miércoles, 17 de julio de 2019

LA MONÓTONA HUMANIDAD


A menudo se establecen y se institucionalizan categorías de mezquindades humanas que no son capaces de superar la línea de la corrección política. Esta es una suerte de totalitarismo implacable, a modo de censura y autocensura, que van adquiriendo las características de “puritanismos tramposos” y “tabúes lingüísticos”. Posiblemente, asentado este entorno envolvente, el secreto y el silencio constituyan, “una de las más grandes conquistas de la humanidad”. En el fondo de ellos no creo que habite serenamente verdad alguna, sino heroicamente. Son los que Zweig llamó “héroes secretos del espíritu”. No recuerdo exactamente a qué clásico griego atribuir su frase de que “la naturaleza ama ocultarse”. Lo estrambótico de la modernidad es que se haya virado del noble ejercicio de la búsqueda de la verdad al laborioso empleo de esconderla, con el único propósito de no levantar sospecha.
En este clima globalizado, cuando la superabundancia de información y el conocimiento-total están al alcance del bolsillo gracias al móvil, se debería haber consagrado el mayor de los aprendizajes humanos que consiste en haber aprendido a no tener razón. A poco que se observe cualquier cosa de la que digamos que es “verdad”, se desprende que una característica  principal es su movilidad. Las verdades son dinámicas y, por pura constitución, depositarias de infinitos pormenores. Una fantasía o bien una mentira son objetos acabados, terminados, sobre los que ya no caben más preguntas ni indagaciones. En cambio, imaginemos el rayo de luz que cruza del postigo al sillón y veremos con él un número indeterminado de partículas en suspensión, diminutas a nuestros ojos; pero que sometidas a análisis con métodos espectrales exhaustivos se obtiene el anchísimo universo de un continente por partícula y sobre las que eternamente pueden recaer toda clase de preguntas. En la verdad no pueden agotarse los detalles.
Por eso, el perspectivismo, como método de observación que varía la posición del sujeto sobre el objeto, deja a la “cosa en sí” intacta en su formulación estricta de realidad completa. La “hostil cerrazón de los cejijuntos y la derretida secuacidad de los boquiabiertos”, apabullan la verdad de que todos los puntos de vista –quiero decir: puntos desde donde se observa y describe la realidad- instituyen con mayor precisión una verdad que nunca se deja atrapar por un solo costado, por más empeño que le pongan en anular las posiciones que no sean las suyas. En un mundo así, es menos heroico morir por una idea que tratar de comprender las ideas de los demás; más aún cuando las ideas de los demás, por exigencias del guion, quedan expresadas en el silencio o en el secreto.

jueves, 11 de julio de 2019

LA VERDAD NECESARIA.


