativo, mostraba su condición polivalente. He visto a mi padre forrarse el
pecho, por debajo de la camisa, con amplias páginas de sucesos. No puedo estar
seguro de que las páginas de sociedad puedan ser tan impermeables al viento
como las de deporte. Algo hace pensar que son igualmente desechables por lo que
dijeron, pero aprovechables por lo que solucionan. He visto cómo se envolvían
tomates para acelerar su maduración, o liar los arenques para prepararlos “a la
puerta”. ¡Qué maravillosa ocupación la
de aquella prensa en el servicio de la causa!
Ya saben que “la constancia es el recurso de los feos”, pero
también lo es de la rabiosa actualidad, que ni es rabiosa ni es actualidad más
que para hacer el arte de una chirigota. Dicen que fulanito triunfa y que en un
país muy lejano tiran bombas los fanfarrones, que ha sacado más votos Romanones
y que va a subir la luz. ¿En qué diario no hay un fulanito que triunfe, un
fanfarrón que tire bombas, un recibo que no suba? Me van a perdonar si no acepto aquello de que “no
hay nada más antiguo que un periódico de ayer”. Hay días en que, respondiendo a
un brote de locura repentina, me da por
echar un vistazo a la prensa. Confieso que encuentro mucha más cantidad de
presente en las fechas pasadas que en las actuales. ¡No hay nada importante que
contar desde que Andreíta se comió el pollo! Salvando el ejercicio extravagante
de algún columnista, cuya literatura hace de obús en medio de una pedrea, todo
lo que se escribe es una repetición sin fin como si se hubieran puesto a la
orden del eterno retorno de Nietzsche.
A la orden del eterno retorno de Nietzsche, o al consagrado
axioma del Príncipe de Lampedusa: “que algo cambie para que todo siga igual”.
Las portadas de los diarios anuncian la buena nueva de que el miércoles sucede
al martes. Lo anuncian a cuatro columnas porque no tienen neones todavía y
porque cuatro columnas hacen una geométrica muy estable para que no se nos
caiga el letrero. No puede atacarse tan mayúscula verdad porque viene siendo
así desde que se estableció el orden de los días de la semana. El cuerpo social
que observan y del que informan está representado en la imagen de la portada
del Leviatán, obra de Thomas Hobbes. Allí vemos a un Rey coronado, cuyo cuerpo
está compuesto de multitud de personas. La analogía entre un cuerpo biológico y
un cuerpo social es pertinente.
Las informaciones nos describen con mucho detalle el proceso
digestivo del Rey, desde que mastica el primer bocado hasta que lo excreta. Nos
consta la especialización de una prensa para la boca y otra para el culo. Pero
esta función o este proceso biológico es siempre igual, pese a que un día
ingiera nueces y otro día las uvas de la ira. Nos informan de que la suma de
nuestros votos ha propiciado tal o cual digestión o indigestión. Nos vienen a
decir que la guerra es el fracaso de las Organizaciones Internacionales, el
fracaso de la diplomacia, el fracaso de la política. Cada vez que hay una
guerra puedes con total confianza leerte el periódico que informara de la
anterior guerra. Encontraremos el mismo escrito, coma arriba o coma abajo,
siempre y cuando no haya sido usado para madurar tomates. Pero no encontrarás
escrito en ninguno que la guerra es el fracaso de mi voto y, de paso, del tuyo.
Eso es lo tremendo. Es como si, abierta la herida, tú y yo que somos glóbulos
rojos, nos tangáramos de acudir a cerrarla porque un día fuimos aseaditos y
peinados, tan formales, a depositar nuestra papeletita.
La prensa, que ha contribuido a la creación del cuerpo social
y al dibujo del Rey del Leviatán, ciñe su función a un proceso orgánico de
consolidación de la figura que se ha quedado dibujada en la tapa. A poco que das
un vistazo a las primeras páginas, o a los contenidos si quieres, vuelves una y
otra vez a la misma portada. No conozco a nadie que no pueda decir con absoluto
acierto qué dirá menganito o fulanito sobre tal cuestión. Estamos ante una
previsibilidad de tal hondura, que se puede pensar que las páginas de los
diarios se escriben tirando del cajón donde se guardan las páginas de hace dos
décadas. A ver si con suerte dan con alguna de Larra. Entonces, el periódico de
ayer, es un clásico que hace las veces de tensor para que el presente se nos
acople o se nos acune en brazos del pasado. Nada nuevo bajo el sol.
Es la era de la actualidad estancada. Es tanto así como que
una burocracia del presente hilvanara los protocolos con los que cualquier
acontecimiento se condujera por el poder de turno. Todo anticipado, todo
previsto. Lo periodístico de este asunto es el olvido clamoroso de que la
democracia no es un sistema de llegada, sino un sistema de partida. Mientras
tanto, ya no se usan ni para forrarse el pecho, ni para envolver arenques.