           
Es tiempo de inquietud radical por temor a que en cualquier momento las matemáticas nos den el susto definitivo. La vacua esperanza desmedida que tiene Occidente en el pensamiento binario, en el maniqueísmo, en el racionalismo simple, puede fracturarse de repente en cuanto el universo nos dé una nueva orden.  Jacques Derrida alertaba de que las matemáticas no son lógicamente ciertas. Ponía ejemplo: 12 x 0 = 0 y 13x 0 = 0, de lo que lógicamente se sigue que 12 = 13. Hasta en las matemáticas se han instalado “verdades necesarias”. Curiosa expresión ésta de “verdad necesaria” cuyo último significado pone el protagonismo en la necesidad antes que en la verdad.
            Cierto paralelismo de inquietud lo hay con la gramática, cuyas galerías encierran cortes y delimitaciones de la realidad. Las palabras llevan dentro una vocación de constreñir y, sólo cuando el receptor se acerca a ellas con la intención de expandir el significado, sirven como una mera aproximación. Pero, digámoslo claro, la realidad se queda fuera. Tal vez, debamos prestarle más atención a la realidad del lenguaje en lugar de a la realidad que pretende describir. Algo así son las preocupaciones de Sánchez Ferlosio en toda su obra. Por eso es tan difícil entenderle si no es con la mente de todo el cuerpo.
            En el caso de las matemáticas, la preocupación emergente, tal y como nos ha apuntado Noah Harari en su obra “21 lecciones para el siglo XXI”, tiene por objeto lo que el desarrollo simplista de la ciencia y la tecnología puede alcanzar sobre las emociones humanas, por ejemplo. Mi regla de tres es que “la ciencia es a la cultura lo que las matemáticas es a la erudición”. Es decir; si la futura regencia va a descansar en algoritmos externos capaces de comprender y manipular las emociones humanas con incluso más tino que lo hiciera Shakespeare, no queda más amparo humanitario que acudir a la Cultura para resguardarnos y al concepto de “verdad necesaria” para salirnos de él. La Ciencia, escrita así con mayúscula, debe venir en nuestra ayuda con la implacable determinación de poner el “cero” de Derrida en el sitio que le corresponde: expandido en lo que llamamos universo.  
            En el territorio del lenguaje, sin embargo, el orden dominante de la realidad ha quedado históricamente a las puertas de palacio. Las cosas son los límites del hombre, como dijo Nietzche. Quitando las cosas, el hombre no tiene límites y puede ser todo lo romántico que la Ciencia le ordene. Por eso hay un lenguaje que tiene la misión, no sólo de rehuir la realidad, sino de crearla y ponerla al servicio de la humanidad. La propuesta consiste en enfrentar el cuatro del dos más dos porque, en verdad, no siempre necesitamos ese resultado. Mendelssohn dijo, en 1765, que “si la prosa satisface la razón”, la poesía quiere otra cosa”. Me parece intuir que “esa cosa” que quiere la poesía es salvarnos; hagámoslo.

                  

miércoles, 10 de julio de 2019

Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir.


Extraño mundo el de la distancia que hay entre tú y yo. Por más que un engranaje mental medie como espacio entre ambos, entre los dos siempre hay una conjunción copulativa y la más copulativa de las conjunciones. Un espacio y un tiempo, nos es dado compartir. Sin quererlo, la simple consciencia de que estás tiene muchísimo más poder que las distancias. Ellas, las distancias, carecen de significación si tú no estás, mucho menos si tú no existes. De hecho, la extensión de su campo afianza tu presencia que, como aspiración o como destino, se hace majestuosa y hechicera, altiva, desde la cumbre oscurecida de una noche ingrávida con tus ojos clavados mágicamente en los míos, ya los tenga abiertos o cerrados. Estás, desprovista de eufemismo, lenguaje o metafísica, porque no hay varios espacios, sino uno solo que nos envuelve a todos. Así que ocupas la intimidad y la extimidad, como bañada en las aguas del tiempo y a sabiendas de que nada circunstancial sucede, tan sólo la existencia a modo de consuelo completo.
              Extraña, también, la versatilidad del tiempo que nos contiene, pues siendo el tuyo, es el mío. El tiempo es el arco tensado del guerrero que prepara el destino de la flecha, y tú y yo nos parecemos mucho a la flecha preparada: estética de una potencia latente y desconocida. “Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”. Es indiferente el destino; nos basta con “ser” y “tener que ser” para el mismo arco, para el mismo brazo que lo tensa, para el mismo guerrero y para el mismo tiempo del guerrero que, a su vez, es flecha del mismo arco. Pero nos divierte el lenguaje y sus laberintos, escombro del pensamiento y hacedor de confusiones tan hondas que parecen leyes o dogmas. A nuestro tiempo, al tuyo que es el mío, le sobran las costuras que la filosofía le cose porque estamos, porque somos, porque partimos…   

sábado, 29 de junio de 2019

Las fronteras del español.


           
Ni por virtud de ninguna ley ni por dictado de ningún pretexto, me suelo tomar de vez en cuando unos tragos con el “Embajador de Frontera”, sino que lo hago por puro capricho. Este es un empleo nada antojadizo que deriva del estudio concienzudo de un alto cargo. Descubrió que sumando las líneas fronterizas de todo el planeta, ocupaban mayor extensión que muchos países y hubo que nombrar Embajador sin más remedio.
            Hay que tenerle mucho respeto a este encargo de funambulista, pues un pequeño traspiés lo convertiría en transfronterizo y eso no es del gusto de nadie y lo podrían acusar de intrusismo o injerencia ilegítima. Él se asusta mucho, pero no le deteriora el aspecto de holganza aristocrática que tienen los embajadores, dicho sea con la mejor de las intenciones.
            El caso es que es nuestra costumbre ponernos a dar tragos mientras contemplamos, como si fuéramos afrancesados, el “rosaclear”. Al fin y al cabo el Rey es francés, aunque no ´”guturalice” mucho. Lo compensamos con verborrea hispánica y eso nos tranquiliza. Al igual que la coloración, que va de la hora azul a la dorada, la conversación, como las tertulias del siglo XX, no hay por dónde cogerle el rabo. No obstante, hablamos de la nacionalidad de los españoles.
            Yo estoy convencido, dice, de que todos los españoles tienen una nacionalidad más allá de las fronteras; lo que me cuesta mucho soportar dada mi jurisdicción. Un español es un ruso en invierno y un cubano en verano, es un italiano en la verdulería y un holandés en el pub. Más aún: un español es alemán a las nueve de la mañana y argentino a las siete de la tarde. Es triste, mi querido amigo, no pillarlo en el momento exacto de españolismo. Deben ser pocos esos instantes. Apura el trago, mientras se cuida de no caer hacia ninguno de los dos lados de la línea fronteriza.
            Y cuando, por algún azar, -prosigue- se aquieta en su nacionalidad, es un ser notable de cualidades fantásticas. Para empezar en él se dan tanto los “ya te lo dije yo” de cualquieras madres, como el “ya te lo estuve diciendo en navidad” de cualquier cuñado. Padecen todos la maldición de Casandra. A Casandra los dioses le concedieron el don de la adivinación y, a cambio, nadie le creería.
 Se le identifica con rapidez no por su particularismo, al decir de Ortega, sino por su circuntancialismo, que no lo diría Ortega. Y es que, entrenado como estaba Ortega en estrujar ideas, ésta se le pasó. El “circunstancialismo”, amigo mío, -aquí volvió a llenar la copa de nuevo- es una verdadera invención política de los españoles. No ha cuajado porque no hay españoles, como podrás entender, pero es el futuro. Cada persona explica y defiende sus circunstancias a un “ente rector” del Estado y, éste, analizadas y estudiadas, dicta una Constitución, unas Leyes y unos Reglamentos particulares para cada “circunstancialista”. Luego, claro está, hecha estas leyes, habrá que personalizar las trampas.

              

               

                  

             

jueves, 20 de junio de 2019

"Aware"

           
Acabo de terminar la lectura de la novela “Aware”. Una novedad literaria de manos de Juan Gaitán, periodista, poeta, narrador, crítico literario y profesor de escritura creativa. Es una novedad literaria por haber visto la luz hace muy pocos días. La primera edición es de mayo de 2019. También es una novedad literaria porque es un autor que desconocía.
            Mis hábitos de lectura suelen seleccionar obras consagradas o autores de larga trayectoria literaria. Muy pocas veces me dejo llevar por la “rabiosa actualidad” de multitud de obras que, mes a mes, se arremolinan en potentes tornados de marketing y expositores y que, además, incorporan riadas de lo que yo vengo a llamar “buenrollismo literario”. Esto último es un modelo de crítica almibarada de última generación que consiste en arropar con elogios desmedidos cualquier cosa. Lo cierto es que, cuando nos asomamos a las redes sociales, puede uno percatarse de que hay mucha gente que escribe bien, pero eso es una cosa y otra cosa es, o debería ser, escribir bien para publicar. La época, digámoslo suavemente, ha instalado una enorme confusión entre estos dos niveles de “escribir bien”.  De ahí proviene mi recelo por lo nuevo y de saber que lo bueno es, desde hace mucho tiempo, ya inabarcable.
            La sorpresa es “aware” de Juan Gaitán. Si me he atrevido a ella, siendo como es, una “rabiosa actualidad” es porque no es “rabiosa actualidad”, sino “sublime actualidad”. Algo que aparece detrás de una estela de indicios, que si no se saben mirar pasan desapercibidos. Ellos, los indicios, unas veces a modo de poemas de los lunes y otras veces a modo de columna periodística, bien leídos, exceden la condición indiciaria y se tornan estímulos. A eso sí le pongo oídos. A la fanfarria, ni caso.
            No ha de temerse que descubra, ante los potenciales lectores, la novela “Aware”. En su lugar, ya me descubro yo, que me estoy quitando el sombrero. La primera emoción que conquista mi admiración es la relación del autor con el lenguaje. Pareciera una novela escrita a distancia de sus propias palabras. De un lado lo que se dice y de otro lo que se va diciendo. Los silencios y las elusiones le van arañando terruño a las mismas expresiones y, a veces, tengo la sensación de que dice cosas con el propósito de acallar otras. Y, estas otras, son precisamente las que se quedan dichas. El autor es un “prestidinarrador” de serpientes y yo, con mis ojillos de víbora, me tengo que poner de pie a su paso. Hay grandes párrafos que salvan obras completas; pero en “Aware”, la obra se salva párrafo a párrafo y, de tanto salvarse, acaba salvándote.
            Las doscientas quince páginas de “Aware” encierran sin descanso una sólida reivindicación de las letras. Junto a esta reivindicación, también el texto rezuma tristezas y soledades que padece la literatura a manos de distintas modas y distintos modos mercantiles. La literatura de “Aware”, acaso “caballo de Troya”, una vez abierta, nos deja paladear poesía, ensayo, relato y columna periodística, crónica, costumbrismo o realismo mágico. La amalgama de recursos exhibidos ejerce su magisterio líquidamente; es decir, en una suerte de “sfumato” estructural que desdibuja las fronteras entre un género y otro. Y eso lo hace el autor en la clave de una sola vibración que acompaña la novela al completo.  
            A Málaga la deja “universal”, con sus luces y con sus sombras, “…colgada del imponente monte, apenas detenida…”, pero trascendida, traspasada del chauvinismo hacia lo trascendente y apuntalada sobre el pedestal que sus enormes escritores fabricaron para ella. Hay un magistral salpicado de referencias malagueñas desposeídas de cualquier aldeísmo insulso. La ciudad va por dentro de la obra como un subconsciente en el ánimo de un artista y, más que como un sombra, –valga el localismo- mancha como una nube; insinuante y leve.
            Confieso que “Aware” ha vencido mis resistencias. Las primeras páginas, la vanguardia de la obra, venía provista de las armas de choque. Mis rémoras insistían en el consejo de que esperara a la retaguardia; “al principio todas las escobas barren”, me decían. No hay pérdida de ritmo en los latidos de toda la obra. Si acaso, el punto y final no es un paro cardiaco; sino la nota de entonación de la música que queda instalada en las almas de sus lectores. Esta es una obra de verdad de un escritor de verdad.  

           

           

               

martes, 11 de junio de 2019

Flamencos en Hacienda


           
En muy pocas décadas se ha pasado de un turismo reservado a las élites a otro de carácter más popular. En poco tiempo, además, bajo el paraguas del mismo concepto, se han adoptado nuevos modos de hacerlo. Hablo, naturalmente, de sociedades desarrolladas. Hacer turismo es una actividad cada día más común y, al mismo tiempo, con más posibilidades. Hoy se puede hacer turismo dentro de tu propia ciudad y apuntarse a alguna actividad lúdica cada fin de semana. No es indispensable tener vacaciones o, ni siquiera, contar con un fin de semana. Basta poner mirada de turista para acercarse a las cosas cotidianas. En buena medida, el placer que nos proporciona viajar viene de esa actitud turística y no tanto de las novedades que tal o cual destino nos proporciona.
            Hoy, como he tenido libre toda la mañana, me he propuesto hacer turismo en la Delegación de Hacienda. Para la ocasión, chanclas y riñonera. El dinero lo he distribuido entre varios bolsillos, se puede imaginar uno por qué. Por entrar no cobran entrada porque se supone que ya la tienes pagada de oficio y porque Hacienda somos todos; aunque unos más todos que otros. Hay que decir que está en estos momentos en plena campaña de la Renta; época análoga a la de anillamiento de flamencos en las lagunas de Fuente Piedra o de berrea en Cazorla, valgan los ejemplos. Sorprende, nada más entrar, la gran cantidad de “stand” a los que puedes acudir. Esto es la “feria de las imposiciones”, diríamos. Grandes masas de flamencos zancajean por los contornos y, de uno en uno, beben algo en los mostradores de donde salen anillados y es cuando empiezan a berrear.
            Está haciendo una mañana estupenda (“haciendo” es el marido de “hacienda”, que hubiera dicho cualquier niño jugando con las palabras. Véase que la mujer de “haciendo” hace más que el marido, aunque barra para adentro). Están muy organizados en todos los sentidos. Para que el turista de ocasión no visite la Delegación en día corriente, siempre hay eventos concretos fechados para cualquier día del año y están expuestos al público en un “Calendario General del Contribuyente”. Es muy curioso, a juicio de este turista. Las fechas no marcan el día concreto en el que ha lugar el evento, sino el final de los periodos en los que tienen lugar los acontecimientos. Anoto unos cuantos porque suenan divertidísimos. Por ejemplo: el 31 de mayo finaliza el plazo para la “declaración anual de cuentas financieras de determinadas personas estadounidenses”.  Ojo: “determinadas” personas, ahí es nada el suspense que suscita esa actividad, no lo nieguen. ¿Quiénes serán esos “determinados”? Otro ejemplo: el 1 de abril termina el periodo para presentar la “declaración informativa sobre clientes perceptores de beneficios distribuidos por instituciones de inversión colectiva españolas, así como de aquellos por cuenta de los cuales la entidad comercializadora haya efectuado reembolsos o transmisiones de acciones o participaciones”. Creo que ese día, seguramente, habrá un concurso de análisis sintáctico. No me lo pierdo.
            Tengo que admitir que el turismo por Hacienda es fantástico y puede serlo aún más si uno se involucra en todas las actividades que tienen programadas. De momento, voy a hacer un pequeño alto en el camino y a tomarme la consabida cerveza de turista en parque temático. Le pregunto a un funcionario por los bares. ¿No ha visto usted que los “bares” le presionan por todas partes? Tiene razón.

              

martes, 4 de junio de 2019

Cumpleaños


           
Cumplir años es una vulgaridad tan ordinaria como cualquier función orgánica indispensable para continuar vivo. Incluso, si se me apura, el mismo hecho de estar vivo es una vulgaridad. Es transitoria, eso sí, pero vulgaridad al fin y al cabo. Es decir; es una impertinencia de menor cuantía si la comparas con la vulgaridad de no estar vivo. Porque esa es otra; la ordinariez de la muerte no impide la ordinariez del temor que nos suscita, cuando a mi entender lo verdaderamente inquietante puede ser un verso a destiempo. No digamos ya una indiferencia inesperada o una promesa vacía; esas sí son marcas en el agua de extraordinario valor inquietante. No solemos anotarlas ni aún en los días de balance. Eso no es nada grave si se cae en la cuenta de que debemos recordar siempre que las peores cosas han de olvidarse, unas veces por activa y otras por pasiva.
            Cumplir años no tiene mérito alguno frente al mérito de cumplir con lo prometido o cumplir un sueño inalcanzable o, más aún, cumplir con la extraordinaria tarea que nos exige el sentido común de incumplir de vez en cuando, como corresponde a un mínimo de condición humana. El tiempo no nos hace y, por eso, no es causa de existencia, sino consecuencia de ella y, de cada cual depende teñir el tiempo que instaure de un solo color o de muchos. Por eso, cuando llega el día de un cumpleaños, lo que sí felicito es saberme uno de los colores de su tiempo; pero eso ocurre sin fecha, sin tiempo y sin vulgaridad. A veces, lo celebro siempre.